Fotos de César Gil.

Me cuesta asumirlo, ha muerto el grandísimo poeta peruano Arturo Corcuera. Amigos comunes me tenían informado de su consunción, de su debilidad paulatina, pero cuando suena el teléfono y te lo dicen queda sólo la estupefacción.

Lo conocí tarde, quizá, sin saberlo, en las puertas de su éxito definitivo. Compartimos un acto poético en la Casa de Juan Ramón Jiménez, en Moguer, en España; estaba Arturo como arrobado, porque JRJ ha seguido teniendo un ascendiente muy importante en muchos de los poetas americohispanos que comenzaron a bregar con sus vidas en los años 50, contaba (y consta por escrito en el recuerdo, las letras y los estudios sobre aquel momento) que salían a emborracharse y hacer de poetas rebeldes en un antiguo Ford rojo que atendía al nombre de Platero… Arturo Corcuera parecía incrédulo, los lugares de ese libro de encantos, la casa, las calles, el aire, las gentes, como a mozartiano en Salzburgo lo tenían igual que a mí atendiendo a su palabra lenta, meditada, asombrado de que el destino pusiera delante mía a otro maestro insuperable del que aprender casi todo (he tenido suerte, magisterios).

Si alguien quiere saber de su poesía, que empiece por su obra en marcha Noé delirante detenido ya, libro mágico lleno de infancia y sabiduría, aunque suene raro, de madurez cínica y, sin embargo, de una inocencia mitológica que lo hace libro sagrado para nosotros, los salvajes que cada mañana nos levantamos en un mundo recién nacido. El 10 de enero de 2017 «[…] desde la clínica de enfermo, donde me acompañan los recuerdos de Moguer […]» me dedicó su Baladas de la piedra, del amor y de la muerte, y créanme que me emociono escribiendo esto; un volumen donde una despedida hecha de amor se convierte en la estela marmórea de la vida como un río que se va, un libro lleno de humor a veces negro: en su último poema, Arturo reparte entre amados y conocidos su cuerpo en el día de sus funerales; pero nunca claudicando, «Me niego a que se pudran estas venas / por las que mis padres y otros míos / navegan viniendo desde tan lejos»… la obra de Corcuera es inmortal, es uno de esos poetas nutricios de los que, para quien lee y para quien escribe, parece su letra haber existido siempre, siempre.

Fotos de César Gil.

Pero no voy a hablar de sus libros, habrá empacho. Sólo quiero dejar constancia de una tarde-noche de un 24 de junio de 2016; a través del fotógrafo y documentalista Daniel Lagares (artista enorme, exiliado por nuestra ignorancia) se fue fraguando una cierta amistad en la distancia y este posible encuentro; el saludo bastó para que un tipo grande de obra y pequeño de cuerpo me tratara, a mí, que soy pequeño de obra y grande de cuerpo, con cercanía, respeto y sabiendo oír… conversamos más de media hora sobre JRJ, la poesía, la Belleza, el Arte, hasta algo de psicología y estética, y se nos olvidó que la conversación estaba siendo grabada para no sé qué documental que se habría de emitir en Perú… después seguimos hablando y, creo no equivocarme, hubo un encuentro de esas afinidades electivas que, a veces, uno halla en la vida. Leyó su obra, emocionándonos, y cenamos invitados por Diego, el padre de Daniel Lagares, en la plaza a los pies del Monasterio de Santa Clara con la grita de la chiquillería y nuestros deseos de vuelco político que pusiera la Justicia de nuevo al mando de los gobiernos.

Fotos de César Gil.

Publiqué entonces sobre su lectura de poemas: “Arturo Corcuera es un hombre corito, pero grande de presencia; su pelo cano y ralo a lo Liszt excede a la mirada, que mantiene en el recuerdo a un tipo alto que no lo es, aunque gigante poeta. El tópico lo nomina como mago de la palabra y pudimos percibir esa mancia entre olores a jazmín, paredes encaladas y una madreselva que trasminaba a dama de noche. Arturo perdió un papel y empezó lento, la edad le marca un ritmo distinto, su fuelle es corto, apenas reguerillo, pero ventalle de sabiduría; ahora lo pienso y ese papel se perdió queriendo, porque todo retórico sabe que la ley es ir de lo menos a lo más y al final de su lectura nadie recordaba la fragilidad. Su verbo suave y cadencioso, rítmico y sibilante, emotivo y repleto de una ironía finísima y amarga, llenó de luz la oscuridad en sonochada del patio de la casa del Moguereño. […] Sus poemas tienen esa virtud de la depuración, de con casi nada decirlo todo, pero cualquier aficionado al verso descubre en ellos una orfebrería de ideas, de eufonía y cadencia que lo hacen poeta singular y repleto de vida, porque todos sus textos son obras completas y complejas de técnica, sin embargo no traslucen la maquinaria. […] Hay que reeditar en España ya su Noé delirante, por ejemplo, libro soberbio que lo pretende todo y casi lo consigue, nada es perfecto. Oírle leer su «Tarzán y el Paraíso Perdido» con voz quejumbrosa entre la lágrima y la carcajada, un Tarzán derrumbado, destruido y vencido, es una lección de poesía que jamás olvidaremos quienes estuvimos allí. Arturo Corcuera, acuérdate de nosotros mirando el cielo de Lima y los chuparrosas inflamados…”.

Allí en el Cielo de Lima, con Georgina Hübner, JRJ y Platero, el coche. Que la tierra te sea leve.

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