Por un lado, peligro, angustia, miedo y muerte. Por el otro, desinterés, desidia, insensibilidad y responsabilidad. Desde el año 2013, veinte menores han sido asesinados por violencia de género en España. En los primeros meses de 2017, ya son cinco menores. Estamos hablando de un menor de entre uno y dos años, de dos menores entre cinco y ocho años, y dos entre once y doce años.

Ninguna forma de violencia es justificable, y menos aun la que se realiza contra los niños y las niñas. Por ese motivo, la pregunta que me ronda por la cabeza es como la sociedad, todos nosotros, hemos podido dejar desprotegidos a estos niños. Como el Estado no está cumpliendo con su obligación de proteger a los menores, cuando incluso ha sido condenado por Naciones Unidas, por no actuar de manera diligente en la protección de una mujer, víctima de violencia de género, y su hija de siete años, que fue asesinada por su padre.

Desde CEDAW (Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer) se pedía a España que tomara medidas concretas para proteger a los menores. Una petición de medidas concretas a la que el gobierno respondió diciendo que las decisiones de los comités de Naciones Unidas no son vinculantes. Que crueldad y que atropello. Que insensibilidad del gobierno. Pero también, que insensibilidad de unos ciudadanos que no hemos castigado democráticamente a un gobierno de actúa de esa manera.

Las instituciones, los ciudadanos y la sociedad en su conjunto deben ser conscientes de que nos encontramos ante una emergencia real que es necesaria abordar ya. No son posibles más retrasos, excusas y dilaciones. Hay que proteger de manera efectiva la vida de miles de niños y niñas. Hay que protegerles de una violencia que sabemos que tendrá un impacto dramático sobre ellos a lo largo de toda su vida.

El cambio de la ley, que pasó a considerar a los hijos de las maltratadas víctimas directas de la violencia machista, fue un avance que ha permitido a los jueces incrementar la prohibición de visitar a sus hijos a muchos maltratadores. Pero no es suficiente y hay que ir más allá.

¿Todavía puede creer alguien que un maltratador puede ser un buen padre? La respuesta es no. Y como no son buenos padres, y además creemos que hay que garantizar la seguridad de los niños, la conclusión a la que se llega es evidente: hay que alejar a los maltratadores de los menores.

Es una aberración que el 97 por ciento de los hombres con orden de alejamiento por violencia machista obtenga en los juzgados un régimen de visitas a sus hijos, según los datos del poder judicial.

La ley, debe recoger de forma clara, rotunda y sin equívocos que los antecedentes de violencia tienen que ser claves a la hora de determinar el régimen de visitas. Y si este régimen se da, algo que habría que evitar al priorizar el interés de los menores, tienen que ser visitas vigiladas.

En el dictamen del CEDAW, en el caso de Ángela González Carreño, se puede leer que “El Comité observa que durante el tiempo en que se aplicó el régimen de visitas establecido judicialmente tanto las autoridades judiciales como los servicios sociales y los expertos psicólogos tuvieron como principal objetivo normalizar las relaciones entre padre e hija, a pesar de las reservas emitidas por estos dos servicios sobre el comportamiento de F.R.C…También se observa que la decisión mediante la cual se pasó a un régimen de visitas no vigiladas fue adoptada sin previa audición de la autora y su hija, y que el continuo impago por parte de F.R.C. de la pensión de alimentos no fue tenido en consideración en este marco. Todos estos elementos reflejan un patrón de actuación que obedece a una concepción estereotipada del derecho de visita basado en la igualdad formal que, en el presente caso, otorgó claras ventajas al padre a pesar de su conducta abusiva y minimizó la situación de la madre e hija como víctimas de violencia, colocándoles en una situación de vulnerabilidad. A este respecto, el Comité recuerda que en asuntos relativos a la custodia de los hijos y los derechos de visita el interés superior del niño debe ser una consideración esencial, y que cuando las autoridades nacionales adoptan decisiones al respecto deben tomar en cuenta la existencia de un contexto de violencia doméstica”.

Se puede decir más alto, pero no más claro. Por eso, es apremiante que se adopten las recomendaciones de CEDAW. Desde las personales a Ángela González Carreño: 1.- Otorgándola una reparación adecuada, y una indemnización integral y proporcional a la gravedad de la conculcación de sus derechos; 2.- Y realizando una investigación exhaustiva e imparcial con miras a determinar la existencia de fallos en las estructuras y prácticas estatales que hayan ocasionado una falta de protección de ella y su hija.

Como las recomendaciones generales que señalan la necesidad de: 3.- “Tomar medidas adecuadas y efectivas para que los antecedentes de violencia doméstica sean tenidos en cuenta en el momento de estipular los derechos de custodia y visita relativos a los hijos, y para que el ejercicio de los derechos de visita o custodia no ponga en peligro la seguridad de las víctimas de la violencia, incluidos los hijos. El interés superior del niño y el derecho del niño a ser escuchado deberán prevalecer en todas las decisiones que se tomen en la materia”. 4.- “Reforzar la aplicación del marco legal con miras a asegurar que las autoridades competentes ejerzan la debida diligencia para responder adecuadamente a situaciones de violencia doméstica”. 5.- “Proporcionar formación obligatoria a los jueces y personal administrativo competente sobre la aplicación del marco legal en materia de lucha contra la violencia doméstica que incluya formación acerca de la definición de la violencia doméstica y sobre los estereotipos de género, así como una formación apropiada con respecto a la Convención, su Protocolo Facultativo y las recomendaciones generales del Comité, en particular la recomendación general núm. 19.”

Tenemos entre todos que generar un cambio real. Tenemos que tener en cuenta el deseo de los menores. Tenemos que rescatarlos de la violencia. Tenemos, tenemos, tenemos. Pero, por favor, ¡Hagamos!

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