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Avengers, ¿endgame? (sin madres)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Para aquellos que desconozcan el argumento de la exitosa película <<Los Vengadores. Endgame>>: Hay un malo (Tanos) que considera que el exceso de población del universo es la causa de los males (guerras, etc.) y, mediante unas gemas mágicas o algo así, obtiene el súper poder para que, al azar, el 50% de la población del universo desaparezca, literalmente, en un plis-plas. Los buenos (los Vengadores) tratan de evitarlo. La peli dura tres horas, más que nada por si tienen más de dieciséis años y no tienen hijos de esta edad.


La prensa catalana celebró hace unas semanas la noticia que, por los albores del año 2030, Cataluña llegará a los 8 millones de habitantes. Por lo general, los países occidentales (y si no consideran Cataluña un país, simplemente extrapólenlo a España o el que les guste) buscan tener más población. Más peso demográfico, implica más poder (más escaños, por ejemplo, en el Parlamento Europeo). Sin embargo, hay una gran contradicción si lo miramos a escala global: la superpoblación del planeta llegará un momento en que será insostenible.

Naciones Unidas, da los siguientes datos: en 1990 la población mundial era de 5.300 millones de personas, y en 2015 de 7.300 millones. La estimación para el año 2050 es de 9.700 millones y para el año 2100 de 11.200 millones (más del doble que la cifra de 1990). Podríamos, ahora, empezar a buscar las cifras de crecimiento y densidad de población por continentes o países, pero, al planeta, poco le importa el origen de cada ser humano. La población crece desenfrenadamente (totalmente literal), y la tierra, en cambio, no. De hecho, en cierto sentido, el planeta decrece: no solamente necesitaremos más recursos, sino que habremos reducido el espacio destinado a ellos. Como ejemplo, como también indica Naciones Unidas, la escasez de agua afecta a 4 de cada 10 personas, la agricultura representa el 70% de la extracción mundial de agua, el 80% de aguas residuales retornan al ecosistema sin ser tratadas. Y esto solamente referido al agua y, muy importante, “ahora”: imaginen de aquí ochenta años (un suspiro en la vida del planeta) cuando la cifra de humanos casi doble la actual. Si añadimos el deterioro producido por el cambio climático y la contaminación, tenemos más de una excusa para imaginar un futuro apocalíptico.

Hay una utopía (de tantas) que es la búsqueda de la perfección, entendida como resultado de un equilibrio entre lo sobrante y lo remanente. En escultura, Miguel Ángel, para llegar a ella, extraía la piedra sobrante de un bloque de mármol. En los incómodos Prisioneros (o Esclavos) de Miguel Ángel (una serie de esculturas inacabadas expuestas en la Academia de Florencia) podemos ver ese proceso creativo congelado a medio camino. Pero el mármol extraído por el artista era algo frío, lo desechado era piedra sin vida. No hay, ahí, un dilema moral.

Si llegara un momento que se considerase que la superpoblación es un problema inminente, que no fuera simplemente afrontado por Naciones Unidas (lo que le da un aspecto abstracto y lejano), sino a nivel de los individuos en la sociedad, en el fondo, ¿cuál se está diciendo “que es” el problema? El exceso. Y el exceso es lo que sobra. Pero hablamos de gente, de individuos, de seres humanos, y no de fragmentos de piedra. ¿Cuáles serán los individuos sobrantes? ¿Quién lo decidirá? Si esto se produce en un futuro lineal, es decir, que ha continuado (y, por tanto, acentuado) el consumismo como sistema y el poder del mercado como legislativo (por encima de los Estados), quien quedará excluido, los sobrantes, serán los no-consumidores. No tal etnia, no tal cultura, no tal aquella nacionalidad, sino los parias dentro de ellas: los que no podrán “consumir” el derecho a vivir (sanidad privada, educación válida privada, pensiones privadas). Estos parias o, todavía, siendo más cruel y ofensivo, la “chusma sobrante”, no tendrán ni siquiera el valor de obra de mano barata si los avances tecnológicos les ocupan el puesto (avances que, además, serán “consumibles”). Pero esto no será suficiente, la criba deberá será más amplia.

En las épocas colonialistas, la llegada a las tierras prometidas (prometidas, ¿por quién?) de los colonos, comportaba una drástica disminución de la población autóctona. Parece que ahora la colonización no sea por parte de individuos, sino por un Sistema en sí, el consumista, y los autóctonos serán aquellos que no puedan entrar en el sistema. El ser humano se coloniza a sí mismo mediante un sistema deshumanizador.

Parece un apocalipsis de ficción, solo que en la de “Avengers” (los Vengadores), al ser una película, es necesario que haya un malo personificado, Tanos (en referencia al antiguo dios Tánatos, el de la muerte no violenta: en el exterminio provocado por Tanos, que elimina al azar el 50% de los seres del universo, la gente se disuelve, sin sangre, sin dolor). Si hay un malo, hay los buenos: los héroes salvadores. Aunque cabe decir que es un malo un poco extraño: toma él la decisión de ser la mano ejecutora del apocalipsis sin buscar un provecho personal (después de hacerlo, se retira a un confín del universo donde vive sólo en un planeta, en una humilde cabaña con huerto parecida a la de Thoreau).

Si fuera cierto que somos, nosotros mismos, nuestro propio villano o Tanos, ¿esto significaría que también tenemos la posibilidad de ser héroes? La película, en teoría, acaba bien, pues la ciencia ficción permite a los héroes de la película hacer un viaje en el tiempo y regresar al pasado para cambiar el presente, donde Tanos ha vencido. Pero este presente modificado gracias al viaje en el tiempo, este en que la mitad de la población vuelve a revivir (salvo Tanos, el malo) de nuevo, es una continuación que nos retrotrae a plantearnos la pregunta que se hacía Tanos: continuando así, ¿vamos hacia el colapso?

Todo genocidio es condenable bajo dos premisas humanamente indiscutibles: 1) todas las vidas son igual de valiosas por sí mismas, y 2) nadie puede disponer sobre las vidas de los otros (elegir quienes viven y quienes no). El malo de Tanos (y esta es una de las bazas de la película) se salta la segunda premisa al provocar una eliminación “arbitraria”: no es él quien elige el 50% que vive y el 50% que muere, sino que le cede la elección al azar. Pero sí infringe la primera premisa, porque, aunque el azar no decide que una vida es más valiosa que la otra (no hay valor para el azar) es Tanos quien activa el procedimiento. Por tanto, es él quien decide que habrá unas vidas (los supervivientes por azar) más valiosas que las otras. ¿Quién es él para otorgarse el poder de activar el procedimiento? Un salvador. Para él mismo, un salvador que salva la vida del futuro colapso. Tal vez “el azar” evite que sea un genocidio, pero es una matanza.

Retomando la senda de la realidad (la película todavía es ficción), el exceso de población es global, pero el sobrante siempre está afuera. La mayoría de países occidentales, lo ven así; celebrando, incluso, el crecimiento de su respectiva población nacional, porque comporta más jóvenes ante el envejecimiento de su sociedad. ¿Cómo puede ser que, ante el paulatino aumento demográfico excesivo del planeta, los que se auto-consideran países avanzados, requieran un aumento de su población? Simple: el exceso, los sobrantes, deberían ser africanos, laosianos, chinos, o lo que prefieran menos uno mismo. Entramos de lleno en la primera premisa que condena el genocidio, que todas las vidas son igual de valiosas en sí mismas.

Implícitamente (o explícitamente, como prefieran) un Estado Nación considera más valiosa la vida de uno de sus “nacionales” que la vida de los de afuera. Si el sistema consumista se acaba imponiendo a los estados, la vida de un no-consumidor nacional valdrá menos que la de un consumidor extranjero (que, al menos, producirá beneficios). La primera premisa de condena se seguirá cumpliendo, simplemente se habrá trasladado de un sistema a otro. Aspecto que nos lleva, de un modo ligeramente soterrado, a la segunda premisa de condena: que nadie puede disponer sobre el derecho a la vida de los otros (elegir quien vive y quien muere).

No estoy muy seguro de lo siguiente: si mirásemos qué países, hoy en día, tienen la capacidad de ser autosuficientes, nos llevaríamos una sorpresa: precisamente serían aquellos donde tememos o señalamos el aumento de población. Pues, ¿qué país occidental podría ser autosuficiente manteniendo su ritmo de vida? Creo que ninguno. Pero, ¿y un país africano? Creo que bastantes. ¿Será el sistema impuesto por los países consumistas parte causante del problema de superpoblación? Las naciones consumistas (que, excepto USA, suelen tener una alta densidad de población) necesitan los recursos de otros países. Y tememos el aumento de población en éstos, pues empezarán a necesitar los propios recursos para su población, recursos que, a nosotros, nos son imprescindibles. El sistema de Estados Nación, mantenía esos países en una situación de debilidad económica, pero, pregunto: ¿el sistema consumista globalizado va a permitir una clase consumista en esos países? Con lentitud, seguramente. Pero, desde un punto de vista globalizado, es irrelevante. Diversificaremos el problema, pero este continuará siendo el mismo: crecer hacia el colapso con un sistema solamente eficaz si el planeta fuera infinito, que no lo es.

Todo lo anterior, nos lleva a otra pregunta: ¿cuál es el papel de la mujer en todo ello? La película no lo plantea ni por asomo, pues en el mundo de los superhéroes, las mujeres están totalmente “varonizadas”. Aunque, nosotros, sí podemos preguntarnos donde están los derechos del individuo-mujer cuando se habla de problemas de población y su aumento, es decir, de descendencia. Pues la mujer tiene un papel predominante: es ella, con su cuerpo, la que acarrea la gestación, por mucho que el neoliberalismo ya ponga sus manos sobre ello intentando incorporar el mercado y el consumismo en la gestación.

Se habla mucho de la gestación subrogada, las “mujeres-madre” de alquiler (y, por favor, no digamos “vientres de alquiler” como si este vientre no perteneciese a una mujer, que no se trata de un vientre cualquiera, por ejemplo el de un varón), pero, además, todo indica un futuro con la llegada de una revolución genética que permita la posibilidad de procrearse sin la necesidad del embarazo (algo eminentemente femenino: por muy guai que quede en según qué parejas decir “nos hemos quedado embarazados”, que uno sepa, las incomodidades de los siete u ocho meses en pleno mes de agosto, los dolores, la responsabilidad ineludible las 24h del día, solo las lleva la mujer. Por este camino, si una embarazada se queja, el hombre podrá decirle: “¡eh, que yo también estoy embarazado!”.

Es una sustracción de derechos a la mujer, basada en una falsa igualdad). Prosigo: si se llega a la posibilidad de procrearse sin la necesidad de la mujer, el sistema consumista lo venderá como una “liberación” de ésta, basándose en la liberación de las incomodidades que procura la gestación, embarazo, parto, etcétera. El sistema consumista ganará mujeres-consumistas y que el hecho de tener descendencia sea un acto de consumo. Además, será más fácil controlar que solo tengan acceso a la reproducción aquellos que puedan permitir, al nuevo ser, la pertenencia al sistema consumista.

En un futuro más cercano, la gestación subrogada no solamente cosifica el cuerpo de la mujer como receptáculo susceptible de negocio, sino que extiende esta cosificación al ser por nacer, que pasa a ser un objeto comprado (disculpen lo que parece, a priori, una salvajada). Ahí subyace la base del modo neoliberal: una extensión de que las personas son cosas susceptibles de ser como cualquier otra cosa apta para el consumo y el subsiguiente negocio.

Las superheroínas pagan, en la ficción, un precio por sus superpoderes: dejan la posibilidad de ser madres a un lado. No dista tanto de esas supermujeres que, para llegar a lo alto del mundo laboral (una ambición tan respetable como la de los varones) deben dejar esa posibilidad a un lado de su trayecto, como quien deja caer un lastre. Tanos es un hombre con dos hijas, aunque ambas adoptadas a la fuerza (es decir, secuestradas).

Es un hombre-madre sin pareja. El súmmum de la erradicación de la mujer-madre. Como anécdota, una de las hijas, Gamora, es la última de su especie, el último eslabón de un genocidio perpetrado por Tanos, una especie de Último Mohicano. Entrenada, además, como arma asesina. La otra, Nébula, era una pirata del espacio que mentía haciéndose pasar por descendiente de Tanos (para otorgarse poder). Él la tortura, y la convierte en una especie de ciborg, es decir, hija de su creación. Una hija, condenada a ser la última de su especie; la otra, robotizada, condenada a no tener descendencia. Para que vean por dónde van los tiros, ligeramente subliminales.

Es más: se nos dice que Tanos ama a su hija adoptiva Gamora, pero no duda mucho en sacrificarla para obtener el poder que le permitirá su propósito genocida. Aparte de las reminiscencias de tragedia griega de todo ello (¿qué es Marvel sino un nuevo Olimpo?), podemos, como tantas otras veces, reducirlo al máximo: si percibimos que muchos problemas son generados o acentuados por el “modo” de vivir (el Sistema), y la historia de la humanidad es la de un mundo dominado y dirigido por varones, una gran posibilidad de cambio, ¿no es cambiar esto? A veces, y disculpen el atrevimiento o ignorancia, a un servidor le da la sensación que el Sistema ya lo ha percibido, y que por ello se previene forzando la elección entre el retrógrado concepto “mujer-madre en casa” y el de súper-mujer “varonizada”.

¿Para cuándo una reunión del G7 con un 80% de mujeres, alguna de ellas embarazada, alguna dando el pecho? ¿Para cuándo una presidenta del gobierno inaugurando una infraestructura con su bebé en la mochila? No se trata de buscar una imagen, sino de aplicar la sabida fórmula empresarial: que, haciendo lo mismo, todo continuará igual. Es decir, que en este Sistema que tiende al exceso, si no cambiamos radicalmente nos dirigimos al colapso. Hasta que llegue un Tanos y, sorprendentemente, no se le tema ni condene, sino que le aplaudan las masas instantes antes de disolverse en el aire.

“Avengers. Endgame” (Los Vengadores. El final del juego). Dewey, el pensador norteamericano, nos decía que, para que un organismo asegure la estabilidad necesaria para sobrevivir, debía compartir las relaciones de su medio. La anterior película de la saga, llevaba el subtítulo de “la guerra infinita” (Avengers. Infinity war), puesto que los superhéroes nunca solucionan nada: lo dejan todo tal cómo estaba (esta es la absurda pretensión imposible de la venganza. Recuerden, son “vengadores”).

El superhéroe tipo Marvel es hijo del “establishment”: su lucha, principalmente, es mantener el statu quo sin ninguna intención transformadora. Estos héroes del Olimpo-Marvel solucionan una crisis sin catarsis: lo dejan todo “igual a como estaba”, sin plantearse, en ningún momento, ningún cambio ni alternativa. Son héroes “correctores”: corrigen cualquier desviación que se salga del cauce establecido. Uno puede pensar que es un modo de ayudar a los que no tienen poderes (nosotros, la masa), pero lo que realmente hacen es “ocultar” que el sistema no funciona y evitar que nosotros (la masa) nos planteemos si habría que cambiarlo. Son dioses seculares del status quo. Y, como todo dios, enemigos del cuestionamiento.

Referente a la superpoblación y el exceso que conlleva (de población y de consumo por parte de esta población) suele ligarse la solución con el concepto de hacer un sistema “sostenible”. En el fondo, la sostenibilidad es una manera más moderna y suave de denominar otro concepto, uno que la sociedad del consumo de hoy en día aborrece: la renuncia. Decía el sociólogo Sennett que la renuncia es una tarea de la religión. En un mundo secular, el consumismo consigue que la renuncia sea vea como algo anacrónico: el futuro loado es no renunciar a nada. Excepto para la mujer, que debe renunciar a ser mujer-madre para acceder a un sistema varonil.

Pero sigamos con nuestros superhéroes: son, simple y llanamente, guerreros. Machos, o hembras-macho, alfa. Espaldas plateadas con traje llamativo. La guerra es infinita porque, manteniendo el statu quo, solo la extienden hacia el futuro. Pero para aquellos que no tienen descendencia (¿ven muchos superhéroes papás o mamás?) el futuro solamente es una prolongación del presente. El tiempo son pedazos de piedra que se extraen de un bloque. La utopía, humana, sensible con el prójimo, justa, deviene innecesaria.

Tal vez nos guste forjar este tipo de ficciones de guerras infinitas para evitar afrontar un problema real: el planeta, precisamente, infinito no es. El subtítulo de esta última película (Endgame, “El final del juego”), es engañoso: el juego no acaba, sigue ahí, latente, con la superpoblación como detonante. El planeta tiene sus límites, nos guste o no, y es el medio donde vivimos, donde vivirán nuestros hijos, los hijos de éstos, y aumentando hasta que el planeta no dé más de sí. Un tema difícil de tratar, pero mejor hacerlo a ras de suelo que trasladarlo a las élites que solo viven en el presente.

“Su” presente; y, por tanto, despreocupadas de tratar una problemática que llegará en un futuro en el cual no estarán. Nuestros mandamases mundiales o nacionales tal vez no vistan trajes llamativos y ajustados (con o sin capa), pero sí actúan igual que los superhéroes celebrados: ponen parches, corrigen acontecimientos aislados que demuestran, en una perspectiva de conjunto, que este sistema no funciona, que es insostenible como tal, y hacen todo lo posible para mantener su status quo.

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