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Al sur del rock

Recorrido histórico y sociológico por los orígenes y evolución de música autóctona denominada ‘rock andaluz’, que eclosionó en la Transición con ‘Triana’

Juan-Carlos Arias
Juan-Carlos Arias
Agencia Andalucía Viva. Escritor
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análisis

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El universo del Arte precisa de etiquetas para entendederas de mediocres y legos. Ese mal necesario molestó, por ejemplo, a Pablo Picasso cuando le clasificaron como ‘cubista’ refiriéndose a un peldaño de su fecunda carrera pictórica. Más indignados se mostraron Celia Cruz o Tito Puente cuando la crítica los clasificó como ‘salseros’ a dos reivindicadores de la música latina, aunque son historia ya como Reina y Timbalero Mayor de la salsa. Difícil clasificar y acoger es, pues, lo que entraña el ‘rock andaluz’. Tuvo amplio recorrido y poca vigencia. Pero dejó felices secuelas. Atesoró talento, vanguardia, experimentación, maridaje e ingenio. Dio luz a la oscuridad rockera española, que se limitó a magnificar e imitar lo de fuera.

Luis Clemente Gavilán escribió mucho y bien sobre ‘new’ flamenco, rock sevillano e inventarió la discografía del rock andaluz. Pero el también periodista Ignacio Díaz Pérez elaboró la ‘Historia del Rock andaluz’ (Almuzara-CAL, 2018). Es una excelente crónica muy bien ilustrada de la ‘generación que transformó la música en España’. Ese es subtítulo de un libro recomendable de leer, pues ordena y jerarquiza lo disperso.

Abordar una música progresiva que llenó estadios y plazas de toros, cantó letras inolvidables, vendió miles y miles de discos, forjó leyendas y sumó al santoral laico a Jesús de la Rosa, Silvio y Rockberto es un reto. Máxime cuando sus supervivientes tienen memoria selectiva, demonios, ídolos, no viven en mansiones ni de royalties, ni hay bibliografía o documentales.

En el potaje del rock andaluz no obviamos las cucharas de Lole y Manuel, Camarón, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, Enrique Morente y el incombustible Miguel Ríos que tributó en ‘Al Andalus’ (1977) a tan particular forma de entender la música que abordamos.

Este rock usó compases flamencos de silentes ritmos africanos como tangos, bulerías o rumba. Las voces y sus soniquetes marcan el acento andaluz. Conservan las modulaciones tímbricas del flamenco. Los quejidos propios del ‘cante jondo’ se interpretan con lamentos cortos.

Pero debemos señalar que todo se ejecuta sobre base y textos cuyo origen estaría en el rock anglosajón. Instrumentalmente, el ‘rock andaluz’ se sustancia con elementos tradicionales musicales como guitarra flamenca, palmas, castañuelas, etc. Convive armónicamente con guitarras eléctricas, instrumentos de percusión, de viento, teclados y bajos, entre otros.

Oficiosamente la música que historia Díaz Pérez fusionó pop, blues, rock y flamenco bajo el pragmatismo improvisador del directo y piezas instrumentales, en las que ‘Guadalquivir’ sentó cátedra. En la mayoría de las ocasiones el vocalista, o el coro, dejaban hacer a los músicos para deleite del público. Esta fue una de las claves exitosas del rock andaluz.

Buscando los antecedentes del ‘rock andaluz’ vale citar a Miles Davis. El astro de Jazz frecuentó España y versionó en ‘Sketches of Spain’ (1960) el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo y compases de Manuel de Falla. En 1970 el navarro afincado en Nueva York Agustín Navarro ‘Sabicas’ publica ‘Rock encounter’ con Joe Beck maridando excelso flamenco con la cuerda electrónica de Beck. ‘Sabicas’ consideró ahijado musical a Paco de Lucía. El ’rock andaluz’ que analizamos no tuvo, pues, padrinos foráneos. Ni el Stan Getz de la Bossa Nova, ni el Dizzy Gillespie para Jazz cubano.

Hagamos historia de ésta música que atrapa. Entre 1967 y 1970 la Sevilla poco rancia del tardofranquismo (con licencia de Umbral) hervía en Club Yeyé (Patio San Laureano) y Don Gonzalo (Virgen del Valle 32), montado por Gonzalo García Pelayo. Melenudos cantaban en inglés con salero local.

Jesús de la Rosa.

En Rota (Cádiz) la emisora de la base norteamericana palpitaba al oído del sur español. Estaba atento a vanguardias rítmicas que trajeron aires de libertad en un país temeroso de un ‘contubernio’ judeo-masónico que jamás se vio abajo Pirineos. La tropa yanqui iba y venía desde Rota y bases aéreas Morón y San Pablo, ambas en Sevilla, al Vietnam que humilló al Imperio.

Aquellos hippies sevillanos que frecuentaban Don Gonzalo, en el barrio de Los Remedios, acamparon en la Glorieta de los Lotos (Parque de María Luisa). Reivindicaban -desde el césped- paz, libertades y buen rollito. Ahí abandera la cosa ‘Smash’, pero en inglés. Reinterpreta para rockerías (palabro de Jesús Ordovás) ávidas de marcha y canutos el ‘new’ Garrotín. También canta Smash ‘Tangos para Ketama’, en honra al vacilón que dan los ‘cigarrillos de la risa’ liados sobre polen del Rif. ¡Qué puntazo!

La gris policía de entonces no supo qué hacer con aquellos greñosos ‘colocados’, alegres y pacíficos que no eran opositores al franquismo. Pero cerró Don Gonzalo por ‘orden gubernativa’. No lo pudo evitar un abogado y cliente del local, de nombre Felipe González –entonces el ‘Isidoro’ de la clandestinidad-. Señoras, señores, había nacido el ‘rock andaluz’.

Los músicos y sus adeptos se desparramaron por garajes, sótanos, locales y escenarios de Sevilla y provincia. Opositores al franquismo, que también se reunían en Don Gonzalo, emigraron a tabernas del centro sevillano. Parte de la historia acabó en Moncloa, desde 1982, con González. Lo sabemos.

Triana.

Dicha adversidad no detuvo la buena música. Era imparable: Silvio, Julio Matito, Antoñito Smash, el genial Gualberto y Manuel Molina, un gitano moderno, suscriben un original ‘Manifiesto de lo borde’ (1970). Metaboliza, al hispalense modo, el Mayo Francés, psicodelias californianas o dogmas para comunas centroeuropeas. Quién lo sabe. Merece ser leído:

“Cosmogonía de la estética de lo borde:

  • Hombres de las praderas (Dylan, Hendrix, Jagger…)
  • Hombres de las montañas (Manson, Hitler…)
  • Hombres de las cuevas lúgubres (funcionarios)
  • Hombres de cuevas suntuosas (presidentes de consejos de administración, grandes mercaderes)

– Los hombres de las praderas son los únicos que están en el rollo y que han salido del huevo. Sus carnets de identidad son sus caritas.

– Los hombres de las montañas se enrollan por el palo de la violencia y la marcha física.

– Los hombres de las cuevas lúgubres se enrollan por el palo del dogma y te suelen dar la vara chunga.

– Los hombres de las cuevas suntuosas se enrollan por el palo del dinero y del roneo.

– No se puede hacer música en las cuevas del infortunio; hay que abrirse hacia las praderas.

– Las relaciones hombre de las praderas-mercader de las cuevas suntuosas son siempre de sado-masoquismo.

– Sólo se puede vivir tortilleando.

  1. No se trata de hacer ‘flamenco-pop’ ni ‘blues aflamencado’, sino de corromperse por derecho.
  2. Sólo puede uno corromperse por el palo de la belleza.

III. Imagínate a Bob Dylan en un cuarto, con una botella de Tío Pepe, Diego el del Gastor, a la guitarra, y la Fernanda y la Bernarda de Utrera haciendo el compás, y dile: canta ahora tus canciones. ¿Qué le entraría a Dylan por ese cuerpecito? Pues lo mismo que a Manuel [Molina] cuando empieza a cantar por bulerías con sonido eléctrico:

Aunque digan lo contrario,

yo sé bien que esto es la guerra,

puñalaítas de muerte

me darían si pudieran”.

Esta música y forma de ver la vida ocurre muchos años antes de irrumpir el underground barcelonés -más variante del ‘roc catalá’ vendido como roscas por EDIGSA-, los llenazos de la Sala Zeleste y la sobredimensionada ‘movida madrileña’. Sí, la jaleada en discográficas que dictan ‘tendencias’ tras agotarse la fórmula Joselito-Marisol y el La-La-Lá de Massiel.

Aquellos melenudos sevillanos maridaron en su ‘rock con raíces’ el flamenco, jazz sinfónico, blues y hasta el sitar hindú de quien son virtuosos Luis Cobo ‘Manglis’ y Gualberto. No se lo propusieron inicialmente sus músicos, letristas, managers y productores, pero la cosa funcionó. Eso sí, por el exceso del alcohol y drogas se truncaron talentos o fragmentaron grupos musicales. Entonces, llegaron copistas, negociantes y oportunistas.

La estrella de esa Andalucía rockera fue un tímido Jesús de la Rosa Luque. El alma de Triana, hasta su temprana muerte en 1983, sustanció en sus discos -desde ‘El patio’ en 1975- letras emotivas, lírica sublime y una música que ‘Tele’ Palacios y Eduardo Rodríguez Rodway igualaron a la percusión y guitarra más la ayuda de Manolo Rosa, los Marinelli y Cobo.

La leyenda del trío sigue viva. Una vela sigue encendida en la tumba de Jesús a las afueras de Madrid (Villaviciosa de Odón). El sepulcro del poeta está muy lejos de Sevilla, como el de Antonio Machado, pero en ‘Casa Vizcaíno’ (calle Feria) se brinda todos los jueves del año por su alma, con la espuma cervecera mirando al cielo. Andalucía debe mucho a este cantor y músico inmortal; no vale rotularle sólo una calle a Jesús en Sevilla. Ya la tiene Silvio en Los Remedios, donde tanta vanguardia vibró y pace ahora.

El éxito de Triana tuvo claves haciendo rock sobre bulerías aunque en sus últimos trabajos basculara hacia el pop sinfónico y el intimismo. Unos emprendedores natos, Javier y Gonzalo García Pelayo, apostaron por el talento del grupo. Antes, crearon sello discográfico (Gong) que alojó lo mejor del momento en cuanto a su aporte musical. Las cubiertas de los discos de Triana, y la de muchos más, son del excelso Máximo Moreno.

Los Smash.

La estrella de Triana alumbró el éxito en toda Andalucía: Tartessos (Huelva), Granada, ‘Cai’ (Cádiz), Tabletom (Málaga), Mezquita y Medina Azahara (Córdoba). Antes y después de Triana, en Sevilla hubo más cantera, más arte, más música: Alameda, Green Piano, Pata Negra, Goma, Gong, Nuevos Tiempos, Storm, Imán Califato Independiente, Guadalquivir y muchos más músicos plus. Todos merecen aplauso por su esfuerzo.

El ‘rock andaluz’ tuvo sus fiascos. No olvidemos que Pata Negra adoptó al catalán apodado ‘Kiko Veneno’ para el éxito tras vender poquísimos discos. Del dúo Raimundo & Rafael Amador, sólo resiste el primero con incursiones en el mejor blues que constató B.B. King y ante multitudes. Pata Negra, según su productor Ricardo Pachón, fue más mito que realidad.

Parecido sucedió con el álbum ‘Leyenda del Tiempo’ (1979) de Camarón. Fracasó en ventas hasta la muerte del artista, en 1992. Los expertos, no obstante, lo consideran un clásico que –inicialmente- escandalizó a la ortodoxia del flamenco por su música electrónica, teclados sinfónicos y son caribeño con letras de Lorca, Kiko Veneno, Omar Kayán y Fernando Villalón arregladas por Ricardo Pachón. El universal Camarón abrió ahí puertas y escenarios al flamenco con este trabajo, aunque costó parirlo.

Leemos en la obra de Díaz Pérez verdades que laminan la nostalgia sobre el rock andaluz. Chano Domínguez (teclista de ‘Cai’), ahora vecino de Brooklyn y asiduo del Village neoyorquino, reitera que la realidad pudo al sentimiento. El mejor jazzman andaluz que pasea al flamenco en el jazz recuerda que revivir aquellos años no funciona ahora. Ni los legítimos lamentos del superviviente de Triana, Rodríguez Rodway, ante manejos pre y postmortem de ‘Tele’. Triana resucitó en el siglo XXI por un digno grupo liderado por Juan Reina. Nadie logra apagar la luz de Jesús de la Rosa.

Más verdades las canta, coloquialmente, Pepe Roca (Alameda) sobre el daño que el negocio de la música hace al arte andaluz. Manuel Imán, junto a Gualberto, son quienes más vivieron la realidad musical anglosajona que tanto influyó al rock sureño. Sus pinitos norteamericanos dan fe de ello.

Este rock pasó de imitar a los Rolling, J. Morrison, Cream, Jimmy Hendrix, Jethro Tull, Pink Floyd, etc… a crear póstumamente un nuevo flamenco con rumbas, alegrías o bulerías que sincretizan el mismo flamenco que la UNESCO, en 2010, declaró patrimonio cultural inmaterial para el mundo.

Silvio.

No podemos obviar que esa música, que caló tan hondo en un pueblo sufrido y se metabolizó por una juventud rebelde e ilusionada, reivindicaba Andalucía. La que luchó por un futuro que llegó disipando a buscavidas de la música, artistas de talla, ruinas, adicciones, tragedias y leyendas imperecederas casi 40 años después. El ‘rock andaluz’ tiene quien le escriba y mucho que disfrutar. Este retazo de la historia andaluza sucedió entre la agonía del franquismo hasta el fin de la transición a principios de los ochenta. Ocurrió en un sur de España, que nunca perdió el Norte de nada. Sucedió al sur del Rock con mayúscula. Después, sigue esa Andalucía que crea, vive, lucha…. La que no se apagará jamás.

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