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28 de abril, la última fiesta de la democracia

Hoy se celebran unas elecciones cruciales, no sólo para la ciudadanía, sino para la propia democracia que, desde el intento de golpe de Estado de 1981, nunca ha estado más en peligro como lo está en el día de hoy si las derechas de la Plaza de Colón logran alcanzar el poder

José Antonio Gómez
José Antonio Gómez
Director de Diario16. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos "Gobernar es repartir dolor", "Regeneración", "El líder que marchitó a la Rosa", "IRPH: Operación de Estado" y de las novelas "Josaphat" y "El futuro nos espera".
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análisis

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En redes sociales se han leído estos días mensajes como el siguiente: «Lo tengo decidido. Este domingo no voy a votar. Ya no me sirve el voto útil. Yo no quiero ir a votar por un voto útil sino por alguien y con ideas con que me identifique, y como no hay nadie pues lo siento, pero yo no voto». Esta actitud es la que aprovecha la ultraderecha para alcanzar el poder: el hartazgo que hace que muchos ciudadanos piensen que su voto no sirve para nada. No acudir a votar hoy o no hacerlo a las opciones políticas que garantizan, no sólo el mantenimiento de la democracia, sino su reforma, tendrá el mismo valor que depositar en la urna la papeleta de los partidos de la ultraderecha. La abstención en un día como hoy se convierte en un pilar fundamental para que los ultras alcancen el poder.

La ultraderecha siempre se moviliza al 100% cuando llegan los comicios porque es el único modo que tienen en la actualidad de alcanzar el poder. Las sociedades democráticas occidentales no soportarían un golpe de Estado violento porque las alianzas entre países lo impedirían. Por eso la extrema derecha necesita crear un escenario en el que las personas con espíritu demócrata se harten de las deficiencias del sistema y lleguen a pensar que su participación sólo sirve para alimentar un modelo político viciado.

Es cierto que la democracia española necesita de una verdadera revolución en todos sus poderes, empezando por la Jefatura del Estado y terminando por la Justicia. Sin embargo, lo que puede ocurrir hoy es que nuestro sistema en exceso imperfecto puede desaparecer. Hoy pueden ser las últimas elecciones si la ciudadanía no se moviliza para frenar el auge de quienes quieren destruir los logros conseguidos a lo largo de estos últimos 40 años.

En las distintas redacciones de Diario16 hay colgadas en las paredes portadas del periódico de momentos clave para nuestra democracia. En una podemos leer el «Adiós dictadura, adiós» del momento en que las Cortes franquistas decidieron aprobar la Ley de Reforma Política. En otra vemos un titular como «El poder vuelve al pueblo», en referencia al día de las elecciones de julio de 1977, cuando, tras cuatro décadas de dictadura, los españoles pudieron elegir a sus representantes políticos.

Todo eso está en peligro si hoy no se produce una movilización masiva de los votantes progresistas y demócratas. Ya vimos lo que ocurrió en las elecciones andaluzas del pasado mes de diciembre. La desmovilización provocó la vuelta de los herederos del franquismo a las instituciones, unos políticos cuyo discurso en nada se diferencia del que se utilizaba durante la dictadura y cuyos objetivos no son otros que la involución democrática y la destrucción de los derechos y libertades reconocidos en la Constitución.

Cuando los bárbaros conquistaron Roma lo primero que hicieron fue destruir, piedra a piedra, los edificios construidos a lo largo del Imperio y utilizaron esos materiales para construir los suyos propios. Esto es lo que puede ocurrir con la democracia española donde, en vez de construcciones, lo que van a destrozar son los derechos y libertades de los ciudadanos. Una vez aniquilado el sistema democrático actual, recogerán los escombros para crear un nuevo modelo político basado en el autoritarismo y en el sometimiento del pueblo a los intereses de las élites.

Si los ultras llegan al poder nos encontraremos con que detrás de ese patriotismo caduco o de la patrimonialización de los símbolos nacionales se esconde la demolición absoluta de la democracia. A nivel económico los españoles se enfrentarán a privatizaciones, bajadas de impuestos a las grandes fortunas, reducción de servicios públicos, prestaciones y ayudas oficiales, regulación de la huelga, asfixia de los sindicatos y asociaciones ciudadanas y pérdida de derechos laborales de los trabajadores configuran un documento de gran inspiración no ya ultraliberal, sino neofascista.

A nivel social se destruirán todos y cada uno de los logros de las mujeres en aras de la igualdad real. Los partidos de la ultraderecha sólo creen en el sometimiento de la mujer, además de negar la violencia machista porque, en realidad, ellos mismos representan al machismo más radical.

Si alcanzan el poder gracias a la abstención, poco a poco irán eliminando todas y cada una de las conquistas para terminar en una pseudo democracia similar a la turca o a la marroquí.

A todo lo anterior hay que sumar la irresponsabilidad de los líderes ultraconservadores que se presentan bajo siglas que en otro tiempo representaron a la derecha democrática. Mientras en Europa todas las fuerzas políticas han llegado a un pacto no escrito de no alcanzar acuerdos ni coaliciones con los ultras, en España ya hemos comprobado cómo eso es posible tras el consenso alcanzado en Andalucía.

Por tanto, en el día de hoy la movilización de los votantes es fundamental, no sólo para que gane tal o cual fuerza política, sino para mantener viva nuestro sistema de derechos y libertades, para evitar que estas elecciones se conviertan en la última fiesta de la democracia.

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