Yo hasta que no me fui a vivir solo no me di cuenta de una cosa: los vecinos no saludan nunca. Si acaso de portal para adentro. O si te ven en Benidorm. Ahí el vecino se transforma en TU VECINO. Te para, te saluda, te comenta dónde ponen la sombrilla y si te descuidas te pillas un patín acuático a medias.

Pero es la excepción. ¿Por qué nadie quiere saludar? No tengo ningún interés especial, es simple educación. ¿Por qué algunos se dan el aire autosuficiente de permitirse no saludar?

En el gimnasio es un dolor entrar en el vestuario. Mazo de tíos, mazo de mazas, mazo de olores, mazo de calzones quitados, penes amenazando con rozarte si no calculas bien dónde ponerte. Se agradecería mucho, en esta situación tan tensa, que te devolvieran el saludo. Entras y dices “buenos días”, “buenas tardes”, “buenas”, o un simple “¡hola!” mientras caminas con tu bolsa de deporte. A veces te sale un gallo, un falsete, a veces la voz es dura, seguro de ti mismo. Casi nunca obtienes respuesta. Alguno mira de reojo por ver si te conoce, si es necesario el gesto, como si no fuera más que una convención social de buenas maneras, algo incluido en las normas de convivencia. Porque tú tiras el “¡hola!” al aire y si no encuentras respuesta, automáticamente todos aquellos tipos van a parar a tu lista negra, la de los odiosos, la de la gente que deseas que no acabe el día. Es decir, genera mal rollo, violencia, ganas de entrenar duro, la verdad. Quizá es eso lo que pasa. Quizá lo hacen para ayudarte a entrar en situación. Coger las pesas y chocarlas por encima de la cabeza como si en medio estuviesen sus pelotas: ¡plank! ¡plank! ¡plank!

A veces me conformaría con un simple gruñido, un simple “grugru” como respuesta. También es cierto que, en ocasiones, se suelta como pidiendo perdón y nos sale un hilillo de voz, o un saludo-carraspeo. Algo que algunos incluso no identifican claramente como un saludo y claro, no sabes qué hacer. Porque si es humillante y violento que nadie te responda a tu “buenos días” mucho más es dar los buenos días a alguien que entró en la tienda de móviles carraspeando. Y que cuando tú le saludes se te quede mirando como si fueras gilipollas.

También sufrimos con los saludos jerárquicos. Esa gente que pasa por delante de ti en una fiesta, ninguneando tu figura y tu posición espacial y se dirige directamente hacia la persona que se estima que tiene mayor rango social: ya sea porque manda más en la empresa o porque tiene mayor admiración por todos. Tú ves a la persona aparecer, no te quitas de en medio, sonríes, vas a saludar y el otro pasa de largo, que es casi como escupirte. De nuevo la rabia, de nuevo a la lista negra. Ahí siempre te echa una mano la cerveza. Das un trago largo y la miras a ella, que desde tu palma sabes que nunca te defraudará. Si puede ser, que sea un tercio. Porque es la medida ideal. Con un tercio siempre estás a un trago de irte, de largarte, de dejar a los señoritos del ego allí, que no te merecen y que aparte te están ignorando, claro. Es un poco magia. Porque tú crees que estás haciendo escapismo, mientras el otro cree que ha hecho mentalismo y te ha convencido para que te largues. Sólo faltaría que te sacaras un tercio fresquito del culo para sorprender al mundo que te espera ahí fuera: ¡tachán! ¿Quién quiere saludar ahora?

Ahí fuera, en la calle, el saludo es más fácil de gestionar. Sobre todo el saludo in itinere, ese saludo con alguien que te cruzas, donde siempre puedes tener prisa, o hacer que el trámite no merezca una parada en seco. Además, para esta ocasión, existen expresiones que ya avisan de que no vas a pararte: “vamooos…”, “vengaaaa…”, “qué pasaaa…”, “qué taaal…”, los puntos suspensivos nos aclaran que ni de coña me paro. Y eso es bueno. Porque así no hay humillación. Cada uno por su lado y los dos habiendo cumplido.

El problema es cuando ese in itinere es dentro del autobús o del metro. De pronto te subes a un vagón y caminas buscando sitio y tu mirada se cruza con la de un compañero de trabajo, ese compañero insoportable y maloliente que encima va al mismo sitio que tú: tu oficina. Veinte interminables minutos te esperan a su lado. En esta ocasión sí está permitido por la Real Academia del Saludo hacerte el ciego. Mirar al fondo, como si estuvieras averiguando una figura del ojo mágico. Frunces el ceño, pones cara de fijar la vista y pasas tranquilamente por delante. Si hay suerte el otro estará leyendo un libro o con el móvil o lo estarás haciendo tú a ratos y sin tropezarte. Si el otro estaba poniendo mucho empeño en saludarte te vas a sentir mal, pero se te pasa pronto. No siempre vas a ser tú el que recibe. Esto es una cadena. Cuando vuelvas de currar al llegar al portal verás a tu vecino correr escaleras arriba con tal de no quedarse a saludarte. Todos contentos. ¡Buenos Días!

Artículo anteriorUna vez más
Artículo siguienteAdicción
Cómico, guionista y productor. Como cómico lleva años integrado en el circuito nacional de Comedia con su espectáculo “Dicen que soy jebi…” Actualmente colabora como guionista para el canal Flooxer de Atresmedia en el programa de humor “Lo del Floox Show”. Colabora como productor con la asociación cultural La Jarota Producciones. www.lajarota.es

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre