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Ciudadanos: de partido alternativo a sucursal del PP

La formación política de Rivera pierde toda su razón de ser al entregarse como muleta al partido carcomido por la corrupción

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análisis

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Ciudadanos llegó un buen día para regenerar la vida política española, para frenar al independentismo catalán y como alternativa de centro reformista liberal, un espacio baldío que estaba por cultivar tras la desaparición de la extinta UCD. Hoy, trece años después de su fundación, ya tenemos datos suficientes para asegurar que ninguno de esos objetivos se ha cumplido.

La supuesta regeneración no se ve por ningún lado, es más, el partido de Albert Rivera ha decidido apoyar a gobiernos populares salpicados por casos de corrupción en lugares como Madrid, Murcia y Castilla y León. Sonroja y abochorna el espectáculo que supone presenciar cómo cargos públicos contra los que Cs arremetía sin compasión, por corruptos, antes de las elecciones generales y municipales, terminan sentándose de nuevo en la poltrona y empuñando el bastón de mando.

En cuanto a lo de frenar al secesionismo catalán también ha fracasado, ya que el problema sigue estando ahí cada vez que Rivera despierta por la mañana (como el dinosaurio aquel de Monterroso) y seguirá estando en los próximos años por mucho que el líder naranja reclame una y otra vez la aplicación de ese falso ungüento curalotodo que se llama 155.

Por último, lo de ocupar el centro político también ha sido un sueño efímero, la flor de un día, ya que a las primeras de cambio Cs ha optado por el brusco volantazo a la derecha, permitiendo pactos “trifachitos” con Vox pese a las críticas de sus socios liberales europeos y a las deserciones en bloque de destacados líderes de la formación, todos ellos dimitidos y horrorizados por los acuerdos subterráneos con la ultraderecha.

Da la sensación de que Ciudadanos, en su obsesión freudiana e irreprimible por conquistar la derecha más que el centro, ha terminado sufriendo un sorpasso a la inversa, es decir, ha sido el PP el que ha acabado comiéndose al partido de Rivera. Y en esa fagocitación, en ese apareamiento de mantis religiosa que engulle a su presa tras seducirla y hacerle la corte, la naranja mecánica que muchos vislumbraban hace apenas dos años se ha visto reducida a la categoría de simple mandarina sin zumo y sin ningún sabor.

Resulta más que evidente que con tanto cambalache entre las tres derechas, con tanto contubernio clandestino y con tanto trío a escondidas fraguado en oscuras habitaciones de hotel los domingos por la tarde, la gaviota ha terminado por exprimir al cítrico Rivera y en ese carroñerismo político Cs ha perdido su esencia, su razón de ser, su fuerza como partido emergente que venía a acabar con el bipartidismo y a inaugurar una nueva etapa en la historia de España. Al final, Ciudadanos no ha depurado el sistema sino que el sistema lo ha quemado a él como queroseno barato para que otros proyectos políticos pudieran seguir carburando. Ciudadanos ha sido el alpiste urgente para que los charranes del PP pudieran seguir viviendo y los aguiluchos neofranquistas de nuevo cuño pudieran echar a volar.

Y llegados a este punto, surgen varias preguntas fundamentales: ¿para qué ha servido el errático viaje a ninguna parte de Ciudadanos? ¿Qué sentido tiene ahora ese partido? ¿Qué puede aportar a los españoles si ha transmutado de partido emergente y alternativo a simple sucursal burocrática del PP? Ahora vemos que la veleta no era tal veleta, como decía faltonamente Abascal, sino muleta, ya que ha terminado convirtiéndose en el sostén perfecto para evitar el hundimiento definitivo de los populares. Lo dijo muy bien Toni Roldán antes de presentar la dimisión más honrosa de la historia de la democracia: Ciudadanos se ha teñido hoy de color azul.

El problema es que en política, una vez que se toma un camino decisivo, ya solo se puede llegar a dos lugares: al éxito o al fracaso. No hay marcha atrás ni segundas oportunidades. Rivera ha optado por una senda sin retorno y ahora, aunque quisiera rectificar, le sería imposible explicar su apoyo a un Gobierno con Pedro Sánchez. Ha jugado su póker final, no ya con Pablo Casado y Abascal, sino con la historia. Y por lo que se va viendo hasta el momento, se le ha puesto una cara de perdedor que tira para atrás.

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