Pappi’s felicidad

Si es usted idiota, no vaya

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La felicidad es la zanahoria de nuestra vida burra. Como casi todo, no existe. Es verdad, piénsenlo, la existencia no es más que un acto de la consciencia, es mental, un «pufff» y nada más, porque la realidad es el tiempo, que ni es pasado ni futuro y, por definición, no puede ser presente… y nosotros, con la puta memoria (sería fácil vivir con los ojos cerrados) inventamos la secuencia que dé razón de la consciencia ésa falsa…

Me he puesto metafísico porque no estaba comiendo. En Huelva hay un sitio donde perder esta memoria traidora con un trocito minúsculo de ventresca de atún, o un pedacillo de bacalao, o un queso arremolinado en caliente con unos frutos secos y taquitos de jamón… ya sé que «arremolinar», aunque sea en caliente, no es término culinario, ahora que todo el mundo sabe de cocina porque añade al final de sus frases «en boca», «retropaladar», «emulsión», «crujiente de», o mete una palabra de otro idioma por medio como «confit», «teriyaki», «royal», «gelée»… ad nauseam.

No voy a hablar de cocina, n.p.i., sino de comer de una determinada forma. Unos langostinos y unas rodajas de pulpo cocido, sal, pimentón y aceite de oliva hacen una brocheta, ponle una cerveza helada: y he aquí un fogonazo de lo que tu pensamiento recordará, estúpidamente, como felicidad.

El Pappi’s es un bar en una barriada de aluvión obrero en una ciudad que se industrializó allá por el desarrollismo franquista; como tal, carece de pretensiones y el fundador, Juan Antonio Pérez (paulatinamente sucedido por Alberto), cuelga de las paredes sus entradas de grandes conciertos de rock por toda Europa de los grupos de los 70 y láminas de Botero, más por apetitos que por estética. En alguna crítica de un finolis había quejas porque este hombre tenía productos de marca blanca a la vista de todo el mundo… no se había enterado. El Pappi’s no es eso que ahora llaman gastrobar (que suena a cagalera inminente) sino una barra, con una sola mesa alta al fondo, en la que una familia al completo se gana la vida divirtiéndose y divirtiendo, el ambiente es de amistad, cliente reiterado y saludos constantes, la base de su carta la componen una ristra de montaditos inventados cada cual más sucoso y disfrutable, dedos goteantes, sonrisa, conversación y bebida cerca; y las tapas sacadas de la mente de un cocinero que ha saboreado mucho: aquí se come disfrutando, sin alharacas, productos sencillos, de calidad, y sobre todo saber hacer… no diseñar. El fundamento son buenas piezas de carne, pescado o verdura sobre la que salsas muy elaboradas y llenas de mil matices amplifican, no ocultan, el sabor original. Lo que se oferta es un reflejo de la personalidad de detrás de la barra, modestia y seguridad, criterio y apertura, este hombre ha podido ampliar su negocio mil veces y ha preferido mantener lo que sabe hacer mejor… en un mundo de gilipollas que creen que el triunfo les evitará la Parca, es todo un ejemplo.

Si es usted idiota, no vaya. Le advierto que guías muy importantes lo señalan en la península como un lugar singular para tapear, yo cuando estoy allí sólo oigo «¡Oh!, ¡ah!» y veo sonrisas por todos lados, la brocheta citada, la bola de rape, los bacalaos con ajos tostados, huevos de choco, las elaboraciones con setas o con quesos, un trato maravilloso, una pulcritud en la limpieza que raya lo absoluto… No hay eternidad fuera del tiempo, es mentira, pero la ilusión nos hace notarla a girones en momentos dulces de la vida, meandros de la basura que nos rodea, el Pappi’s me ha hecho sentir en mi plenitud hedonista, hay algo lúbrico en sus salsas, no vayan por favor, que se mantenga pequeño y oculto, que nos permita seguir soñando con la felicidad, aunque sea mentira.

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