viernes, 26abril, 2024
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Tomás Luís de Victoria. O de cómo expresar la perfección de Dios a través del más universal de los lenguajes

L. Jonás Vega Velasco
L. Jonás Vega Velasco
Natural de La Adrada, Villa abulense cuya mera cita debería ser suficiente para despertar en el lector la certeza de un inapelable respeto histórico; los casi cuarenta años que en principio enmarcan las vivencias de Jonás VEGAS transcurren inexorablemente vinculados al que en definitiva es su pueblo. Prueba de ello es el escaso tiempo que ha pasado fuera del mismo. Así, el periodo definido en el intervalo que enmarca su proceso formativo todo él bajo los auspicios de la que ha sido su segundo hogar, la Universidad de Salamanca; vienen tan solo a suponer una breve pausa en tanto que el retorno a aquello que en definitiva le es conocido parece obligado una vez finalizada, si es que tal cosa es posible, la pausa formativa que objetivamente conduce sus pasos a través de la Pedagogía, especialmente en materias como la Filosofía y la Historia. Retornado en cuanto le es posible, la presencia de aquello que le es propio se muestra de manera indiscutible. En consecuencia, decide dar el salto desde la Política Orgánica. Se presenta a las elecciones municipales, obteniendo la satisfacción de saberse digno de la confianza de sus vecinos, los cuales expresan esta confianza promoviéndole para que forme parte del Gobierno de su Villa de La Adrada. En la actualidad, compagina su profesión en el marco de la empresa privada, con sus aportaciones en el terreno de la investigación y la documentación, los cuales le proporcionan grandes satisfacciones, como prueba la gran acogida que en general tienen las aportaciones que como analista y articulista son periódicamente recogidas por publicaciones de la más diversa índole. Hoy por hoy, compagina varias actividades, destacando entre ellas su clara apuesta en el campo del análisis político, dentro del cual podemos definir como muestra más interesante la participación que en Radio Gredos Sur lleva a cabo. Así, como director del programa “Ecos de la Caverna”, ha protagonizado algunos momentos dignos de mención al conversar con personas de la talla de Dª Pilar MANJÓN. Conversaciones como ésta, y otras sin duda de parecido nivel o prestigio, justifican la marcada longevidad del programa, que va ya por su noveno año de emisión continuada. Además, dentro de ese mismo medio, dirige y presenta CONTRAPUNTO, espacio de referencia para todo melómano que esté especialmente interesado no solo en la música, sino en todos los componentes que conforman la Musicología. La labor pedagógica, y la conformación de diversos blogs especializados, consolidan finalmente la actividad de nuestro protagonista.
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análisis

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Se mecen de forma sosegada las hojas de unos árboles que, como nosotros, en breve dejarán de estar aquí para, a partir del inconsciente que de nuevo impera, hacernos mucho más conscientes de nuestro propio devenir, o quién sabe si de la locura a la que a menudo se ve enfrentado el Hombre en la medida en que como ningún otro elemento de esta creación con tantos compartida, es en realidad conocedor de la última consecuencia, de la terrible conclusión a la que indefectiblemente nos conduce nuestro devenir.

Conscientes pues, no tanto del árbol cuando sí más bien de la sombra que sus hojas proyectan sobre el suelo que con todo y todos compartimos; para comprender a la sazón de su mecer el estremecimiento que en realidad nos proporciona el saber que somos los únicos que conocemos el fatal desenlace al que inexorablemente nos conduce lo que por otra parte se define como nuestra única verdadera obligación a saber: vivir.

Y si saber que vivir no es sino lo que nos conduce a la muerte es precisamente lo que nos diferencia del resto de realidades, me resisto a decir de creaciones, con las que compartimos todo lo que nos rodea y asumimos en llamar realidad. ¿Qué será lo que por otro lado nos diferencia del resto de elementos junto a los que conformamos la realidad? Pues obviamente la diferencia habrá de estar en el procedimiento, en la forma que elegimos para vivir nuestra vida.

Es así pues que una vez abandonada aunque sea ni siquiera por accidente la posibilidad de ser superficial, lo único que resulta cierto es que una vez asumida la certeza en base a la cual la última causa de muerte es la vida en sí misma, las consideraciones hasta hace unos instantes trascendentales e incluso absolutas, quedan reducidas a una nueva cuestión de semántica y protocolo: ¿Qué quiero para mi vida? Y una vez sabido o decidido: ¿Cómo puedo conseguirlo?

Reducida la cuestión, al menos a priori, a preceptos de dialéctica procedimental; comprobamos rápidamente que una vez más la ecuación nos conduce a un desarrollo en el que se enfrentan condicionantes propios de la aptitud, con otros tan o más importantes, a saber los que proceden de la actitud.

Dotando a la aptitud de consideración estructural, por ende natural y dogmática; y definiendo por oposición los componentes propios de la actitud como los que proceden del uso y ejercicio natural del hombre, estando por ello los mismos limitados como lo están los propios hombres; llegaremos a una obvia aunque no por ello lógica conclusión en base a la cual la perfección, compleja no tanto por su inexistencia cuando sí más bien por nuestra incapacidad para aquiescer con los ejemplos que probablemente nos regala; habrá de alcanzarse a partir de una suerte de conjugación de todos los elementos que hasta el momento hemos puesto en juego.

Tal conjugación parece, en nuestro aquí, y en nuestro ahora, inasequible por inexorable. Sin embargo un joven abulense lo consiguió. Y lo hizo en la segunda mitad del XVI.

Respondiendo a la lógica de esa paradoja en la que acaba convirtiéndose el hecho de que poco o en realidad nada estamos destinados a saber de los que, al menos a priori, parecían no estar destinados a aportar grandes cosas; nada es realidad lo que sabemos de un Tomás Luis DE VICTORIA del que solo por referencias indirectas podemos cifrar su nacimiento, a finales de 1548, el cual seguro hubo de tener lugar en alguna de las pequeñas poblaciones cercanas a Ávila, quién sabe si efectivamente en Sanchidrían.

Profundizamos un poco más en lo que la lóbrega documentación archivística desea desvelarnos, lo cual es bastante poco haciendo de tamaña percepción algo más que una impresión, para deducir, porque en un verdadero ejercicio detectivesco se convierte el establecer conclusión alguna hasta el ingreso de un joven Tomás que a la postre no contaría con más de ocho años; en el coro de la Catedral de Ávila, hecho que tiene pues lugar a mediados de 1558.

De una extraña combinación de factores se extrae que estando precisamente por entonces en Ávila nada menos que Bartolomé de ESCOBEDO, del mismo recibiera tanto clases como por supuesto percepciones en relación no solo a la composición, como sí más bien a consideraciones de orden si cabe más complejo como son las destinadas a pergeñarse en los elegidos, a los cuales viene en este caso a dotar no solo de la exquisito de la sensibilidad, cuando sí más bien de la exclusiva capacidad que solo los elegidos poseen y que se materializa en el poder de descubrir la genialidad (¿tal vez de la obra de Dios?) en las cosas más pequeñas del mundo.

Y si la aportación de ESCOBEDO por sublime aunque fugaz, merece ser muy tenida en cuenta, lo cierto es que serán Maestros de Capilla como Jerónimo de Espinar, y fundamentalmente Juan Navarro quienes despierten primero y moldeen después la amalgama de sensaciones, emociones y desarrollos que la Música despierta ya de manera irreversible en un jovencísimo Tomás que más que apuntar aptitudes, muestra ya las que sin duda serán dotes ingentes no solo para la Música en todas sus acepciones, como sí más bien para la revolución que de la misma habrá de erigirse en gestor.

Porque sin duda en eso, o quién sabe si en el múltiple compendio de aspiraciones hacia las que apuntaba la ya por entonces ingente capacidad de Tomás Luis de VICTORIA fue en lo que se fijó nada más y nada menos que PALESTRINA cuando a consecuencia del que será el primer viaje a Roma de un por entonces joven Tomás, termina siendo por él tutelado.

Accederá así pues Tomás a lo más sereno, adecuado, y por qué no, conforme de cuanto la musicalidad del momento refiere a la hora de erigirse en la perfecta exposición de una religiosidad que por tamaño entonces, ha de mostrarse muy limitada, interfiriendo más que ayudando en lo que por entonces se entendía como una mera relación de servilismo: (La Música obviamente al servicio no tanto de la Religión, como sí más bien de los Oficios Religiosos.)

Se negará pues de plano a que de su trabajo, o en este caso de su composición se devengue cualquier suerte de contemporización hacia tales consideraciones, aportando a sus creaciones un matiz incontestable que si bien viene a refrendar la tesis de la participación del Hombre en la Comunión con Dios a través de la Música, lo hace modificando sin duda el plano a partir del cual esta relación se desarrolla.

Estamos así pues cimentando la revolución en la que a posteriori será incluso sencillo reconocer los principios del Renacimiento Español, pero que por aquel entonces serán muy difíciles incluso de ubicar en pos de justificar su necesidad, toda vez que implementados con fuerza en el devenir del que es el presente histórico del Maestro, se hallan todos y cada uno de los cánones que por otro lado son perfectamente obvios a la hora de escenificar si no la guerra cuando menos sí algunas de las batallas que por entonces se libraban, las cuales no eran sino reflejo de los cambios que apuntaban hacia los nuevos tiempos, aquéllos que habrán de venir y que en el caso que nos ocupa se muestran en el permanente estado de revisión en el que se encuentran cuestiones de carácter, digamos matricial tales como la relación que ha de existir entre el poder terrenal, expresado obviamente por la Monarquía, y el poder de Dios.

Como siempre, algo más que una cuestión de contexto. O por ser más coherentes, al menos en este caso, una de esas cuestionas en las que con más fuerza afecta el contexto, en sus más diversas acepciones.

Un contexto que apunta hacia un cambio. Pero no como podía ser de suponer, hacia un cambio sutil. En España, elemento que utilizamos desde el plano obvio, la hegemonía que a título conceptual se ejerce desde la autoridad que da el erigirse en prácticos monopolistas del Gobierno a lo largo del siglo XVI, Carlos I y Felipe II logran imprimir a todo lo que hacen, y su acción de Gobierno tiene efectos que se extienden por todo el mundo; una nueva manera de hacer a consecuencia de la nueva manera de entender el mundo que se esta reescribiendo.

Así, un culto, elegante y a la sazón incluso sutil Felipe II, logra entender pronto y lo que resulta más interesante, a tiempo, la importancia que se deriva de la imprescindible revisión que los cánones desde los que se ha comprendido todo, necesitan. La prueba, es evidente y surge de comprender hasta qué punto los cambios imprescindiblemente apuntados para la música son el reflejo de una Sociedad que igualmente está cambiando.

Así, de una manera en apariencia accidental, pero en cualquier caso magnífica, identificamos en el binomio Felipe II-Tomás Luis de Victoria a dos grandes genios, incitadores cada uno de ellos en sus respectivos campos, de sendas revoluciones las cuales, con todo, presentan multitud de puntos que son abierta y necesariamente, confluentes.

Podemos así pues concluir, que los radicales cambios que Felipe II tuvo a bien llevar a cabo en aras de lograr lo que él mismo definiría como la definitiva renovación del Mundo, habrían de llevarse a cabo bajo el marco que la Música que Tomás Luis de Victoria componía, bien para la ocasión, bien a causa de los efectos que la ocasión hubiese tenido.

Es así que ambos se revelan como sendos iluminados. Felipe II veía claro el nuevo mundo hacia el que deseaba conducirlo todo y a todos. De su clarividencia, inexorablemente, resulta que nada, incluyendo nuestro aquí y nuestro ahora puedan no ya definirse, ni siquiera entenderse, sin tener por otro lado muy claros los modos y las formas desde las que aquél estadista se movía.

Para el caso de VICTORIA, no tanto sus acordes, como sí más bien el nuevo contexto que para la expresión de los mismos construye, le llevan a superar el Renacimiento. Lo justo pasa por expresar que anticipa el Barroco, Y no nos quedamos cortos al observar que su presencia se hace palpable incluso, en formas y maneras del presente dentro de las que pocos se atreverían a buscar estructuras incipientes del Siglo XVI.

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