-¡Vivan los novios!

-¡Vivan!

El vino se me va a atragantar si vuelvo a oír el absurdo gritito. Y pienso seguir bebiendo todo lo que me pongan: cerveza, champán, chupito, copas… Cualquier cosa. Lo necesito. Las bodas no son mi elemento.

Tanto si miro a mi derecha como a mi izquierda en la mesa donde me han puesto todas las mujeres vestimos de forma idéntica –privilegios de ser dama de honor-: falda acampanada fucsia y un cuerpo color crema con zapatos a juego . La novia solo nos ha permitido originalidad en los tocados y, como a todas les dio por ponerse sombreros imposibles, yo he elegido unas flores para adornar mi pelo.

Menos mal que la ensalada es poca cantidad porque no debería haber comido tanto durante el cóctel. Pero, ¿quién podría resistirse? Jamón ibérico, pulpo, foie, queso… A la mierda la dieta otra vez. Un día es un día, sí, claro, pero si los sumas… Así estoy, que me sobran diez kilos por lo menos. Y me falta alguien que me quiera.

Otro día sola. En una carpa llena de gente contenta, celebrándolo, emborrachándose, pero sola. Acabo la copa de vino de un trago y la camarera corre a llenármela de nuevo. Me dejo mimar por la única persona que me hace caso en este sitio.

Comienzan a servir el solomillo y la charla en la mesa se va animando: guarderías, coles, fútbol, discusiones de pareja… Ningún tema acerca del cual tenga algo que decir. Me bebo el vino y decido ir al baño para poder huir un rato. Allí me encuentro a la hermana de la novia que necesita ayuda para cambiar de pañal a su bebé. Es una niña rubia con ricitos que llora con un volumen sorprendente para ser tan pequeña. Sé que soy la persona menos indicada para la delicada misión y aún así me ofrezco para llevarla a cabo. Nos metemos en el baño de minusválidos –que, por cierto, menuda palabrita, llamarlos menos válidos que los demás no es muy políticamente correcto, ¿no?- y tumbamos a la niña en el lavabo a falta de otra superficie mejor. Cuando la madre le quita el pañal me pregunto cómo ese ser diminuto que grita tanto puede soltar esa masa de excrementos con una textura líquida color mostaza que hace peligrar la permanencia del solomillo en mi estómago. Me concentro en intentar evadirme del olor y ya la madre ha conseguido ponerle un pañal limpio y abrocharle de nuevo el vestido. Me pide que la coja en brazos mientras se lava las manos. La niña ha dejado de llorar y me mira fijamente porque no me conoce. De repente sonríe y me hace sonreírle a mi vez. Una pequeña punzada en el estómago me recuerda que ya tengo más de cuarenta y que mis posibilidades de ser madre son muy remotas. Sobre todo sin pareja y sin dinero para ningún tipo de tratamiento de fertilidad. Me acerco a darle un beso a la niña y la madre me la arrebata para volver corriendo a su mesa. Por lo menos me da las gracias mientras se va.

Regreso a mi silla más triste que antes y cuando me siento me doy cuenta de que no he llegado a orinar. Estoy a punto de levantarme de nuevo, pero veo que mi amiga la camarera ha vuelto a rellenar mi copa de Ribera así que me lo bebo sin rechistar.

Una música anuncia que los novios van a partir la tarta. La gente se pone de pie como si hubiese llegado algún famoso y los rodean. Me asomo por una rendija entre los tocados de mi derecha y veo al novio que utiliza una espada digna de un samurái. Antes de probar la tarta, la novia alza su copa de champán y exclama: “Por el amor verdadero” y a nuestro alrededor estallan las ovaciones, aplausos y brindis. Uno de los amigos del novio, ingenioso poeta en otra vida, grita: “¡Vivan los novios!”. Aplausos de nuevo.

No aguanto mucho más de pie porque los tacones me están matando. Vuelvo a mi sitio. Delante del postre la copa de tinto vuelve a estar llena. Miro a la camarera y me guiña un ojo. Me lo tendré que beber.

En el plato hay un invento infernal compuesto de hojaldre, mermelada, crema pastelera, chocolate y mermelada. Mínimo quinientas calorías. Sexo no voy a tener esta noche, como de costumbre, así que me consuelo con el dulce. Dicen que el chocolate es casi lo mismo, aunque yo no estoy convencida.

Traen el café y el chupito. He perdido la cuenta de las horas que llevamos sentados comiendo. Una de las damas de honor, Marga, aprovecha que su marido ha salido a fumar para contarnos algunas intimidades. A pesar de los años que llevan juntos y los dos hijos que han tenido, no hay fin de semana que Marcos no salga a cenar con ella. Le regala flores, le dice “te quiero” todas las mañanas y, por supuesto, se acuesta con ella diariamente. Las chicas se deshacen en cumplidos y más de una aprovecha la ocasión para desahogarse y poner verde a su marido.

Marcos regresa y lo observo con mayor detenimiento. Tiene los ojos verdes y el pelo oscuro, es alto y delgado, elegante. Solo un hombre con su porte podría atreverse a llevar una pajarita rosa chicle con rayas moradas. Creo que es lo único que no me gusta de él. Me pregunto cómo sería despertar a su lado, escuchar palabras de amor, sentirte deseada.

Termino de un trago el chupito porque ya la gente se está levantando. Comienza el baile. Los novios lo inauguran con el consabido vals. Se balancean al ritmo de la música de forma muy coordinada y no dejan de sonreírse el uno al otro. Supongo que estar enamorado debe de ser así. Un baile en el que la otra persona te adivina y te acaricia el alma. Me estoy poniendo cursi. Voy a por una copa.

En la barra hay más damas de honor y charlo con ellas un rato. Los camareros no dan abasto y es Marcos, cual caballero de blanca armadura, el que pone orden y consigue nuestras bebidas. Vuelvo a observar su pajarita y pienso que estría mejor sin ella, y sin el traje y sin la camisa y sin calzoncillos… Me atraganto y escupo sin querer ginebra en la falda de raso.

Viajo hacia el baño a limpiarla y me encuentro a la hermana de la novia con la niña y su marido que me reitera su agradecimiento por mi ayuda. Me pide que la acompañe y me lleva a un pequeño cuartito en el que la novia puede guardar sus cosas. Consiste en una habitación con lavabo y un retrete. Allí hay todo tipo de obsequios para los invitados. A las chicas nos han dado un pañuelo, pero ella coge unos bombones que tenían preparados para la familia y me los regala. No sé qué hacer con ellos y busco el abrigo en el ropero para ponerlos dentro de un bolsillo.

El baile se ha animado bastante. La mayoría de los jóvenes están en la pista. Recupero mi copa y me acerco a un grupillo para moverme al ritmo de la música. Pero el vaivén me marea. Puede que hayan sido los vinos, el champán, el chupito y la copa. También es probable que influya el hecho de que tras dos intentos todavía no he logrado eliminar todos esos líquidos.

Salgo corriendo cuando noto la arcada. Llego en tiempo récord y sin interrupciones. Hay tres cubículos en el baño y los tres están ocupados. Me entra pánico. No sé si tengo más ganas de orinar o de vomitar. No quiero manchar más mi disfraz de dama de honor. Se me ocurre ir al de minusválidos y está cerrado. Entonces veo la puerta del cuarto secreto de la novia repleto de regalos y recuerdo que había un baño. Rezo para que no esté cerrado con llave y milagrosamente no lo está.

Al fin consigo orinar y después paso un rato sentada en el inodoro con la cabeza apoyada en la pared intentando no vomitar. Me despierta un ruido de telas que se mueven y una risita femenina. ¿Quién me mandaría a colarme aquí? A ver cómo salgo ahora. Me asomo por debajo de la puerta y veo el vestido de la novia. Alguien está levantando faldas, cancanes y tules varios para sentarla en el lavabo. Le quita las bragas blancas de encaje y las tira al suelo. Ella continúa riéndose. Y yo sigo preguntándome qué hago ahí. Estoy convencida de que voy a ser testigo de un avance de la noche de bodas y no sé si seré capaz de soportarlo.

Me asomo otra vez y veo que él se ha metido entre las faldas. Ya no lleva la chaqueta y se está desabrochando los pantalones. Decido sentarme de nuevo y cierro los ojos. Intento imaginar que estoy en otro lugar. Una playa paradisiaca, alejada de todo esto. Una prenda cae dentro de mi escondite y rebota en mi muslo. Abro los ojos y tengo que taparme la boca con la mano para no emitir ningún sonido. Es una pajarita rosa chicle con rayas moradas.

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