Durante el confinamiento, el que más y el que menos soñó con la llegada del verano, y volver a ver los más allegados, abrazar a su gente, darle un beso a sus hijos, a sus padres, a sus tíos, a los amigos, hermanos, sobrinos. Poder reunirse todos juntos, y entre comida y animada charla, decirles lo que les queremos, lo importantes que son para nosotros, y lo mucho que les hemos echado de menos.
Pero llegó el verano, el virus no se ha ido, sigue igual de vivo entre nosotros y aún estará un tiempo haciéndonos más difícil el reencuentro, las ganas de celebrar que seguimos vivos, de darnos esos besos y abrazos, que nos ha robado de forma silenciosa, pero no menos cruenta.
Suena en mi cabeza aquella canción de Víctor Manuel:
“¿A dónde irán los besos
que guardamos, que no damos.
¿Dónde se va ese abrazo
si no llegas nunca a darlo?”
Yo, al igual que un día Víctor, pienso dónde se han ido todos esos besos y abrazos, que se congelaron en nuestras manos y nuestra boca, que tuvimos que hacer esfuerzos para frenarnos, para no darlos, cuando todo nuestro cuerpo nos pedía a gritos hacerlo.
¡Qué difícil nos lo han puesto! ¡Qué importante todo eso que no hemos podido dar, ni recibir. Qué duro cuando tanto necesitamos de nuestra gente, de nuestros familiares y amigos, verles, su cariño, su cercanía, su complicidad y no poder expresar todo lo que les queremos.
Este virus nos ha robado las expresiones más importantes de nuestra vida, poder tocarnos, acariciarnos, darnos ese abrazo, esos besos, y nos angustia no saber ¿cuándo terminará todo esto, cuánto va a durar esta situación tan dolorosa?.