Magaluf se ha convertido en un nombre famoso en Europa. Corresponde a una hermosa playa de un pueblo de Mallorca del mismo nombre. Desde los años 80 y con el monopolio del magnate de la construcción Abel Matutes, esa deliciosa villa se convirtió en el referente turístico de todos los excesos. La población no llega a 5.000 habitantes, pero en los cinco meses de buen tiempo, del que Mallorca es generosa, se amontonan varios miles de hombres y mujeres, mayoritariamente británicos, que acuden allí a emborracharse, drogarse, practicar el sexo en vivo y en directo en las calles y en las playas, a orinar y defecar en todos los rincones. Las fotos que difunde Javier Izquierdo en su página “Tu pueblo es un paraíso”, de las escenas cotidianas en las calles de Magaluf superan a las de las películas porno.

Fácil es entender que ni la República de Saló del tardo fascismo italiano llegó a ese desorbitado exceso porque no podía igualar en población y recursos el elefantiásico desarrollo de Magaluf, que posee un centenar de hoteles, hostales y apartamentos y alrededor de doscientos bares, restaurantes, tiendas y clubes nocturnos. La playa que no tiene más de kilómetro y medio contiene 880 hamacas y 415 sombrillas. Una cada metro.

Ninguna contención, no solo a favor de la convivencia de los vecinos y de los turistas, imposible según cuentan, sino lo que me parece más importante de la dignidad de una población que ha olvidado lo que es el honor. Todos los periódicos europeos publican periódicamente las fotos y los reportajes de los sucesos de ese pueblo mallorquín, que superan a Sodoma y Gomorra. Especialmente la británica, ya que el 95% de los visitantes son de esa nacionalidad.

Magaluf vuelve a estar de actualidad en la prensa del Reino Unido. Según un reportaje publicado por el periódico The Sun, la zona turística ha dejado de ser considerado un «destino sexual» para convertirse en una «zona de guerra». En un vídeo publicado por el rotativo, se puede ver una brutal pelea entre un grupo de turistas a la salida de un local de ocio nocturno. «Las peleas con los policías y seguratas son más fuertes que nunca», aseguran.

Imágenes de jóvenes ensangrentados, peleas y coches de la Guardia Civil es lo que muestra esta información sobre la noche en la localidad turística. «El sonido de las sirenas de los coches de policía ahoga la música de los bares», narra el tabloide. «Son las cinco de la mañana. El olor a vómito, sudor y sangre es omnipresente, gracias a la bebida barata, a los puñetazos y a la policía», añaden.

Ese fenómeno ni es nuevo, Magaluf lleva más de treinta años ostentando el dudoso honor de ser la villa turística española más permisiva en el consumo de alcohol, drogas y sexo, ni tampoco único. Salou fue también escenario de la misma actualidad durante varios años cuando se ofrecían a los británicos tours de fin de semana para emborracharse por precios módicos. Los ayuntamientos de estas ciudades –estas son las que ostentan los records- pero todos los de la costa mediterránea, desde Palamós a Torremolinos, permiten a los turistas convertir sus bellos pueblos y ciudades en un infierno de borrachos y drogados, basuras, espectáculos porno, agresiones físicas y sexuales, con tal de obtener los dudosos beneficios que el turismo nos aporta.

Y ya sabemos que sin turismo no comeríamos nadie.

Cuando se inició una torpe campaña de agresiones a los turistas –precisamente los más pacíficos y prudentes, como suele pasar- en Barcelona y en el País Vasco, se elevaron las voces indignadas y atemorizadas de los gobernantes y empresarios ante la posibilidad de que tales acciones perjudicaran el turismo. Entusiasmados y orgullosos como se hallan ante los 80 millones de extranjeros que cada verano se apropian de nuestro país, para convertirlo en el vertedero de Europa de todas las perversiones que en sus países de origen no pueden cometer.

Esa es la gran industria de la que vivimos. Desmontados la mayoría de los sectores industriales por orden de la UE, enflaquecida la ganadería y la agricultura, nos adjudicaron la calificación de país turístico. Y en eso nos hemos quedado. La perspectiva laboral de nuestros jóvenes es ser camareros.

Y pues si hay que vivir de los magros beneficios que dejan los hostales y las bebidas alcohólicas, aumentémoslas hasta el desborde, eliminemos cualquier traba o prohibición –somos el país más tolerante del mundo- y convirtamos España en un lugar único para retroceder en civilización y buen gusto. Los que deseen vivir las que parecen que fueron orgías romanas no tiene más que venir a Margaluf, a Salou, a Marbella. Y aumentadas, porque, según nos cuentan, aquellas se celebraban en los espacios acotados de los palacios imperiales mientras que hoy cualquiera puede disfrutar del espectáculo de un coito o una felacio entre dos hombres o una mujer y un hombre, en mitad de la calle de esas poblaciones.

En mantener tal estado de cosas colaboran los ayuntamientos, los delegados del gobierno, las Comunidades, los jueces, la policía y los vecinos. Exceptuando aquellas minorías que se han manifestado temerosamente contra la situación que están soportando, la mayoría de la población está contenta con obtener sus recursos de prostituir su ciudad.

Bien sabido es que los españoles no quieren ni respetan a su país. El fascismo nos destruyó aquel impulso de regeneración que desde el siglo XIX hasta 1939 llevó a tantos políticos y educadores y escritores y trabajadores y mujeres a luchar por sacar a España de la postración y degeneración a que la habían llevado las corruptas monarquías que la gobernaban, las guerras civiles que sostuvieron para librarse de ellas, y la miseria, el analfabetismo y el crimen que campaban por sus respetos en el país, haciendo de un pueblo explotado, víctima de todos los excesos de la Corona, la aristocracia y las oligarquías.

Pero los ilustrados y los republicanos y los socialistas y los comunistas y los anarquistas y las feministas perdimos la Guerra Civil, y con ella la posibilidad de lograr el avance de nuestro país. Nos dejaron con la muerte en el alma, y ya sabemos con Calderón que el honor es patrimonio del alma.

Cuarenta años después del término de la dictadura, los lacayos del capital que nos han gobernado, en todas las administraciones, han hundido a la sociedad española en la ignominia. Tenemos los más bajos índices de rendimiento en escolaridad -España es el quinto país con menor inversión en educación de Europa- ninguna de nuestras universidades se encuentra entre las primeras doscientas del mundo, los índices de lectura avergonzarían a nuestros institucionistas, no se apoya ni la ciencia ni la investigación, la violencia contra la mujer y los niños aumenta sin freno, la inversión en atención social es más baja que la media europea, pero somos los primeros en fútbol –plagado de corrupción- prostitución, botellones de los jóvenes y orgías turísticas.

Cuando el único objetivo de una sociedad es ganar dinero para disfrutar de los más primarios placeres: la comida, la bebida, el sexo, el fútbol, y en proporcionarlos a sus ciudadanos se concentran sus gobernantes, es que ha perdido toda conciencia de su propio honor.

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