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Comisiones y Cohechos S.A.

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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La tensión va en aumento entre las personas que componen una larga fila que recorre los edificios del instituto. La cola continúa, puertas afuera, por la acera de la calle Francos Rodríguez pegándose a la valla, para no interferir a los viandantes, de la enorme manzana que constituye el complejo educativo de “La Paloma”, aunque por allí no pasa nadie que no vaya al colegio. Es tan ingente la cantidad de profesores citados que, para evitar el calor de justicia que a esas horas, a pesar de ser septiembre, cae sobre Madrid, al primero de la cola de la otra acera, se le ha ocurrido que en lugar de seguir hacia Antonio Machado, era mejor continuarla bajo la sombra de los enormes pinos de la Dehesa de la Villa, ocupando medio parque.

Pacientina mira de nuevo el reloj. Solo han pasado dos minutos desde la última vez. Cuando llegó a la fila, hace ya casi tres horas, no quería acercarse a ningún compañero, ni que se le acercase nadie. Su marido, Teótimo, ha dado positivo hace cuatro días en una PCR que se hizo por privado. Apenas si lleva veinte días trabajando y el puñetero metro ha hecho que se contagie. No han salido de vacaciones. No han visto a nadie. Solo estuvieron unos días en el pueblo, allá por julio, antes de volver al trabajo. Allí, en Tobillas son cuatro gatos y en cuanto Teótimo llamó al alcalde pedáneo, el servicio vasco de salud les hizo pruebas a todos los vecinos, dando negativo. Teótimo se hizo la prueba porque, aunque no se encontraba mal, su compañero de trabajo, que coincide con él en el metro, está ingresado por Covid. Pero Teótimo no tiene fiebre y por eso, en la atención telefónica de su Centro de Salud de su barrio en Barajas (el centro no atiende personalmente), le dijeron que sin fiebre y ninguna evidencia efectiva de que tuviera Covid no le iban a hacer la prueba por mucho que llamase al 900 102 112. Entonces buscó un centro privado y se gastó 120 euros en un laboratorio. Sin necesidad, pero por responsabilidad y por temor a infectar a los demás. Una vez que tenía el positivo volvió a llamar al 900 102 112. Allí no quisieron saber nada de con quién había estado en los últimos días, ni que línea de metro coge todos los días a las 07:30 de la mañana para ir al trabajo. Y sí, le dieron cita para su mujer Pacientina y sus dos hijos pero para el martes de la semana siguiente, es decir, ocho días entre la llamada y la cita. El destino ha hecho que ayer, a última hora de la tarde, Pacientina recibiera un whatsapps del director de su instituto en el que le convocaba al toque para el que hoy lleva al sol desde las 09:30 de la mañana.

A los compañeros que la rodean les ha advertido que es muy posible que ella de positivo y que, por tanto, mejor no se le acerquen. Lleva dos mascarillas. Una ffp2 y otra quirúrgica encima de la anterior. Como aún no le han hecho el exudado, cuando llamó al centro de salud para explicarles la situación, le dijeron que no podían darle la baja sin un positivo confirmado pero que se quedara en casa hasta que le hicieran la prueba. Pero sin justificación oficial, no puede quedarse en casa y tuvo que ir ayer al trabajo y hoy a La Paloma. Ayer, el director, cuando le contó la situación, fue muy amable y le dijo que se fuera a casa. Sin embargo, en el whatsapps recibido por la tarde para que acudiera a Francos Rodríguez, le decía claramente que según la Conserjería de Educación de la CAM, no había excusa posible, salvo un positivo documentado o una baja por enfermedad, que evitara el desplazamiento.

Vuelve a mirar el reloj con impaciencia. Son casi ya la una del mediodía. Ya le queda poco para entrar. Ahora sale una chica con bata blanca a la puerta y les dice que presten atención. Ante la masiva afluencia, se han quedado sin reactivos y no van a hacer más pruebas hasta las cinco de la tarde. Los que no han entrado, recibirán otra citación para mañana en este u otro centro. Se va corriendo la voz hasta llegar a los que se encuentran fuera. Gritos, juramentos e indignación son el estado general de los maestros allí concentrados.

Pacientina, no sabe si reír o llorar.

*****

Comisiones y Cohechos S.A.

Qué le lejanos quedan aquellos días del mes de abril en los que todos vosotros, gentes de bien, creíais a pies juntillas que de esta salíamos mejores. Hace tiempo que he dejado de creer en la bondad del ser humano. Sí, ya sé que hay personas buenas y que probablemente la mayor parte de vosotros, queridos lectores, os consideráis gentes de bien. No seré yo quien os lleve la contraria. Pero tendréis que reconocer que como sociedad somos un fracaso y que la maldad ha vencido a los valores humanos de la solidaridad, la fraternidad, la preocupación por los demás y por el bien común. El individualismo en el que hemos caído a base de creer que el dinero da la felicidad y de empatizar con el truhan, el ladrón de guante blanco, el indeseable facineroso que en lugar de trabajar para el bien común, se dedica a llenarse los bolsillos a base de chanchullos y, sobre todo, de empeorar las condiciones de vida de la mayor parte de la población, ha corrompido al ser humano de tal forma que la mentira y la manipulación son los valores que han sustituido a la certidumbre y la honestidad.

Pensad en un hecho de entrada bueno como los aplausos a los sanitarios que durante más de dos meses concentraba a un sinfín de personas variopintas en las ventanas y balcones de toda España. En el inicio, el fin de esos aplausos era agradecer a los sanitarios el descomunal esfuerzo personal que tuvieron que llevar a cabo para evitar que este virus maldito, acabara con la mayor parte de nosotros. Pasado un tiempo, este hecho de gratificación ciudadana se convirtió en una rutina. La gente salía puntualmente a las ocho a aplaudir como bajaba todos los días a por el pan o la ducha matutina. Pasado un tiempo más, los de siempre, los que son más que los demás (más españoles, más liberales, más intolerantes, más de todo) comenzaron a prostituir el acto con el himno nacional y en algunos lugares hasta “querían obligar” a los vecinos a salir a la calle con la bandera convirtiendo el acto de solidaridad y gratificación de los sanitarios, en un acto fascista de exaltación nacional. Justamente lo contrario a lo que se pretendía porque los que proponían esa exaltación, justamente son los culpables de la situación límite de la sanidad pública. Son expertos en manipulación, que jamás han creído en lo público y que lo único que les interesa de ello es cuánto dinero personal pueden sacar de su gestión.

Los malos, los fascistas que hablan de democracia y libertad mientras te insultan por hablar catalán, gallego o vasco, mientras te llaman etarra por denunciar la mentira de Altsasu, o las torturas policiales (como si estar en contra de que se asesine a sangre fría y de que se entierren los cuerpos en cal viva, significara que estás a favor de los asesinatos de Ernest Lluch o Miguel Angel Blanco o de que Eduardo Madina perdiera una pierna en un atentado de ETA), mientras te obligan a pagar de tus impuestos a los sacerdotes de su religión o quieren obligarte a que tus hijos tengan que asistir a clase de religión católica, mientras insisten en que solo es español aquello que a ellos les parece bien y si no estás de acuerdo, pues que te vaya del país, porque España es de ellos, han llenado la sociedad de odio, de miseria y de terror. Serán los menos, pero a quienes parece no preocuparles esta situación (como no les preocupaba a los alemanes de los años 30 del siglo XX que un enano cabezón, misógino y acomplejado encarcelara a comunistas y judíos, porque eso no iba con ellos), son multitud.

Y no. No solo es una cuestión política, que también. Es una cuestión de condiciones de vida. La historia que ilustra este artículo está basada en tres historias reales que he fundido en una. Miles de trabajadores se aglomeran diariamente en el Metro de Madrid, culo con culo, cara con cara, porque los señores que están en el gobierno de la Comunidad (están, porque lo de gobernar les queda lejos) han decidido que es mejor ahorrar en conductores de metro y en electricidad (se ve que de eso no se queda nada pegado entre las manos). La semana pasada, estos mismos individuos (y una individua) pretendieron hacer 100.000 pruebas serológicas en un centro situado frente a la Dehesa de la Villa de Madrid, provocando colas inmensas, cabreos monumentales y una fuente de contagio innecesaria. Por último, leía el otro día un hilo de Twitter (lamento no haberme quedado con el nombre del tuitero) en el que un ciudadano exponía que a pesar de haber estado con una persona que había dado positivo, la Comunidad de Madrid se negaba a hacerle la prueba del Covid. Se la hizo por privado, dio positivo y ni le preguntaron por las personas con las que había tenido contacto, ni quisieron que él se lo contara. Y para la prueba de su mujer, le dieron cita para ocho días después, teniendo que ir al trabajo hasta entonces a pasar de poder estar enferma y ser portadora de un virus que se pega como una mota de polvo al cristal del móvil.

La presidenta de la Comunidad, una persona a la que deberían hacerle una prueba de capacidad intelectual, dijo el otro día que los niños acabarán todos por contagiarse. Todo el mundo se echó las manos sobre la cabeza (una vez más). Pero, en su simpleza mental, estaba desvelando lo que es la tónica general de un gobierno al que sostienen esos que todos los periolistos del régimen llaman el partido sensato (ciudadanos). Una táctica consistente en pasar olímpicamente de lo que les pueda pasar a los ciudadanos y dedicarse única y exclusivamente a los negocios con lo público.

Si repasamos lo que estos engendros de la política han hecho hasta ahora, tenemos la falta de rastreadores, el cierre de los consultorios de atención primaria desde marzo, el cierre de plantas de hospitales públicos, la nula intervención en la contención de la pandemia en las residencias de mayores que ha matado a casi 7.000 ancianos y la desorganización general en la vuelta al cole.

Por el contrario, tenemos suculentos negocios realizados en contratos de urgencia, sin publicidad ni concurrencia, evitando de forma general lo que la ley de contratos del estado establece como un procedimiento esporádico y no generalizable. Así, se gastaron 19 millones de euros en el Hospital del IFEMA, triplicando el coste de los servicios en otros hospitales. Así, sin que hayan explicado el plan funcional de la urgencia y la necesidad, se concedió a través del procedimiento de urgencia la construcción de un Hospital de Pandemias en los terrenos del pelotazo de la ciudad de la Justicia de Aguirre, por 50 millones de euros. Por el mismo sistema de Procedimiento de Urgencia, se concedió el contrato para realizar encuestas para seguimiento de casos e identificación de contactos Covid-19 a la empresa Quirón salud por 194.223 euros. Tres días antes, esa empresa ya buscaba empleados que hicieran esas encuestas. Y una semana antes, los indigentes de la gestión pública de la CAM, buscaban voluntarios que hicieran el trabajo. La semana pasada hemos conocido que el beneficiario de la concesión, también por el procedimiento de urgencia, de las pruebas al personal de la educación (profesores, asistentes de comedor, cocineros, auxiliares) es Ribera Salud. Se desconoce el importe, pero 5.000 test en Torrejón realizados por la misma empresa costaron 700.000 euros, lo que supone por una regla de tres que al menos costarán 14 millones de euros. Y para colmo, según CCOO, esta empresa adjudicataria desviará el análisis de las pruebas PCR a los hospitales públicos. En el mismo caso están la compra de mascarillas que no tenían el certificado de la UE y el de los test defectuosos en el que Ayu.S.A. se gastó al menos 350 millones de euros.

Si el capitalismo en general se caracteriza por la explotación del trabajo ajeno, este sistema de hijoputismo que padecemos en España no es un sistema político, sino un sistema en el que los mismos que acabaron con cualquier oposición durante el franquismo 1.0, han convertido el Régimen del 78 (Franquismo 2-0) en el negocio de unos pocos. Para ello, no han escatimado esfuerzos en convertir lo público en su principal fuente de ingresos, haciendo de la política una pocilga en la que se mueven como cerdos en ciénaga, corruptos, cohechadores, traficantes de influencias y comisionistas.

Ayu.S.A. y toda la indigencia política que se han subido al carro de la Comunidad de Madrid, no son sino el paradigma de un sistema podrido, de corrupción generalizada en el que todos los poderes se defienden entre sí, dejando al ciudadano en la miseria social, económica y vital.

Pero, como en la Alemania de los años 30, el español medio está ensimismado en sus amazones, sus terrazas de bar, sus sálvames televisivos y sus tertulias radiofónicas en las que los sesudos sabelotodo, dicen todos lo mismo con diferentes matices, y creen que esto no va con ellos. Porque ellos no van a tener coronavirus (y si lo tienen saldrán indemnes), ellos nunca van a ser pobres de tener que robar para comer (a pesar de que 1 de cada 4 niños ya están en ese nivel) y la jubilación les queda tan lejos, que ya veremos cuando lo arreglamos.

En eso la normalidad, sigue siendo la misma.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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