Decía Anatole France que cuando se alza un poder ilegítimo, para legitimarlo basta reconocerlo, pero ¿para deslegitimizar un poder legítimo basta con desconocerlo? Nunca en el reciente período democrático se había visto nada igual: un golpe de mano de los barones del PSOE para derribar a un secretario general elegido de forma democrática por las bases, en un intento sumario de forzar a Sánchez a dimitir mediante un procedimiento que suscita serias dudas sobre su legitimidad. Estamos ante un hecho de una extremada gravedad que afecta al funcionamiento interno del PSOE, pero también a usos democráticos en este país.

El Partido Socialista desde hace años viene asistiendo a una desafección de la ciudadanías perdiendo de forma paulatina la posición y función en la sociedad sin que sus dirigentes sean capaces de descodificar, o se empecinan en no hacerlo, la causa del alejamiento que hacia sus siglas mantienen las mayorías sociales. Es como si muchos dirigentes socialistas hicieran suyas las palabras del filósofo Lucian Blaga, cuando decía que el mejor medio de asistir a la destrucción y salvarse, es dirigirla. Atravesamos hoy tiempos de zozobra e incertidumbre, donde empobrecer a la mayoría de la población es “técnicamente” un óptimo resultado. Los valores democráticos quedan pedestremente reducidos al trato igualitario a los desiguales, que no es otra cosa sino la indefensión absoluta de los débiles aniquilados por el darwinismo social. La crisis que padece el socialismo español se puede de modo terminante definir como falta de trascendencia. Un pedestre pragmatismo sustituyó a la solidez del criterio ideológico para generar una actuación política que no se enfrenta a los acontecimientos sino que se adapta a ellos para dar la sensación de que se dominan.

En ese contexto, las guerras por el poder, después de exiliar oportunamente la ideología, los valores y la misma política como una pulsión cívica regida con lucidez, en palabras de Azaña, se convierten en un armagedón autodestructivo cuyos daños son difíciles de reparar y hacen que la confianza de la ciudadanía en el partido se disipe definitivamente al observar que los únicos intereses que se dirimen son de índole nominalista al asalto de espacios de poder e influencia como un desesperado reparto de los pecios del naufragio ajenos al drama social que viven las clases populares. El coup de force realizado por los denominados críticos creando una gravísima división en el Partido Socialista supone un asalto al poder sin que esté muy claro cuáles son sus propósitos últimos, ni que suponga un rearme ideológico, ni nuevas formas de relacionarse con la sociedad, y, sobre todo, que no parece que sea un acto que restaure la confianza de la ciudadanía en el PSOE sino todo lo contrario.

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