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Acabar con los millonarios, el verdadero gran reto del ser humano

Los argumentos por los que las grandes fortunas y las multinacionales mantienen su poder se caen por sí mismas gracias a la inactividad y la sumisión pasiva de los políticos y de la mayoría social

José Antonio Gómez
José Antonio Gómez
Director de Diario16. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos "Gobernar es repartir dolor", "Regeneración", "El líder que marchitó a la Rosa", "IRPH: Operación de Estado" y de las novelas "Josaphat" y "El futuro nos espera".
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análisis

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En todos los rincones del planeta, la desigualdad está fuera de control. El 0,1% de la población ya controla aproximadamente la misma cantidad de riqueza que el 90% de toda la ciudadanía mundial. Además, las ocho personas más ricas poseen tanta riqueza como la mitad de todo el planeta.

Los gobiernos de los países que conforman el G7, el G20 o la OCDE podrían erradicar por completo la falta de vivienda gravando con impuestos solo del 1% de la riqueza de solo tres multimillonarios, Jeff Bezos, Elon Musk y Bill Gates

Si se redistribuyera el 2% de la riqueza de todos los multimillonarios del mundo, dejando completamente intacta la riqueza de más del 99,9% de la población mundial, se eliminaría la pobreza extrema por completo. Mientras tanto, los superricos probablemente ni siquiera perderían dinero en el proceso, ya que ganan más del 2% anual de su riqueza.

A pesar de estadísticas como estas, las mismas viejas objeciones resurgen una y otra vez, como zombis ideológicos, cada vez que alguien se atreve a sugerir una redistribución de grandes fortunas. No hay más que ver la reacción de dirigentes políticos como Isabel Díaz Ayuso o Donald Trump cuando se aplican medidas que buscan un reparto más justo de la riqueza. La presidenta madrileña incluso ha osado, en su sectarismo neoliberal trumpista, a judicializar las leyes por las que los más ricos deben pagar una parte de los impuestos que deben pagar y que, a través de herramientas de ingeniería fiscal, consiguen evadir.

La primera de estas objeciones neoliberales es que reducir la desigualdad sigue siendo imposible porque los ricos siempre podrán evitar pagar cualquier impuesto nuevo que se les imponga. Por otro lado, los fanáticos de la defensa de los privilegios de los multimillonarios afirman que, incluso si se pudieran aumentar los impuestos a los ricos, no debería hacerse, porque los costes para la sociedad siempre superan cualquier beneficio. La más dolorosa objeción a una redistribución de la riqueza es que los ricos merecen su buena fortuna.

Los multimillonarios maniobran regularmente para evitar pagar sus impuestos. Sin embargo, cualquier gobierno que se tome en serio hacer que paguen su parte justa de impuestos puede hacerlo de manera efectiva. Los gobiernos tienen una amplia gama de medidas viables que pueden implementar fácilmente. Por ejemplo, pueden cerrar lagunas y contratar más inspectores especializados en ingeniería contable. Por otro lado, los gobiernos tienen la capacidad de exigir a los bancos que informen de inmediato a las autoridades fiscales sobre los grandes aumentos de ingresos.

Por otro lado, también pueden aumentar la severidad de las sanciones por evasión de impuestos. En la actualidad, los ricos se enfrentan a poco más que un tirón de orejas cuando defraudan a los Estados. La gente pobre, por el contrario, va a la cárcel por robar mucho menos dinero.

Si se invirtiera esa realidad y los ricos realmente enfrentaran la perspectiva de un tiempo real en la cárcel, o que los delitos fiscales fueran tratados como «alta traición», habría mucha menos evasión de impuestos.

Capítulo aparte merecen los grandes despachos de abogados que realmente evaden impuestos para sus clientes ricos. Los gobiernos pueden comenzar un esfuerzo serio para responsabilizarlos penalmente por ayudar a los ricos a usar paraísos fiscales para evitar pagar su parte justa de impuestos.

Todo esto es posible. Muchos países han implementado con éxito tasas impositivas estrictas a los superricos. Lamentablemente, España no es uno de ellos.

Las pruebas muestran que los beneficios de los altos impuestos sobre los ricos, y los bajos niveles de desigualdad, son mucho mayores que los costes, un orden de magnitud completamente diferente.

Los altos impuestos, sin duda, vienen con algunos costes, pero rara vez equivalen a mucho. Tomemos, por ejemplo, el argumento de que los ricos responderán a los altos impuestos destruyendo puestos de trabajo. No hay pruebas que apoyen esta afirmación. ¿Alguien realmente cree que una multinacional como Amazon va a dejar de operar en España porque se les aplicara un impuesto sobre facturación? Perdería mucho más de lo que pagaría de tasas fiscales. 

El argumento más serio contra los altos impuestos a los ricos es el que Isabel Díaz Ayuso utiliza de manera recurrente: reducen la inversión privada. Sin embargo, gravar seriamente a los ricos no necesariamente reduce la inversión, sino que la reorganiza. Si el Estado recauda impuestos y luego gasta ese dinero en formas productivas, la economía crecerá. De hecho, las investigaciones de distintos premios Nobel de Economía demuestran que la alta desigualdad reduce la tasa de crecimiento general de una economía.

Gravar de manera seria a los superricos tiene elevados beneficios. Las 20 personas más ricas del mundo emiten 8.000 veces más carbono que los 1.000 millones de personas más pobres de la Tierra juntas. Redistribuir una parte de la riqueza superior para invertir en cosas como el transporte público reducirá directamente las emisiones y ayudará a construir una infraestructura baja en carbono que se necesita desesperadamente.

La desigualdad erosiona la democracia. Los politólogos Martin Gilens, catedrático de Políticas Públicas de la Universidad de UCLA y Benjamin Page, catedrático de Ciencias Políticas de la Northwestern University, han afirmado que la mayoría «no gobierna, al menos no en el sentido causal de determinar realmente los resultados de las políticas». Por tanto, La democracia se ha desintegrado en la oligarquía.

La desigualdad se burla de la igualdad de oportunidades que se incluye como derecho fundamental en todas las constituciones del mundo democrático. Los ciudadanos más pobres de las grandes ciudades occidentales tienen, de media, una esperanza de vida treinta años más corta que la de los más ricos. Altos impuestos redistributivos revertirán la más brutal de las disparidades.

El populismo de derecha crece siempre de la mano de la inseguridad económica que, evidentemente, se reducirá gravando a los ricos para financiar servicios públicos de calidad, una red de seguridad más sólida y, por supuesto, garantizar la renta básica universal.

Es evidente y no tiene discusión alguna que la reducción de la desigualdad fortalece la salud y fomenta mayores niveles de confianza y tolerancia, una mejor salud mental y menos delincuencia. 

Por otro lado, ¿los ricos realmente merecen sus inmensas fortunas? La respuesta estándar de la izquierda es que no existe nada parecido a un campo de juego nivelado. Las herencias, las escuelas privadas y todo tipo de privilegios dan a los ricos una enorme e injusta ventaja. Los pobres heredan todo tipo de desventajas, desde la pobreza hasta el sexismo y el racismo.

El problema más básico con la meritocracia es aún más profundo. Los altos niveles de desempeño económico nunca provienen de esfuerzos individuales. Toda producción, en su raíz, descansa sobre un proceso fundamentalmente social y colaborativo.

Toda la producción de mercado se basa en el trabajo y el cuidado humano y ambiental de fondo que hacen posible que la producción suceda en primer lugar.

Bill Gates, de Microsoft, se benefició de una red de padres y maestros que lo cuidaron y socializaron. Se benefició de las comunidades seguras, limpias y pacíficas en las que vivió, de las generaciones de científicos e ingenieros informáticos que crearon el vasto edificio intelectual sobre el que construyó su imperio, así como de los innumerables trabajadores que apoyaron a esos científicos e ingenieros.

Gates también se benefició personalmente de una infraestructura legal que hizo posible la protección de los derechos de autor, así como las leyes de «primacía de los accionistas» que le permitieron apropiarse de la mayor parte del valor creado por sus trabajadores y, al mismo tiempo, privar a esos mismos trabajadores de cualquier voz en el gobierno de la empresa. Gates no creó la infraestructura vasta y productiva de la economía estadounidense y, por lo tanto, no merece las recompensas que se derivan de ella.

En general, el 99 por ciento de los ingresos del 0,1% de la población no se puede atribuir al esfuerzo o talento individual de las personas ricas. La verdadera fuente del 99 por ciento de su riqueza es el trabajo de otras personas, una realidad que hace que su riqueza sea abrumadoramente inmerecida.

El ser humano no necesita a los asombrosamente ricos. De hecho, estaría mucho mejor sin ellos.

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2 COMENTARIOS

  1. Estoy de acuerdo en que la moralidad de la mayoría de los multimillonarios deja bastante que desear y en que deberían pagar muchos más impuestos, pero ¿que alternativa tendríamos si desaparecieran los multimillonarios?
    Vamos a ver, según Marx, el capitalismo se basa en que los dueños de los medios de producción son los ricos. Tiene que ser así, porque algunos medios de producción son tan caros, que sólo los pueden poseer los superricos o una asociación de gente muy rica. Y el objetivo de esos ricos es enriquecerse aún más con esos medios de producción.

    Eso tiene consecuencias negativas, pero si se prohibe eso, sólo veo 2 alternativas:
    1. Los medios de producción pasan a ser todos ellos propiedad del estado. O por lo menos los que requieren mucho capital. Eso es comunismo que ya se demostró en el siglo pasado a lo que conduce.
    2. Los medios de producción dejan de existir. Retrocedemos a antes de la revolución industrial.

    Yo creo que por mucho que no nos guste, los multimillonarios son imprescindibles. Las alternativas son peores. Eso no quiere decir que no se puedan corregir los excesos de la situación actual mundial.

    Por cierto, mi punto 1 reconozco que no es cierto del todo: China es un país comunista con multimillonarios que poseen fabricas. Pero creo que aquí lo que se discute es si millonarios sí o no, no si seguimos siendo un país democrático o nos volvemos chinos.

  2. Ahora parecéis de Podemos. Dentro de algunos años volveréis a recordar a Julio Anguita González, a Pablo Iglesias Turrión, … o a las I`s (Ione, a Isa, a Irene) pero no a las Calv`s (Carmen y Calviño)

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