Eran las ocho y veinte de la tarde del lunes pasado cuando se oyó el grito. Yo estaba sentada en mi escritorio, con la ventana que da al patio trasero abierta. “¡¡No me pegues, por favor, no me pegues otra vez, no me hagas daño!!”. Gritaba una voz de mujer, y el alarido era desesperado. Nunca había oído una súplica de este tipo, un grito cargado de semejante terror, fuera de la pantalla de televisión o de mi ordenador.

Me abalancé a la ventana y alcancé a oír cómo alguien cerraba la suya en algún lugar del patio que no localicé. Vivo en un edificio de siete plantas con seis pisos por planta, lo que multiplica ventanas y ventanucos en los patios interiores. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a la policía, y marqué el 091. Tras unos minutos de espera, decidí colgar. En algún lugar alguien estaba maltratando a una mujer. En algún piso de mi escalera, con las ventanas cerradas y probablemente ya en el silencio pastoso de la violencia doméstica. Sentí que no podía esperar. Marqué entonces el 016, el número gratuito contra la violencia machista. Alguien en el otro lado de la línea dijo: “Llame al 112, emergencias”. Así lo hice. Dejé la dirección, mi nombre y el piso en el que vivo, y apenas cinco minutos después dos hombres vestidos de paisano y visiblemente tensos se presentaron en mi puerta.

Salimos a la escalera, donde algunos vecinos, pocos, acababan de asomar la cabeza. Los hombres recién llegados empezaron a recorrer los pisos, desde arriba. Alguien dijo “No es la primera vez”. Otra persona asintió con la cabeza y gesto de pesadumbre. Sentí una rabia inútil al pensar “Si no es la primera vez, ¿por qué nadie había llamado hasta ahora a la policía? Si esto ha sucedido y usted lo sabía, ¿por qué calló?”.

Tras un buen rato, supe que la policía no había encontrado nada. O sea, que víctima y agresor o agresora seguían encerrados en su espacio de dolor. Y desde entonces no he podido quitármelo de la cabeza. Me he despertado cada mañana pensando que en esta escalera vive una mujer a la que le pegan, pongamos que con cierta asiduidad, según las declaraciones en voz baja de algunos vecinos.

Así que, por fin, me he decidido a redactar una nota, que he colgado en el portal de la escalera. Dice así:

“Apreciados vecinos,

Esta semana pudimos oír, desde varios pisos, los gritos de una mujer implorando desesperada que no le volvieran a pegar.

Llamé a la policía, que recorrió la escalera, pero no encontró a la víctima.

Ruego que si alguien tiene algún dato o sabe en qué piso se producen las agresiones llame al teléfono 016. Es gratis y no deja huella en la factura.

También puede ponerse en contacto conmigo en el 4º C dcha.

GRACIAS.

Cristina.”

No sé si este gesto servirá para algo. No sé si los vecinos que ya en otras ocasiones han oído los gritos o el llanto de esa mujer, se decidirán ahora a hacer algo. Sí estoy segura de que nuestra actuación debe ir, en el caso de la violencia, incluso más allá de la denuncia. Si la denuncia no da fruto, creo imprescindible involucrarme más allá. No abandonar la posibilidad de que alguien hable, descubra, denuncie. O al menos, de que ella, y su agresor/a, vean que una persona, una vecina, sí está pendiente de lo que pueda pasar.

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Periodista y escritora, estudió Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha ejercido como periodista en El Mundo, Cadena Ser, Radio Nacional de España, El Periódico de Cataluña, Cuatro, Telecinco, Antena3 Televisión,... Ha sido (por este orden) redactora de calle, entrevistadora, reportera, guionista de radio y televisión, columnista política, analista política, columnista cultural, articulista, jefa de sección, jefa de redacción y subdirectora. Directora de D16.com

1 COMENTARIO

  1. Hola, no es muy buena idea lo que has hecho, ya que el agresor te puede localizar y tomar represalias. Muchas gracias eso sí por llamar a la policía.

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