En la Fórmula 1 actual lo más importante es el coche. Setenta u ochenta por ciento de las posibilidades de ganar. Y luego, en teoría, está el piloto. En teoría, porque hay muchas fuerzas oscuras moviéndose detrás.

La existencia de esas fuerzas oscuras ha quedado en evidencia en numerosas ocasiones: cuando Fernando Alonso compartía equipo con Hamilton, o cuando Webber lo compartía con Vetel.

Igual que en el boxeo, igual que en cualquier deporte, igual que en la literatura o el cine, cualquier competición se puede manipular.

Normalmente se hace simplemente por dinero: el gran negocio de las apuestas que, no en literatura pero sí en deporte, existe en torno a la competición.

Pero en el caso de la Fórmula 1 está en juego algo más importante que el dinero puntual: la supervivencia del Gran Circo del Mundial.

Hamilton ha ganado demasiadas veces ya. Hamilton no se acaba de comportar. Hamilton es oscuro… en más de un sentido, y podría ser útil darle al espectáculo un poco más de blancura o claridad.

Sólo los muy ingenuos pensarán que los problemas en el infalible Mercedes pilotados por Martillo Hamilton durante los primeros cuatro grandes premios del mundial fueron pura casualidad. Sólo los más ingenuos creerán que el error del equipo en el bonito circuito de Bakú, con lo que llaman el mapa motor, fue un fallo del equipo y ya está.

Está en la mente de muchos, se habla de ello con sigilo y una sonrisa cínica en los mentideros que se ocupan del Gran Circo de la Momia Ecclestone. Convendría que Hamilton no ganase este año. Ya es, repito, demasiado ganar. Y si eso es cierto, lo cual resulta fácil de creer, es evidente que la conspiración contra el inglés mulato está en marcha, cuidadosa y pertinazmente, ya.

Mercedes aún ganará otro título; eso al parecer es lo pactado. Pero que lo gane u otro piloto a la escudería alemana le da igual. O quizá no tan igual.

Tigre tigre.

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