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Ángeles y demonios

Eduardo Luis Junquera Cubiles
Eduardo Luis Junquera Cubiles
Nació en Gijón, aunque desde 1993 está afincado en Madrid. Es autor de Novela, Ensayo, Divulgación Científica y análisis político. Durante el año 2013 fue profesor de Historia de Asturias en la Universidad Estadual de Ceará, en Brasil. En la misma institución colaboró con el Centro de Estudios GE-Sartre, impartiendo varios seminarios junto a otros profesores. También fue representante cultural de España en el consulado de la ciudad brasileña de Fortaleza. Ha colaborado de forma habitual con la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón y con Transparencia Internacional. Ha dado numerosas conferencias sobre política y filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad UNIFORM de Fortaleza y en la Universidad UECE de la misma ciudad. En la actualidad, escribe de forma asidua en Diario16; en la revista CTXT, Contexto; en la revista de Divulgación Científica de la Universidad Autónoma, "Encuentros Multidisciplinares"; y en la revista de Historia, Historiadigital.es
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análisis

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Existe una tendencia un tanto infantil a demonizar o blanquear, según nos convenga, a determinados grupos o personas. Hay gente en España que de verdad piensa que el PSOE es el caballero blanco de nuestra democracia y que, por el contrario, cuando gobierna el PP las fuerzas franquistas andan por ahí desbocadas y casi es mejor permanecer en casa antes de que te detengan y te manden de nuevo a la desaparecida comisaría de la Puerta del Sol. Mucho fantasear para llegar a una conclusión tan simple como realista: que las políticas que más nos afectan, las económicas, son idénticas en ambas formaciones. No he dicho parecidas, sino idénticas. Puede que Pedro Sánchez constituya una excepción respecto a Zapatero y González, pero si esto es así, algo que solo podremos juzgar al final de su presidencia, será porque con él gobierna un partido de izquierdas como Unidas-Podemos, no porque su deseo sea llevar a cabo políticas diferentes a las neoliberales.

Lo mismo ocurre en el caso de Estados Unidos cuando idealizamos el período de Obama comparándolo al de Trump. Obama fue el presidente que más inmigrantes deportó en la historia del país y durante su mandato también había niños en jaulas en la frontera con Méjico. Siguiendo con esta idealización del pasado, hay que decir que fue Clinton el que comenzó a construir el muro en el sur de Estados Unidos, pero insisto en que vivimos en un tiempo en el que analizamos más con el corazón que con la razón. Por cierto, que la firma del propio Clinton de la derogación de la ley Glass-Steagal, en 1999, mediante la aprobación de la ley Gramm-Leach-Bliley, que permitió las fusiones entre bancos tradicionales y bancos de inversión y que se hizo a medida de Citicorp, entonces el banco más grande del mundo, para que este se fusionase con un holding de bancos comerciales y con el gigante de servicios financieros, seguros y fondos Travelers Group dio inicio, de forma tal vez irreversible, a un mundo dominado por la ley del más fuerte. En realidad, la fusión entre Citicorp y Travelers había tenido lugar un año antes, en 1998, y la ley se reformó con los apoyos de los secretarios del Tesoro, Robert Lubin y Lawrence Summers y del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. Para que el grupo resultante de la fusión pudiera operar antes de la aprobación de la ley Gramm-Leach-Bliley fue necesaria una exención de la propia Reserva Federal. No fueron solo Reagan y Thatcher quienes fortalecieron el neoliberalismo, no seamos simplistas.

Precisamente, en tiempos de Obama murió Eric Garner. Fue en julio de 2014, y lo hizo de un modo que recuerda demasiado al de George Floyd: mediante una llave de estrangulamiento y murmurando las mismas palabras, “No puedo respirar”. Ocurrió en Nueva York. Ante este asesinato, Obama exhortó a la calma porque su política fue siempre inacción y buenas palabras. Da igual qué problema estuviera sobre la mesa, Israel, Oriente Medio, las tropas en Irak o Afganistán, los abusos policiales contra negros e hispanos o el matrimonio entre personas del mismo sexo: inacción y buenas palabras. Obama estuvo en guerra durante sus ocho años de mandato. Claro que los presidentes estadounidenses manipulan el término guerra a conveniencia: a veces lo estiran como un chicle y en ocasiones ni lo nombran. El sistema necesita gente como Obama para seguir haciendo las mismas cosas execrables, pero pareciendo que no se hacen o que incluso se hace lo contrario. Esos ocho años de guerras no están del todo mal para un Nobel de la Paz, aunque en ese tiempo casi era suficiente con no ser Bush para que te lo dieran.

Todas las revueltas protagonizadas por los negros durante el siglo XX fueron sofocadas por la fuerza porque en la sociedad y en las instituciones existía la perniciosa idea de que eran ciudadanos de tercera categoría. Ejemplo evidente son los llamados disturbios de Watts, un barrio de Los Ángeles, ocurridos en 1965 tras el intento de detención por parte de la policía de un joven negro que conducía ebrio. Las protestas se prolongaron durante una semana y en ellas murieron 34 personas, hubo más de 1.000 heridos, 3.500 detenidos y destrucción de propiedades, que incluyeron saqueos e incendios, por valor de 50 millones de dólares de la época. Poco después, se formó la comisión Mc Cone a instancias del gobernador de California, Edmund Gerald Brown, con el fin de que jamás pudieran repetirse revueltas similares. Pero los factores socioeconómicos que perpetuaban la segregación de los negros y que fueron señalados por la comisión fueron ignorados. Decía Ortega y Gasset que “La realidad ignorada, con el tiempo se toma su venganza”. Así es como el pasado se repite una y otra vez y así asistimos, en 1992, a las revueltas de Los Ángeles a causa de la paliza de la policía a Rodney King, un hombre negro que conducía a gran velocidad bajo los efectos del alcohol. La gente no se rebela solo por ver las imágenes de la violencia policial, sino porque en alguna ocasión a lo largo de su vida ha pasado por algo parecido, aunque la agresión sufrida no haya tenido la misma intensidad.

El informe de 101 páginas redactado por la comisión Mc Cone acerca de las condiciones de vida en el barrio de Watts describía discriminaciones en el mercado de la vivienda-la Proposición 14 del estado de California permitía rechazar una oferta de alquiler o compra por motivos raciales-; enormes carencias en infraestructuras educativas y de transporte; nula comunicación entre la policía, mayoritariamente formada por blancos, y la comunidad negra; y menos oportunidades de trabajo para los negros. Algunas de las recomendaciones de la comisión se pusieron en marcha con su consiguiente efecto positivo: mejoras en la alfabetización y los programas preescolares, mayores facilidades para acceder al mercado de la vivienda, políticas activas de empleo y más inversión en salud y transporte. Pero, de forma paulatina, estas medidas perdieron fuerza por la disminución de su presupuesto o por su eliminación. Algo tendrá que ver que, año y medio después de las protestas, fuese elegido gobernador de California Ronald Reagan, un hombre con la misma sensibilidad humana que el comisario jefe de cualquier gulag soviético, eso sí, sosteniendo siempre un discurso de honor que revelaba una firme creencia en el apoyo divino a sus políticas.

Las protestas posteriores han estado protagonizadas por hispanos porque este colectivo ha crecido enormemente y supone en la actualidad casi el doble que el de la comunidad negra. Pero los hispanos se ven afectados por los mismos problemas porque las carencias de los suburbios en los que viven son las mismas que arrasaban Watts hace más de 50 años.

Por vez primera, siento que pueden cambiar las cosas en Estados Unidos porque creo que se ha iniciado una auténtica toma de conciencia entre las clases privilegiadas acerca de la brutalidad con la que históricamente han sido tratados los negros. Ya sé que hay blancos afectados por la pobreza y la incultura, pero es un hecho objetivo que, al menos ellos, no ven como su sufrimiento aumenta por padecer la lacra del racismo. Ese cambio no puede ser solo institucional, por importante que sea crear un marco jurídico contra el racismo y cualquier forma de discriminación, sino que ha de tener un reflejo en las relaciones entre las personas. De lo contrario, asistiremos al triunfo de una nueva inquisición sociocultural y no a una etapa renovada basada en la fraternidad y la igualdad.

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