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Charlatanería

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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Nuestra arraigada creencia democrática en que tenemos la responsabilidad de hablar de asuntos que ignoramos, genera cantidades ingentes de  palabrería. Es determinante el clima generalizado de escepticismo y relativismo contemporáneos. La gente cree que le es imposible acceder a una realidad objetiva o a cómo son las cosas realmente. Hemos dejado de tratar de ser fieles a los hechos y ahora tratamos de ser fieles a nosotros mismos.

Como seres conscientes, existimos sólo en respuesta a otras cosas y no podemos conocernos en absoluto a nosotros mismos sin conocer aquellas. Más aún, no hay nada en la teoría y ciertamente nada en la experiencia, que sustente el extraordinario juicio de que lo más fácil de conocer es la verdad acerca de uno mismo. Los hechos que nos conciernen no son especialmente sólidos y resistentes a la disolución escéptica. Nuestras naturalezas son, en realidad, huidizas e insustanciales. Y siendo ése el caso, la sinceridad misma es palabrería.

Debemos proponer herramientas para descubrir ese tipo de parloteo pretencioso que se quiere mostrar dotado de profundidad y sutileza cuando en realidad solo contiene simpleza, oscuridad y confusión.

Hablar a la manera del charlatán no es lo mismo que mentir. El mentiroso cree en la verdad, lo que ocurre es que se esmera en ocultarla. El charlatán, por el contrario, no tiene ningún tipo de consideración ni curiosidad por ella.

Lo esencial del charlatán es su total desinterés por la verdad, su “indiferencia ante el modo de ser de las cosas”. Al charlatán no le interesa mentir porque no cree que eso sea posible. Tampoco cree que se pueda decir la verdad; solo utiliza información y argumentos extraídos de diversas fuentes con la finalidad de lograr sus objetivos, los cuales pueden ser divertir, impresionar o apabullar, según la circunstancia y el interlocutor. Por eso el charlatán está más lejos de la verdad que el mentiroso.

Al decir la verdad, la gente se rige por sus creencias acerca de cómo son las cosas. Dichas creencias los guían cuando tratan de describir el mundo, ya sea correctamente ya sea engañosamente. Por esa razón, decir mentiras no tiende a incapacitar a una persona para decir la verdad en igual medida que lo hace la charlatanería. Al recrearse excesivamente en esta última actividad, que implica hacer afirmaciones sin prestar atención a nada que no sea el propio gusto al hablar, el hábito normal de una persona de tener presente cómo son las cosas puede quedar atenuado o perderse.

Uno que mienta y otro que diga la verdad juegan, por así decir, en bandos opuestos del mismo juego. Cada uno responde a los hechos tal como los entiende, aunque la respuesta del uno se guía por la autoridad de la verdad, mientras que la respuesta del otro desafía dicha autoridad y rehúsa poner coto a sus exigencias. El charlatán ignora por completo esas exigencias. No rechaza la autoridad de la verdad, como hace el embustero, ni se opone a ella. No le presta ninguna atención en absoluto. Por ello la charlatanería es peor enemiga de la verdad que la mentira.

Dado que la charlatanería no tiene por qué ser falsa, se diferencia de las mentiras en su intención tergiversadora. Puede que el charlatán no nos engañe o que ni siquiera lo intente acerca de los hechos o de lo que él toma por hechos. Sobre lo que sí intenta necesariamente engañarnos es sobre su propósito. Su única característica distintiva es que en cierto modo tergiversa su intención.

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