¿Por qué estaba tan contento Pedro Sánchez? ¿Era el momento de sacar pecho cuando el PSOE había vuelto a cosechar, una vez más, el peor resultado de su historia? ¿A santo de qué venía ese revanchismo estéril contra Pablo Iglesias? Ayer fue una jornada aciaga para la izquierda, un día negro que probablemente estaremos pagando con más sacrificios y recortes durante los próximos cuatro años.

Y allí estaba él, con su sonrisa Profidén, con sus palabras huecas y sus frases grandilocuentes y peripatéticas que no venían a cuento. Había perdido cinco escaños más y él seguía en plan triunfador, exultante, orgulloso de la derrota. Ver las banderas azules y gavioteras ondeando al viento en la noche caliente de Madrid era como para echarse a llorar, como para echarse a temblar, pero él se mostraba guapo de cara, fresquito de traje, inconsútil.

Ni un atisbo de autocrítica, ni un pongo mi cargo a disposición del partido para lo que haga falta, ni una mala declaración a los periodistas sobre si piensa votar en contra de Rajoy o abstenerse para que pueda seguir gobernando la derecha (lo que a estas alturas de la película ya no nos extrañaría nada viniendo de ese PSOE oficialista que practica un cachondosocialismo de salón).

Toda la culpa era de los otros, de Pablo Iglesias (su única obsesión) de Podemos, de la izquierda real, de los indignados, del pueblo oprimido que busca soluciones concretas, no parches ni apaños neoliberales con la nueva derecha naranjita. Ese pacto PSOE/Ciudadanos ya lo pueden ir tirando a la basura porque no sirve. Nunca sirvió, fue un teatrillo de varietés. A Rivera solo le ha servido para descalabrarse (está claro que sus bases neopijas no quieren ni oír hablar de los socialistas) y a Sánchez le ha costado otros cinco escaños en una sangría de votos que promete no tener un final.

Y mientras tanto, al otro lado de Madrid, el gran estadista de baratillo, el disléxico chistoso, el gandul de Marca y puro, el encefalograma plano con patas, o sea Rajoy, saltaba en el balcón de los ladrones ante cientos de cómplices del desfalco y la estafa, cientos de colaboradores necesarios que gritaban, como hinchas rusos puestos de euforia con vodka,  aquello de yo soy español, español, español. ¿Qué celebraba toda esa gente, los atracos de Bárcenas, los puteríos de Granados, los bandoleros de la Gurtel que han dejado este país más seco que el Sáhara?

Pues ese es, a grandes rasgos, el gran programa político que nos tiene reservado el PP para la próxima legislatura. Más patriotismo y más miseria. Más injusticia social y más privilegios para la banca y las clases pudientes. Más látigo y corrupción, más sangre, sudor y lágrimas. España es de derechas, siempre lo ha sido y a este ritmo histórico cansino parece que siempre lo será.

Este es un país que todavía vive del alcalde trinconero, del poderoso cacique y del cura tragón, pesetero y machista. No hicimos la Ilustración cuando tocaba y ahora todo es sumisión, idiocia y mediocridad. Pero a la gran mayoría del pueblo parece que le va la marcha de ese paternalismo secular. España es un país masoquista con síndrome de Estocolmo al que le gusta que le den por arriba y por debajo, por delante y por detrás. Ya solo falta que Rivera firme el papel para que nos comamos cuatro años más de estragos, de ruinas, de mierda.

Si hay que ir al matadero vayamos ya, cuanto antes, no perdamos otros seis meses con cambalaches, negocietes, falsas investiduras y visitas de cuarto de hora a la casa del Rey. Pero Sánchez, eso sí, parece muy contento y satisfecho con los resultados. En una de éstas hasta firma un Gobierno con Rajoy.

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre