Recordarán seguramente el anuncio que la marca española de cerveza Mahou sacó hace un par de meses y que se vio obligada a retirar poco tiempo después ante el aluvión de críticas emitidas por músicos y sindicatos de artistas. “Amamos y respetamos la música y a todos los que la hacéis posible, por eso, os hemos escuchado” decía el mea culpa lanzado a través de las redes sociales de la empresa a la par que el spot era eliminado. El anuncio narraba la historia de la banda de rock “Desleales” que se comprometía a tocar en las fiestas de una localidad cada año a cambio de botellines de cerveza. Lo que en principio puede parecer una mera anécdota, saca a la luz la triste realidad que muchos profesionales de la música sufren todavía hoy día. ¿Cuándo y por qué nuestra sociedad comenzó a entender la labor del músico de forma tan alejada al desempeño de una profesión que, como tal, debe ser adecuadamente remunerada? 

Quizá Simmel (1858-1918) proporcionó en sus ensayos sobre sociología de la música algunas claves al respecto al partir de la necesidad de descubrir el sentido profundo de la música en torno a los medios por los que el individuo se adueña de ella para utilizarla en distintos contextos y situaciones, entendiendo que el hecho musical surge naturalmente de los sentimientos humanos y necesita de la práctica social para su externalización. El discurso de Simmel expresa cómo la música se impregna de las características identitarias de cada pueblo estableciendo una clara relación con las creencias, la religión, la ideología o las costumbres de ese lugar. La música vocal surge como extensión del habla, como elevación del lenguaje que es necesitada para la expresión de nuestros afectos mediante el canto, y la instrumental de la comunicación corporal, con las palmas y el sonido de las pisadas al bailar como manifestación de la alegría y como puedan hacerlo otros paisajes sonoros acordes para reflejar la ira. La cuestión reside tan solo en escuchar el ritmo y la melodía de los estados anímicos. 

Quizá Adorno (1903-1969) ofreció también algunas respuestas a la cuestión al hacer mención a una sociedad que observa cómo la música, de naturaleza expresiva y comunicativa, pierde ambas cualidades en una colectividad de masas que comercializa toda comunicación volviéndola trivial, una mercancía a merced de las relaciones económicas y sociales. Tan solo la música que haya conseguido escapar a la cultura manufacturada será una obra auténtica, pagando el precio de la marginación y quedando reducida únicamente al entendimiento de unos pocos. 

Quizá Weber (1864-1920) mediante su pensamiento aportó razonamientos útiles para entender el asunto al poner el estudio evolutivo del lenguaje musical en conexión con las exigencias de comunicación de una determinada sociedad y con la progresiva extensión de la racionalización de los lenguajes y de las relaciones sociales. La evolución de la música se vincula con la de la sociedad, las exigencias técnicas generan procedimientos de creación sonora en una pragmática inseparable siendo, por ejemplo, la imprenta de Gutenberg o las nuevas técnicas aparecidas a finales de la Edad Media para la construcción de instrumentos de cuerda, hechos cruciales para la evolución de la música occidental.  

Lejos de otorgar a ninguna teoría el calificativo de verdad que tanto daño hace al pensamiento, a la empatía y a la convivencia desde el respeto, pretendo más bien reflexionar sobre las causas que llevan al poco entendimiento de la profesión del músico con el que seguramente muchos nos hemos topado en determinados lugares o momentos a lo largo de nuestra carrera. Si la música surge de manera natural del sentimiento y la identidad individual y colectiva, si está inserta en una sociedad de masas que la comercializa, si evoluciona paralelamente al progreso social, parece fácil entender su unión con la vida, con el sentido de que la música nos pertenece y con el sentimiento de que aquellos que la hacen posible, los músicos, de alguna manera cumplen simplemente con la obligación de devolverla a la sociedad. 

Si bien es cierto que afortunadamente son muchos los músicos que disponen de unas condiciones laborales adecuadas y que también existe esa otra realidad donde unos pocos profesionales de la música cobran cantidades que pueden parecernos incluso desorbitadas, la realidad es que el colectivo en sí sigue luchando aún hoy día por romper con los salarios ridículos, con las condiciones poco idóneas, y por un correcto reconocimiento social, alzando así unánimemente su grito protesta tras la emisión del anuncio de Mahou por la dignidad de esta profesión. Independientemente de si el hecho con el grupo “Desleales” sucedió o no de aquella manera, el problema reside en la decisión de la marca de hacer pública y de promocionar una práctica que denigra los derechos laborales de los músicos. No alimentemos socialmente el prejuicio de que dedicarse a una vocación, trabajar en algo que uno ama, está reñido con la justa remuneración económica de una profesión. 

 

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