Me avergüenza pertenecer a un país cuya fiesta nacional es vestirse de luces para torturar, ensañarse y matar humillando a un toro.

Asesinar la nobleza y la naturaleza, ver cómo corre la sangre que se lleva la vida en el resuello del sufrimiento.

Ser incapaz de tener empatía y compasión con el pobre toro acorralado, en pánico, es ser una bestia, un zoquete, un sádico.

Basta de paños calientes, es imprescindible hablar claro de una vez, alrededor de los toros lo que hay es un gran negocio que enriquece a gente sin escrúpulos.

Gañanes de feria enorgulleciéndose de la «profesión» de matar inocentes.

Y para los que van a ver los borbotones de sangre y aplauden, faltan calificativos.

Más valdría que todos ellos leyeran y estudiaran, si es que tienen capacidad para hacerlo.

O que apredieran a hacer la «o» con un canuto, por ejemplo.

Subvenciones a la ignominia, al martirio y a la decadencia.

Muchos ciudadanos no queremos que con nuestros impuestos se paguen semejantes crueldades.

¿Qué relación tiene que los partidos derechistas fomenten este circo de los horrores?

Madrid se ha despertado antitaurina con la enorme manifestación de la que ha sido testigo.

Más de ciento cincuenta mil personas diciendo «no» a la barbarie y la sinrazón.

Dejad en paz a los toros, dejad de humillarlos y torturarlos, de atarlos con sogas, pincharlos o prenderles fuego.

Qué asco infinito y qué pena…

Toros vivos en el campo.

¡Dejadlos tranquilos!

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