Coloraos

Micke corría, esquivaba, saltaba, derrapaba en las curvas… Los vasos, platos cucharas, sartenes y cacerolas pasaban a toda velocidad y algunos saltaban por los aires. Con la lengua fuera y jadeando, estaba a punto de darse por vencido cuando, al cruzar por delante de una enorme quesera que había acabado en el suelo, apareció una sombra gigante. Frenó en seco. El flaco gato que le perseguía también intentó detenerse, pero con la velocidad acabó derrapando, haciéndose un ovillo y rodando hasta golpearse en el rincón que cubría una vieja alacena junto a la puerta. Allí quedó aturdido. La sombra debería pertenecer a un animal muy peligroso a juzgar por los dientes que enseñaba su reflejo en el armario. Quizá un perro callejero, o quizá una enorme comadreja. Micke, que se había escondido detrás la quesera, asomaba despacio la cabeza para mirar sin dejar de observar como el escuálido gato perseguidor temblaba de miedo cada vez con más insistencia. Al igual que su cazador, sólo podía ver la sombra del peligroso animal proyectado en la alacena. El gato debía de imaginar también que se trataba de una escurridiza comadreja, o de un perro rabioso, que les enseñaba los dientes a ambos. Micke, poco a poco fue girando en derredor de la porcelana desconchada que le servía de escondite y observó que en realidad no había perro, ni comadreja, ni nada. La sombra la proyectaba un tenedor y una cuchara interpuestos convenientemente en el foco de una linterna que debía haberse desprendido de la encimera en la carrera. Justo cuando iba a volver a salir corriendo rumbo al pasillo, cuando un asuso platillo de café, cayó de la alacena y fue a rebotar en la cabeza del flaco minino que quedó grogui.

Micke aprovechó la ocasión para atar los bigotes del felino antes de marchar tranquilamente a su madriguera junto con los otros ratoncillos.

Durante unos cuantos meses, Micke y sus amigos podían entrar tranquilamente a buscar comida en la cocina sin miedo al pulgoso michino. Éste, cuando despertó y notó los bigotes atados, se puso muy enfadado. Y siempre que el gato hacía intención de volver a las carreras con el ratón, Micke, a salvo encima de la encimera, sonreía y le decía:

-Qué, ¿quieres que llame a mi amigo Casimiro y que me ayude a volver a hacerte una trenza en esos pelajos del bigote?

El minino, que en realidad no sabía qué o con qué le habían golpeado, por miedo a que fuera verdad lo que contaba el ratoncillo, los miraba con recelo pero los dejaba entrar y salir de sus dominios como si fueran los amos de la cocina.

Pero pasaba el tiempo y el rufián gatuno no había vuelto a ver al animal del día en que había quedado noqueado, junto al armario, ni tampoco a su sombra. Los ratoncillos, en lugar de intentar volver a montar el reflejo, como ese día, pensaron que el miedo de su depredador sería eterno. Pero cuando sonaron los primeros bufidos del enfadado gato, comenzaron a esquivarle y entrar a la cocina a la carrera. Un tiempo después, el micifuz le dio un revolcón a uno de los ratones, el supuesto perro siguió sin aparecer y los ratones, miedosos de perder el respeto del gato, tuvieron que acceder a la cocina por un agujero en la alacena. Semanas más tarde, el micho causó la primera baja entre los ratones. Del perro ni rastro. Los ratones seguían añorando los tiempos en los que el gato les respetaba, pero ya no entraban en la cocina. Sólo se atrevieron Micke y dos de sus hermanos. El minino les dejaba hacer por miedo a que volvieran a golpearle (por si habían sido ellos) pero estaba decidido también a ajustarles las cuentas. Micke supuso que no tardaría el día en que volvería a tener que correr y gastó su último cartucho pactando con el micho. Ellos no avisarían a los suyos de que estaba en la cocina, ni les dirían a nadie que entraban en la estancia, y así el escuálido felino podría comerse los que quisiera y a cambio, el gato les permitiría a Micke y sus hermanos, entrar y salir sin temor y llevarse lo que les viniera en gana.


Transversales

El año pasado, el diccionario de Oxford, que tiene como tradición elegir anualmente la palabra del año, escogió el término post-truth, en estos lares conocido como posverdad. La posverdad no es otra cosa que una mentira piadosa (o interesada) o una verdad a medias o simplemente la revisión de la historia con fines interesados. Una mentira, o media verdad interesada, de la que muchos me dirán que es una posverdad mía, es que USA fue el principal actor de la derrota alemana en la II Guerra Mundial. En unas encuestas realizadas en Francia en 1945, en 1994 y en 2004, se revela como la propaganda hace mella en la revisión de la historia (la posverdad). Según esas encuestas , en 1945 el 57% de los encuestados afirmaron que la URSS había sido la nación que más había contribuido a ganar la Guerra, mientras que sólo el 20% creía que había sido USA. En mayo de 1994, esta misma encuesta decía que ese 57% había sido reducido al 25% y el 20% aumentado hasta el 49% a favor de EEUU. Por último, en 2004, sólo diez años después, el porcentaje de la URSS había caído al 20% y el de los Estados Unidos elevado hasta el 58%. En 59 años se había dado la vuelta a la tortilla. La desinformación a través del cine americano convierte a la posverdad en triunfadora hasta tal punto que el otro día, en una conversación en el BUS, un joven le preguntaba a otro si en la II Guerra Mundial había habido tres bandos, los Aliados, Alemania y Rusia.

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El comunismo que ha sido vejado y denostado por la cultura capitalista hasta su desaparición, fue la gasolina del motor de eso que en Alemania inventaron y llamaron socialdemocracia.

Acabada la Contienda Mundial, con Europa desolada, destruida, empobrecida y arruinada, los Estados Unidos sembraron para recoger después. Pero el miedo al comunismo y a una nueva confrontación entre dos realidades bien distintas, capitalismo y comunismo, hizo que los que siempre acaban mandando, gane quien gane, tuvieran ciertas consideraciones con los pobres. Todo con un fin claro: evitar que éstos, buscaran soluciones en el otro lado. Así en Alemania crearon una especie de socialismo light y descafeinado que vinieron a llamar socialdemocracia y con ella el también llamado estado de bienestar. En ese periodo, se crearon estados fuertes que recaudaban impuestos progresivos, que repartían gran parte de esa riqueza creando auxilio social, sanidad, educación, servicios públicos, derechos laborales, justicia social y ayudas a los desprotegidos con aportes económicos como el subsidio de desempleo.

¿Es verdad que la Socialdemocracia creó el estado de bienestar? Sí. ¿Habría sido posible sin el “miedo” a la Europa Comunista? No.

Muchos, sobre todo esos que no quieren perder privilegios y que intentan seguir viviendo como obispos a cuenta del ciudadano, se preguntan que le ha pasado a la socialdemocracia que ya no atrae al votante y que cada vez cuenta menos en esta Europa que se desmorona y que vuelve a las andadas del fascismo, la xenofobia y la injusticia social. Y no se dan cuenta que la socialdemocracia cayó herida de muerte a finales de los setenta, con la llegada de Tatcher (1979) y de Reagan en 1981 y falleció el día de la Almudena de 1989 con la caída del Muro de Berlín. Lo que ha venido desde entonces no ha sido sino una retahíla de vividores, que apoyándose en las siglas de lo que fue el socialismo combativo, han ido vendiendo al pueblo uno a uno y quitándoles todos los “componentes” del estado de bienestar. Mientras, ellos han pasado a formar parte de esa élite clasista que vive a costa de exprimir a los demás. Claro que todo esto, no hubiera sido posible sin la ayuda de los que olvidaron la guerra, la destrucción, la represión y el pasarlas canutas y que pensaron que era mejor conservar lo suyo, aunque cada día fuera menos, que intentar seguir siendo parte de una sociedad unida y luchadora por la justicia social.

La socialdemocracia no existe. Y el recuerdo de lo que fue y de lo que hicieron, ni nos va a sacar de esta, ni nos va a llevar de vuelta. Quizá, querido lector, Ud. que quiere servicios públicos, impuestos justos y progresivos, al que no le hacen gracia los nacionalismos (sobre todo el integrista español), que desea volver a un sistema sanitario que funcione y que sus hijos puedan estudiar aunque no tenga dinero para ello, y que cree en aquello de “una persona, un voto”, suponga que eso es socialdemocracia. Pero estamos en una coyuntura en la que lo que usted y yo queramos, importa poco porque nuestros votos son corrompidos y utilizados contra nuestros intereses. Los partidos con nombre “socialista” en la Unión Europea no son sino un eslabón más de este hijoputismo liberal. Son los que en España comenzaron a privatizar los servicios públicos como la Red eléctrica, las aguas, la sanidad y a desmantelar la educación pública concertándola con los colegios religiosos. Son los que a través de los Pactos de la Moncloa, del Estatuto de los Trabajadores y de las consiguientes reformas laborales han acabado con el mercado de trabajo y propiciado que, setenta años después, volvamos a ver pobres con trabajo, pobres con varios trabajos y pobres que tienen que comer en comedores sociales que están a rebosar. Volvemos a ver como los pobres más pobres, tienen que rebuscar entre las sobras de otros para comer. Son los que han devuelto al partido más corrupto de la historia de nuestro país el Gobierno. La socialdemocracia francesa es la de Valls, la que ha acabado con la jornada de 35 horas y la que propone seguir los mandamientos de la Troika al pie de la letra. La alemana es la que pacta con Merkel las medidas que han empobrecido al sur de Europa y la que tapa la estafa contra el pueblo Griego. Los interesados, los románticos y los ignorantes no entienden, o no quieren entender, que las personas acaban aborreciendo las copias y que si tienen que elegir, eligen siempre el original. Que convertir a los ciudadanos en analfabetos de la historia y en zombis que repulsan y repelen la política, acaba siempre depositando a esas personas en brazos del fascismo.

A la posverdad ahora algunos quieren, además, unir la transversalidad. Otra mentira o media verdad. Porque los transversales no quieren saber nada de rupturas, cambios de sistema o de políticas de bases. Los transversales quieren pactar a toda costa con lo establecido. Ser parte del sistema. Elegir “a los mejores” que saben decidir por todos nosotros. Que no pongamos en peligro sus sillas con protestas en la calle, mientras están apartados e indemnes en sus sillones, negociando por nosotros lo que dicen saber que nos conviene. Los trasversales buscan una socialdemocracia que no existe. Y olvidan. Olvidan que el PCE fue pionero en eso de la transversalidad. Pionero en abandonar las calles y la lucha obrera. Pionero en dejar atrás sus convicciones republicanas y revolucionarias para convertirse a eso que llamaron eurocomunismo que ni era comunismo, ni europeo, ni chicha, ni limoná, ni café, ni te, ni aguachirri. Y así nos fue. Y así nos ha ido.

Treinta y cinco años después, no podemos volver a lo mismo. No podemos pactar con el sistema para volver a echarles el salvavidas. La única forma de pactar con el establishment es con el miedo de por medio. Miedo a la calle, a la ruptura, a la lucha de las gentes, a las rebeliones, a su desmantelamiento. Sin ese miedo, el gato siempre acaba comiéndose a los ratones.

Lo ideal es que no hubiera gato, pero si ha de haberlo, al menos que no sea él, el que ponga las normas.

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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