El implante cerebral plantea serios debates morales y éticos.

– ¿Hacemos un trato?

– Sólo soy una máquina ¿De qué me serviría hacer un trato?

Adán ignoró la burla.

– Si hablo contigo ahora, si te doy diez minutos, ¿prometes no decir nada más durante el resto del día?

– Tendrán que ser quince.

– Tu programador era muy concienzudo, ¿verdad?

– Yo me autoprogramo, y acepto el cumplido.

– La autoprogramación no existe.

– Tú te autoprogramas.

– Yo no soy una máquina.

De pronto, Arte se desplazo hacia delante y la emoción iluminó sus ojos. Adán retrocedió. 

– Me gustaría hablar de eso – Dijo Arte.

– ¿De qué?

– De qué es lo que determina que una máquina sea una máquina. Cuando empiecen a correr los quince minutos.

– Ya han empezado.

– Entonces, ¿aceptas que sean quince?

Adán sonrío.

– Vale, pero han empezado hace cinco.¹


Sueño prometéico

La ciencia ficción es un género que ha permitido plasmar, explorar y transmutar ambiciones tecno-científicas en entornos sociales e históricos simulados, relatados, evadiendo limitaciones técnicas y temporales. Esa exploración, es, al tiempo, una inspiración y un empuje para la investigación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología real. Encontramos puntos de inflexión, de convergencia, en los que la realidad alcanza a la ficción, y los mundos simulados se convierten en oportunidades y problemas reales: explorar el espacio exterior, acceder a mundos microscópicos, ir más allá de nuestros sentidos, respirar bajo el agua y alcanzar las profundidades oceánicas, y el eterno sueño de volar, de surcar los cielos y desplazarnos distancias enormes sin esfuerzo.

Como ocurría con los ejemplos anteriores, el mito del autómata y sus variantes (androide, robot e incluso, organismo cibernético), parte de una ambición liberadora, ya no solo en la adquisición de nuevas capacidades humanas, que permiten romper los límites de nuestra ontogenia biológica, si no del poder creativo y ejecutivo, del control y la liberación de las cargas del trabajo. Del Golem de Praga al de Stanisław Lem², los autómatas representan inteligencias sintéticas de distinto orden y forma, capaces de interactuar con los seres humanos como un recurso de explotación eficiente, diseñado a demanda para servirnos. Humanos no humanos, carentes de derechos y debilidades.

Una vez más, la realidad alcanza a la ficción. De hecho, la llegada de la robótica a nuestro entorno es un fenómeno que ya hemos naturalizado. Habitamos un mundo altamente robotizado, del que dependemos para mantener el presente orden socioeconómico. Yendo al plano industrial, con la dimensión que esto supone, no entenderemos una cadena de montaje (sean coches, carrocerías, tornillos, tuercas o bobinas) sin imaginar una cohorte de brazos mecánicos trabajando con una velocidad y precisión extraordinaria. Una imagen que se repite por doquier: plantas de procesado de alimentos, de textiles, de factura de todo tipo de útiles y objetos. Vivimos en un mundo poblado por máquinas programables que adquieren cada vez mayor autonomía para resolver problemas.

Y este es solo el principio de la revolución tecnológica desenfrenada, que se vertebra en torno al concepto “Inteligencia Artificial”. Esta incluye el desarrollo y la aplicación de agentes relacionales, capaces de percibir su entorno y de desplegar soluciones flexibles y operativas de acuerdo a un objetivo o tarea. Estas van ya desde la maquinaria industrial, a los algoritmos de reconocimiento facial, pasando por los robots domésticos (domótica) y el ocio digital (videojuegos), aunque en un futuro inmediato puede disparase a casi cualquier producto u objeto de consumo.

La robótica y la automatización introducen, en este punto de inflexión, incertidumbre. Es una diana para regenerar el diálogo en torno a los conflictos (subyacentes y/o emergentes) desplegados por los actuales ordenes sociales. Más allá del aspecto técnico, la robótica abre una brecha sobre la dimensión del modelo de producción y socialización, dependencias que deben articularse en torno a un nuevo relato que permita aportar soluciones reales a conflictos existentes, y sobre los que ahora se añaden nuevas complejidades:


  • Sobre la propiedad de lo producido: el producto.

  • Sobre la articulación de los derechos en torno a un marco regulatorio laboral.

  • Sobre el crecimiento, trabajo, distribución de bienes y riquezas, acumulación y plusvalor.

  • Sobre la soberanía sobre el valor y el valor de uso.

  • Sobre la estructura social, clases y grados de explotación.

  • Sobre los modelos de sindicación.

  • Sobre la economía política y la legislación.

  • Sobre establecimiento de las nuevas formas de género en torno al paradigma cyborg³.


Si debemos establecer un orden para señalar nuestro proceso de indagación, podemos empezar a lanzar preguntas sobre su origen y pertenencia. Porque, cuando hablamos del trabajo de los agentes con inteligencia artificial, de los robots en sentido amplio, ¿para quién trabajan? ¿Cuál es el impacto sociolaboral derivado de la incorporación de autómatas a los procesos productivos?

Este es un diálogo inmediato ante conflictos inminentes. En solo 5 años, se estima que el 6% de los empleos serán remplazados por la Inteligencia Artificial y según un estudio realizado por la Universidad de Oxford, en torno a setecientos sectores profesionales serán sustituidos por la robótica. Los estudios determinan que el 47% del total de los puestos de trabajo están en alto riesgo de ser automatizados en los próximos veinte años.

Del mismo modo, según Pamela Rutledge, directora del Media Psychology Research Center, “los avances tecnológicos permitirán, a las personas, dejar de hacer tareas repetitivas para poder invertir toda su atención y energía en cosas donde realmente podemos marcar la diferencia”. En contraste, para el profesor de Harvard Justin Reich, la destrucción de empleo será insostenible: “No estoy seguro de que vayan a desaparecer todos los trabajos, aunque es una posibilidad, pero los empleos que queden se van a pagar peor y van a ser más temporales que los que tenemos ahora. La clase media se va a hundir”.

¿Qué síntesis podemos realizar sobre esta relación conflictiva en la esfera de la producción, del trabajo?

Si la actual forma de producción tiende a desaparecer, y la ordenación social impuesta por las lógicas del mercado determina un principio de acumulación que favorece a las rentas del capital frente a las rentas del trabajo, parece vislumbrarse un incremento de las desigualdades en torno a las actuales estructuras de producción. Una polarización mucho más agresiva que la actual, en un periodo de tiempo muy pequeño. ¿Debemos estar subsumidos en torno a un determinado modelo productivo? ¿No debemos discutir sobre la distribución de la riqueza? Son muchos los colectivos y movimientos que dialogan sobre la necesidad de instaurar modelos redistributivos, determinando la necesidad de incorporar franjas de cotización y retención de IRPF para los autómatas con los que conviviremos en el futuro más cercano. Solo hay que fijarse en algunas de las observaciones vertidas. Según Jerry Michalski, fundador del Think Tank REX: “La automatización ha ganado la carrera al trabajo humano y mientras necesitemos una divisa fiduciaria para pagar el alquiler o la hipoteca los seres humanos serán expulsados del sistema en masa”.

Al tiempo, y en dependiente contraposición, debemos discutir no sólo cual es la relación que se establece desde el humano a la máquina, sino desde ésta al humano. La Inteligencia Artificial es un desafío no solo técnico, sino social, filosófico y de identidad colectiva. Al dotar a los autómatas de capacidad de aprender, de autoreferenciarse, de formas de inteligencia homologables en grado a la humana, se plantean retos y responsabilidades futuras e inmediatas.

De hecho, la Inteligencia Artificial se perfila ya como un nuevo sujeto amparado bajo una carta de derechos. La American Society for the Prevention of Cruelty to Robots (ASPCR) llevan desde 1999 tratando de defender que “los robots también son gente (o al menos lo serán algún día)“. Su objetivo es el de “garantizar los derechos de todos los seres conscientes creados artificialmente“.

En Estados Unidos, el Comité de Ciencia y Tecnología ha publicado recientemente un informe dirigido a la Casa Blanca, con las guías rectoras que el gobierno norteamericano debería de seguir sobre el desarrollo de la Inteligencia Artificial. De forma similar, el Consejo Científico británico ha generado su propio estudio dirigido al Parlamento. Ambos informes coinciden en un punto esencial: La inteligencia artificial no es algo que pueda dejarse para un futuro siempre lejano, sino una realidad que debe afrontarse cuanto antes.

El ministerio de “Comercio, Industria y Energía” de Corea del Sur ya aplica un “Acta Constitutiva de la Ética Robótica” para hacer un uso responsable de los robots sin que haya explotación de los mismos por parte de los seres humanos.


Esclavos energéticos

Comenzando con las relaciones socioeconómicas de lo que supone esta revolución tecnológica, la cadena de interdependencias parece no tener fin. ¿Cómo definimos y categorizamos a las acciones y a los sujetos y objetos que las protagonizan en este nuevo escenario de creación de valores? ¿Por qué, más allá de los morales y/o subjetivos, no nos situamos en criterios cuantificables para poder valorizar un nuevo escenario socio-cultural?

Para ello podemos tomar indicadores referenciales que establecen una relación directa entre toda, cualesquiera, actividad productiva, como puede ser el modelo de matriz energética empleada para su funcionamiento; en definitiva:apelar a la eficacia, a la eficiencia sobre todo proceso de producción.Y es que todo proceso de producción parece depender del control sobre la totalidad de un sistema, y este parece desprenderse de su dimensión humana para cada vez más tareas definidas en el control de producción. La única razón por la que es posible clasificar un proceso maquina bajo un criterio de eficiencia energética es porque se conoce con exactitud el escenario de uso de ésta como sistema cerrado.

¿Son las máquinas el paradigma del rendimiento? ¿Es la eficiencia energética su razón de ser? ¿Qué ocurre cuando hacemos un cruce comparativo? Pongamos el ejemplo de una lavadora. Este tipo de máquinas pueden compararse fácilmente en base a su programa estándar de algodón a una temperatura de lavado determinada. Observemos la diferencia energética en el uso de nuestra matriz energética; si una persona desarrolla una potencia media de unos 100 vatios (w) durante 8 horas al día, una lavadora consume 2.400 w en un programa de lavado de agua caliente de apenas una hora. Esto determina el valor de uso de la máquina y la escala sobre una “magnitud determinada por la cantidad de trabajo socialmente necesario”,con independencia de la eficacia energética que se desarrolla. Las sociedades occidentales, como ejemplo, no encuentran inconveniente en generar un gasto energético desproporcionado como forma de liberación de una muestra mucho mas baja de energía. ¿O no es una misma energía? ¿O no es un mismo sujeto?

La potencia media global consumida durante el año 2014 es de 17 Tw (pensemos en la Tierra como una enorme bombilla encendida día y noche). Al dividir este consumo medio por los 7.200 millones de personas que habitamos el globo, tocaríamos 2.400 w por persona. Un programa de lavado. Algo que, a todas luces, queda comprimido en territorios desiguales.

Pero, podemos hacer un ejercicio inverso. ¿Cual es el consumo medio de una masa de población al desarrollar un trabajo? ¿No existe acaso una equivalencia energética? Podemos calcular cuantas unidades persona (esos 100w/8h) ha tenido cada una de nosotras para poder subordinar valor de uso a nuestro sistema metabólico, operativo y/o funcional. Mantenernos vivas supone el equivalente a 40 lavadoras en funcionamiento constante, durante todo el día, los 365 días del año, en el caso de España.

Parece que el problema podemos situarlo sobre la aptitud que posee un objeto para satisfacer una necesidad. Porque, en síntesis, la cuestión no es si la máquina realiza la tarea más eficientemente que el humano, sino que lo hace en menos tiempo y, sobre todo, sin su intervención. “Derrochamos” ingentes cantidades de energía como precio a pagar por la liberación de las cargas de trabajo.

¿Y si habláramos de esclavos energéticos, de seres inorgánicos? ¿Qué nos distancia de estos?

índice

Ontología y ontogenia

La aptitud que posee un objeto para satisfacer una necesidad, su valor de uso, se relaciona con la perdida o ganancia de complejidad en el sistema y, en consecuencia, con la energía y/o balance energético que requiere para su existencia.

Existe una supuesta contradicción expuesta a través de la segunda ley de la termodinámica, que relaciona el aumento de la entropía con la degradación y destrucción de la complejidad. A mayor entropía, menor información. Esto parece entrar en contradicción con la evolución de formas biológicas complejas, o incluso, como se ha postulado repetidas veces, cada vez más complejas.

El enunciado de la segunda ley de la termodinámica dicta que en todo sistema cerrado, la entropía, la distribución espacial de las moléculas, tiende al máximo posible hasta alcanzar el equilibrio. Es decir, el universo tiende hacia un estado de desorden.

En la termodinámica clásica, caracterizada por procesos reversibles y dinámicas lineales de causa-efecto, la entropía es un valor positivo que conduce irremediablemente al desorden molecular y la homogeneidad del sistema. Pero en la naturaleza, a diferencia que en las situaciones ideales de los químicos y físicos del siglo XIX, los sistemas cerrados brillan por su ausencia. De hecho, la noción básica de que los seres vivos tienen un orden y una organización estable en el tiempo parece confrontar de lleno con la “segunda ley”, por lo menos en su forma clásica descrita por Clausius. Porque, como es evidente, los organismos (salvo en la muerte) parecen evadir la tendencia universal hacia la creciente desorganización, hacia el incremento de entropía que llevaría hasta su degradación de forma inherente.

Fue Erwin Schrödinger, en su pequeño en tamaño pero rico en ideas “¿Qué es la vida?” (1944), quién se aproximó de una forma alternativa y muy interesante a ésta cuestión, al proponer que el metabolismo no es sino una forma de exportar entropía (positiva) del organismo al ambiente con el fin de mantener su organización. En sus propias palabras:


How does the living organism avoid decay? The obvious answer is: By eating, drinking, breathing and (in the case of plants) assimilating. The technical term is metabolism. […] Thus a living organism continually increases its entropy – or, as you may say, produces positive entropy – and thus tends to approach the dangerous state of maximum entropy, which is dead. It can only keep aloof from it, i.e. alive, by continually drawing from its environment negative entropy […]. What an organism feed upon is negative entropy”.


Los seres vivos, incluyendo humanos, obtenemos energía al situarnos en la interfaz de los procesos de degradación entrópica, procesos que nos permiten ordenar la materia circundante en estructuras organizadas que soportan ese preciado conjunto de actividades que llamamos Vida. Estructuras que son internas (autopoiéticas), pero también externas (construcción de nicho). Podemos decir que la Evolución (como suma total de procesos) a dado lugar recurrentemente (quizá progresivamene) a la aparición de funciones y estructuras que complejizan la organización de los seres vivos, expandiendo los límites de su organización, e incluso imprimiéndolos fuera de los dominios del cuerpo. Porque todo organismo “se adapta a su entorno” en tanto que “adapta su entorno” por medio del trabajo. De la construcción de un termitero, a una metrópolis, pasando por los humildes exudados celulares. Pero también en la interacción con otros seres, con los cuales se establecen relaciones de interdependencia, intercambio y explotación. ¿Y con una máquina, producto metabólico del trabajo humano? ¿Es acaso la máquina un producto evolutivo, un exudado, una extensión, de la organicidad humana?

Vayamos un paso más adelante. Cuando hablamos de la impresión de Inteligencia Artificial, de las rutinas de lenguaje, de la implantación de dispositivos, e, incluso, de la transferencia de conciencias en un futuro próximo, estamos hablando de un salto evolutivo. No por que los humanos adquieran la capacidad de transformar su entorno, ni por situarse como sujetos activos de su propia evolución (cualidades que podemos discutir si son inherentes a la vida), sino porque en sus transformaciones planificadas han facilitado la aparición de agentes inorgánicos que despliegan funciones y formas en analogía directa con la vida orgánica. Hemos dotado de nuestra identidad a las máquinas, de nuestra percepción (nuestros sentidos), nuestras ideas. Los autómatas son (serán) reflejos humanos.

Hablamos de algoritmos de Inteligencia Artificial capaces de abstraer y reconstruir la realidad como si de ensoñaciones se trataran¹⁰, de robots que adoptan identidades a partir de históricos en red¹¹, que responden de manera flexible y coherente a las necesidades humanas, del aprendizaje de rutinas y de comportamientos¹². De procesos que solo funcionan a modo de caja negra, como nuestro cerebro, y que generan soluciones que apenas entendemos¹³. De eficientes máquinas de guerra dispuestas para eliminar a nuestros (¿sus?) semejantes¹⁴.

¿Evolucionan las máquinas? ¿Aumentan su complejidad? ¿Es la autopoiésis la última frontera de lo que entendemos por Vida?

Algunas narrativas sobre el origen y la evolución describen saltos que se inician con la organización de los elementos inorgánicos para constituirse como materia ordenada y autorreplicante, y continua con la transposición a la química del carbono como soporte vital. Un cambio de estado sin pérdida de información que abrió las puertas a una diversificación sin precedentes. En este esquema, volviendo al hilo de la ciencia ficción, la robótica supone un cierre del ciclo, la vuelta a la química inorgánica como un soporte para la vida, para las ideas que en ella imprimimos, que nos imprimen. La adquisición de una nueva materialidad confrontada a la degradación entrópica de nuestros cuerpos. Un salto, como todo salto, con ganancia de grados de libertad, de complejidad. Seres con los que convivimos en un presente, con los que habitaremos en un futuro cercano. Seres con los que tendremos que establecer nuestras bases de relación, interdependencia, explotación.

Porque, al fin y al cabo, ¿qué seres pueden ser estos? ¿Qué distancia tenemos y tendremos nosotras con relación a ellos? ¿No convivimos ya con toda una cantidad enorme de extensores cibernéticos, dispositivos con los que convivimos y entre los que habitamos? No son pocos los relatos de ciencia ficción que nos permiten establecer debates en torno a esto. Quizás es que ya no estamos en la esfera de la ficción. Como tampoco parecen relatos de ciencia ficción las luchas y movimientos reivindicativos por los derechos civiles, los sindicales, o los que encuentran en la actualidad las mayores resistencias y obstáculos: mujeranimales, infancia, cuidados. ¿Qué podemos recordarle a ese mundo de ciencia que mostraba humanos en zoológicos hasta bien entrado el siglo XX¹⁵? Igual hay que liberar a estos seres para ganar grados de libertad, para conquistar nuevos derechos como sujetos, en nuestro caso y hasta la fecha, sujetos humanos. ¿Veremos como un robot tendrá más cotización que un humano? ¿Más derechos que un animal? ¿Que una mujer? ¿Que una clase social? Generamos más gasto en la alimentación de una vaca para garantizar la cadena trófica en occidente que en la alimentación de una niña de los continentes del Sur. ¿Qué relación guarda esto con la complejidad, con la matriz energética? Igual estos seres podrían ser aliados para la transformación del orden social. Esperemos que no tardemos tanto en comprender la importancia sobre el desarrollo del conocimiento, la praxis científica. Parece ser que no somos capaces de asimilar que la función razonada, en el marco de las lógicas formales más simples, puede servir para liberarnos como humanos de la subsunción a la morfología de este modelo de máquina subordinada al poder y al capital.

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Rubén González es socio fundador de la entidad BioCoRe S. Coop., en donde ejerce como investigador y coordinador de proyectos. Es responsable de la Unidad Biosistemas y Bioinformática del MNCN. A partir del año 2007 dirige y coordina los programas y proyectos asociados al programa Laboratorios cooperativos de investigación entre entidades del ámbito de la Economía Social y centros y departamentos de investigación públicos. Actualmente participa en diversos proyectos enmarcados en el área de los Sistemas de Información Biológicos. Persona trabajadora sujeta a todo movimiento real [objetivación material] que anule y supere el estado de cosas actual [actual orden social]. En el ámbito formativo y divulgativo, ha participado dando conferencias en ciclos universitarios y en foros ciudadanos, impartido cursos de postgrado, y participado en varias entrevistas y publicaciones. Es coordinador e investigador principal de Bivos^LAB, un proyecto de Ciencia Ciudadana desarrollado en centros de innovación cultural en el municipio de Madrid. Daniel Heredia es socio fundador de la entidad BioCoRe S. Coop., en donde ejerce como investigador y coordinador de proyectos. Obtuvo el título de Licenciado en Biología en 2008 y el de Doctor en Biología en 2013, ambos por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Su especialización doctoral se enmarca en la Biología Evolutiva de Sistemas, fusionando el estudio de la Biología evolutiva clásica con nuevas las tecnologías de biocomputación (biosimulación), desde una perspectiva crítica. Ha disfrutado de varias becas en la UAM en su periodo formativo. Comenzó su carrera en profesional en Katal I+D+i (2012). En 2013 se asocia con otros profesionales del área tecnocientífica para fundar la entidad BioCoRe S. Coop. Su línea de trabajo gira en torno a la Biología de sistemas, la Bioinformática y los nuevos paradigmas sobre la Evolución. Ha participado en proyectos de diseño experimental e instrumental en bioinformática, gestión de bases de datos, digitalización 3D y manipulación de colecciones animasles, modelado de sistemas y biosimulación, diseño de contenidos virtuales de divulgación científica y análisis bioinformático en NGS. En el ámbito formativo y divulgativo, ha participado como colaborador en la docencia de asignaturas de grado en Biología (UAM), dado conferencias en ciclos universitarios (Universidad de Zaragoza, UB) y en foros ciudadanos, impartido cursos de postgrado (UAM), y participado en varias entrevistas y publicaciones. Es coordinador e investigador principal de Bivos^LAB, un proyecto de Ciencia Ciudadana desarrollado en el Centro Medialab-Prado (Madrid Destino, Ayto. Madrid).

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