En el preciso momento en el que muchas mujeres prendemos las hogueras que alumbran con su resplandor la razón y la ecuanimidad.

En ese mismo instante donde crepitan, precipitándose, los tizones cuyo brillo es teñido por la sangre de todas las asesinadas.

Y de nuevo, soportando con dolor y rabia los últimos ecos de una letanía que, con su insistencia, parece pretender que nos acostumbremos a ella.

En este aciago y acerado devenir, contemplamos que demasiados hombres no soportan ni son capaces de asumir el hecho del fin de una relación o, simplemente, ser rechazados.

Hay que ser un asesino, desde luego, y además, extremadamente débil y dependiente, tan falto de madurez como de un mínimo de control de impulsos; para creer que no hay vida tras una ruptura,  ni perspectiva de ser feliz solo o con otra persona.

No hay que haber aprendido nada en la vida, no haber elaborado un pensamiento más allá de lo aparente, no haberse detenido nunca a reflexionar y tener un miedo enfermizo al dolor emocional.

Los hombres presos de una ideología machista, repleta de creencias misóginas y de falta recursos para gestionarse; «ven» en la figura de una mujer un objeto a su servicio sin voluntad ni criterio, que dice «no» cuando quiere decir «sí» y es poco más que un cuerpo adornado para explotarlo en todos los sentidos. También como mano de obra barata.

Este tipo de hombres, se proyectan en las mujeres, las torturan psicológica y físicamente para, entre otras cosas, verlas tan faltas de autoestima como lo están ellos mismos.

Hunden, a las que se lo permiten, en una perturbadora confusión, incapaces de discernir ni interponer ningún límite en sus relaciones.

Aunque conviene decir que la falta de límites no invasores, es anterior a cualquier relación, no se improvisa al establecer un vínculo de pareja.

Llega un momento en el que todo vale, y a partir de ahí, comienza la cuenta atrás.

Los compañeros sentimentales se eligen, por mucho que los mandatos sociales del patriarcado se empeñen en convencernos de lo contrario para sugestionarnos en una falsa indefensión.

El sempiterno engaño de los determinismos fatalistas e inmovilizadores.

Enamorarse, precisamente, poco tiene que ver con una elección como acto de la voluntad consciente, y mucho con dejarse llevar por las pulsiones.

Si una persona se siente atraída por otra, al transcurrir no demasiado tiempo, habrá de valorar si además es buena cualitativamente para ella.

Cuando la atracción y la conveniencia no caminan juntas, comienzan los dramas y los malos tratos.

Este proceso, debido a la analfabetización emocional y cultivada que pervive, no suele ser consciente o, más que eso, ni siquiera existe.

Sin embargo, es el germen de las buenas y malas relaciones, entre ellas, las de violencia machista.

Es preciso y urgente que todos, en especial las mujeres, revisemos a fondo nuestras creencias y valores en relación con el amor, la pareja y la soledad.

Lo que se desconoce, no puede cambiarse.

Las dependencias emocionales, en las que uno se apoya en las carencias del otro y viceversa, son caldo de cultivo para la violencia, porque donde no hay igualdad, se instalan los juegos de poder, nefastos y peligrosos.

Cabe señalar una forma más sutil e invisible de maltrato, devastadora y dañina, como lo es la agresión pasiva, atribuida en mayor medida a las mujeres.

Consiste en castigar con silencios, incomunicación, hermetismos, banalizaciones, abandono de relaciones sexuales y otras maneras de no confrontar un conflicto; es la manipulación de los débiles, esa que acaba con la confianza, el respeto y la complicidad.

Cuando esto sucede el tiempo suficiente, un día la relación aparece muerta, sin nada ya que hacer por ella.

El amor es valentía, coraje, apertura, entrega y asumir ciertos riesgos; está vetado a los cobardes.

Con respecto a la violencia de género, cuando la mujer quiere separarse o lo hace, el inmaduro hombre machista cree que no podrá soportarlo y además lo siente como un desafío a su aparente rol dominante; en definitiva, no sabe manejar racionalmente esa situación, y su único recurso es el crimen.

Pero las muertes sólo son la punta de un iceberg desgraciado, antes de ello, ha habido suficientes muestras premonitorias.

Las mujeres deben aprender a detectar estas señales.

No habrá príncipe azul ni hada rosa que acuda a salvarlas, estos personajes no son más que imágenes e inventos de un yo ideal que vive dentro de nosotras.

Mirarnos interiormente nos enseñará a despertarlo y, por tanto, a despertarnos para hacernos cargo de nuestros recursos personales.

No entreguemos a nadie el poder de vida y muerte sobre nosotras.

Salgamos ya de ese túnel oscuro lleno de cadenas que es el patriarcado.

Desaprendamos, seamos críticas e independientes.

Desenmascaremos fantasmas hechos de maldiciones trasnochadas.

Desobedezcamos, para cambiar y avanzar en esta lucha milenaria.

Sólo nosotras, juntas, podemos vencerla.

Y en las noches de luna llena, dancemos desnudas con otras mujeres frente al fuego de la esperanza y de la fuerza, abracemos a nuestras iguales sobre el calor de la madre tierra de la que procedemos.

Alcemos nuestras manos entrelazadas para que cielos, mares y arenas, celebren nuestro combate.

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