Hace unos años, cuando salía del cine, de ver la película 12 años de esclavitud, un señor de mediana edad comentaba con otro que menos mal que se había abolido la esclavitud y la humanidad había pasado esa página de tanto sufrimiento. Me viene el recuerdo de aquella escena porque recientemente el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, durante un debate del Consejo de Seguridad sobre la trata de personas en escenarios de conflicto, advertía que ese delito se manifiesta de muchas formas y afecta especialmente a mujeres y niñas que son objetivo constante de los traficantes.

Por tanto, lo primero que hay que recordar a las personas de buena voluntad para las que la esclavitud es algo del pasado porque para ellos pasa desapercibida, es que la esclavitud desgraciadamente sigue existiendo en la actualidad. Y lo segundo, es que además, está muy presente en la vida de millones de personas de todo el mundo.

Y cuando digo millones, me refiero a que más de 21 millones de mujeres, hombres, niñas y niños viven en condiciones de esclavitud en el mundo, según estimaciones conservadoras en lo relativo a las cifras, realizadas por la Organización Internacional del trabajo (OIT) en su Estimación Mundial sobre el Trabajo Forzoso de 2012.

Es decir, ahora hay más personas en situación de esclavitud que en ningún otro periodo de la historia. A pesar de que el 25 de septiembre de 1926 la Sociedad de Naciones firmara La Convención sobre la Esclavitud, que declaraba ilegal la esclavitud y establecía la obligación a los Estados de evitar el comercio internacional de esclavos y perseguir a quienes la practicaran.

Y a pesar de que en el año 1956 se firmó la Convención suplementaria sobre la abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud para extender la prohibición y persecución acordadas en 1926 a determinadas conductas que se consideraban análogas o asimilables a la esclavitud. Entre ellas: la servidumbre por deudas, la servidumbre de la gleba, obligar a una mujer a casarse a cambio de entregar dinero a sus padres o familiares, ceder a la mujer a terceros, transmitir a la mujer por herencia otra persona, o la explotación infantil.

¿Nos gustaría ser a nosotros uno de esos esclavos? ¿Nos gustaría que fueran esclavas nuestras madres, nuestros padres, nuestros hijos e hijas o nuestros familiares? La respuesta evidente es que no nos gustaría. Entonces, no podemos estar de brazos cruzados ante esta situación denigrante.

Muchas personas, algo escépticas, piensan que si existe, la esclavitud es algo lejano y que en la mayoría de los casos tiene que ver con la explotación sexual. De nuevo, los ciudadanos de bien, debemos tener los ojos más abiertos, porque el siete por ciento de las personas que viven en condiciones similares a la esclavitud está en Europa, América del Norte, Japón y Australia. Es decir, más de un millón y medio de personas están en situación de esclavitud en las calles y las ciudades donde transcurren nuestras vidas cotidianas.

Y frente a la creencia generalizada de identificar situaciones de esclavitud con explotación sexual, el 68 por ciento del total, son víctimas de la esclavitud explotados en la economía privada por individuos o empresas. Concretamente, trabajan en actividades económicas como la agricultura, la construcción, el trabajo doméstico o la manufactura.

La esclavitud es algo indecente que genera anualmente más de 150.000 millones de dólares, según la OIT. La esclavitud nos concierne a todos. Por ese motivo, es nuestra obligación terminar con la impunidad y hacer realidad que ningún ser humano sea esclavo, ni amo.

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