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Cine popular, lo femenino y la copla

Antonio Periánez Orihuela
Antonio Periánez Orihuela
Maestro de Primera Enseñanza. Licenciado en Filosofía y Letras (Historia del Arte) Doctor en Comunicación Audiovisual. Tesis: La Imagen de Andalucía en el Cine Español (1940-1960) Diplomado por la Universidad de Valladolid. Historia y Estética Cinematográfica. Colaborador varios años del Periódico Comarcal, "El Condado".
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análisis

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Y pasaban figuras mal vestidas de mujeres, cruzando como sombras, solitarias mujeres adiestradas -viudas, hijas o esposas-

JAIME GIL DE BIEDMA

La sociedad española en los primeros tiempos del Caudillo en el poder estaba regida por una escala de valores sentimentales de su entorno inmediato. En este ámbito encontramos muchas vivencias que se negaban a desaparecer y que parecían detener el tiempo. Eran valores presentes en la forma de vivir de la gente y en las relaciones sociales tradicionales, asimismo estaban en el lenguaje popular y en el cancionero de la copla. Antes de la guerra, personalidades como Federico García Lorca habían popularizado parte de aquellas tradiciones folklóricas, después de la guerra, poetas como Rafael de León, Antonio Quintero y músicos como Manuel Quiroga hicieron renacer el mundo de la canción. Pero el género había cambiado de sentido, la crítica más progresista veía en ellas la representación del pensamiento conservador de los vencedores. Por su parte, pocos medios como el cine tuvo la capacidad de ofrecer en sus historias, una galería de universos distintos y fantásticos. La pantalla fue uno de los mejores aliados del franquismo, como en siglos anteriores lo había sido el teatro para los reyes de la Casa de Austria o de la dinastía Borbón. Sin terminar la guerra, el bando nacional produjo películas que se rodaron en los estudios alemanes e italianos. Entre las más destacadas encontramos: Carmen la de Triana (1.938) de Florián Rey que se rodó en Alemania o Los hijos de la noche (1.939) de Benito Perojo en Italia. Hubo películas reconocidas durante la República como Morena Clara o La verbena de la Paloma que tuvieron una distribución en ambas zonas del conflicto. A partir de la victoria franquista, el cine se convirtió en el apoyo de su política cultural, artística y propagandística como el NODO. El pueblo español era, desde hacía décadas, un espectador consagrado, por su carácter propenso a la ensoñación y la fantasía, así que el éxito popular del cine estaba asegurado.

Pese a la escasez de medios, la industria cinematográfica española, fue considerada una prioridad por los gobiernos franquistas, así el cine se estableció, dentro de sus posibilidades, como el auténtico arte de entretenimiento. Para ello se crearon una serie de géneros populares que obedecían a las consignas y a las normas ideológicas del sistema. La asistencia al cine, durante la posguerra, se convirtió en unos de los pocos momentos agradables en la precaria y monótona vida cotidiana de la población andaluza. La programación obedecía a la misma situación de carencias de otros artículos necesarios para la vida. Parte de las películas programadas eran españolas y entre ellas de ambiente andaluz o de género folklórico, algunas como: El negro que tenía el alma blanca (1.934). La hija de Juan Simón (1.935). Nobleza baturra (1.935). María de la O (1.936). Mariquilla terremoto (1.939). La Marquesona (1.940). La dolores (1.940). Los misterios de Tánger (1.942). Un caballero famoso (1.943). La maja del capote (1.944). La maja de los cantares (1.946), María Fernanda la Jerezana (1.947) o La estrella de Sierra Morena (1.952). Ciertas películas de éxito se reestrenaban continuamente sin problemas, años después de realizadas, los cines volvían a reponerlas con el anuncio bien visible sobre el afiche de «copia nueva», cosa que no era siempre cierto. Esta práctica se repite más tarde con películas de figuras de la canción o del flamenco que tenían la taquilla asegurada, estrellas como: Marisol, Joselito, Antonio Molina o Manolo Escobar. Había cintas que reunían todas las cualidades para triunfar como Currito de la Cruz (1.948), de Luis Lucia y para ser proyectadas en los pueblos. Pero, sin lugar a dudas, la que se proyectó más veces fue Morena Clara (1.936), de Florián Rey. En los cines de verano de los pueblos y de los barrios de algunas ciudades del Sur, cada temporada, el público acudía masivamente a las salas de proyección, era un público que conocía la trama y los personajes, sabían las canciones de Imperio Argentina y los dichos ocurrente de Miguel Ligero en su personaje de Regalito.

Sin duda, las manifestaciones artísticas expresadas con un lenguaje conocido las elige el pueblo como su forma de expresión y, a veces, la estética culta se ha nutrido de lo popular, de igual modo, hay etapas donde lo popular ha sido tributario de lo culto. Este cine de género, comedia o drama, habla de cosas sencillas, historias sobre una Andalucía que mostraba las formas de vida social del momento y que aseguraban el éxito en otras regiones del país. En ciertas películas españolas, la presencia andaluza estuvo siempre en el conjunto de los personajes, el andaluz representado por un sargento gracioso, un señorito perdonavidas, una folklórica, un criado chistoso y sumiso o un cuerpo de baile. La copla y el cine respondían a las necesidades sentimentales de las clases más modestas. El arte popular, en todos los tiempos, ha formado parte de la cultura social, aunque no se haya conseguido la integración en la cultura oficial. Por su parte, la cultura oficial trata de bajo nivel cultural a las clases populares, porque rechazan la cultura institucionalizada. La cultura es un producto social que satisface unas necesidades creadas por el hombre para comprender y modificar la realidad en la que vive. La copla y el cine sobre lo andaluz se instalaron en la vida cotidiana de gran parte de los españoles, pero entendemos que el éxito de los espectáculos y de las películas folklóricas tiene una explicación racional. Miremos. En las zonas rurales vivía una parte importante de la población que con el tiempo se traslada a los cinturones industriales y a los barrios periféricos de las grandes ciudades. El flujo migratorio fue notable durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX, aunque, entendemos que, un cambio en el espacio no supone un cambio en las costumbres. Francisco de Quevedo en su relato picaresco del Buscón advertía que los cambios surgen desde dentro, “pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbre”. Pues bien, merece nuestra reflexión la presencia de fiestas relacionadas con la Semana Santa, la Feria de Sevilla y la Romería del Rocío en localidades muy alejadas de Andalucía. Y es que, los pueblos, las sociedades se resisten a dejar la identidad y las creencias que forman parte de sus vidas, en otros tiempos los obreros andaluces llevaron el pensamiento anarquista al trabajo y a las fábricas.

El éxito del cine sobre lo andaluz estuvo presente en cada región del territorio nacional debido a la fuerte emigración hacia las zonas industriales. Pero la aceptación de la copla y las películas no fue exclusiva de andaluces y extremeños, el reconocimiento lo tenían en todo el país. El motivo principal del éxito estaba en el contenido sentimental de las películas y las canciones, en ellas hay un reflejo del “modo de producción” y “reproducción social” que imperaba en España. La estética cinematográfica y de las canciones de la autarquía planteaban los problemas del presente en la vida cotidiana de la sociedad española. Manuel Vázquez Montalbán recopiló, en su «Cancionero General del Franquismo», la huella sentimental de la sociedad del subdesarrollo, las canciones de la autarquía. Canciones que, en forma de pequeños folletos, recogían las letras del repertorio de los artistas del momento: Juanita Reina, Concha Piquer, Antonio Molina o Luisa Ortega. Estos cancioneros tuvieron una notable popularidad pues a través de ellos el público conocía letras de las canciones, los folletos se vendían en librerías o en los primitivos kioscos.

En aquel tiempo, durante el invierno, la sociedad andaluza contaba sus miserias alrededor de la chimenea y de la mesa camilla, en los largos meses de estío, en los patios y en las puertas de las casas, tomando el fresco. Las charlas familiares y vecinales eran el lugar apropiado para compartir los sentimientos, los buenos vecinos daban rienda suelta a las penas que producía la miseria. Pero había otro llanto producido por la guerra y las noticias de los familiares encerrados en las cárceles por el Régimen. La mayoría de las personas mayores eran analfabetas, las mujeres se ocupaban de una vecina de confianza para que leyera y contestara las cartas de los familiares ausentes. Las mujeres reunidas realizaban trabajos de costura, hacían abrigos de punto o bordaban los ajuares de las jóvenes, aunque parte de estas labores estaban retribuidas, era un trabajo de las jóvenes, de clase media, que no entraban en el servicio doméstico. Los grupos de mujeres más necesitadas iban al campo a realizar labores sencillas y temporales, trabajos como la vendimia, la recogida de la aceituna y otros menesteres mal remunerados. Las pocas mujeres que sabían leer lo hacían, en ocasiones, para ser escuchadas, algunas reuniones eran acompañadas por la lectura de novelas populares o por entregas que todavía se publicaban. En otros casos cantaban las canciones de moda y contaban cuentos y películas, las noches de invierno los familiares y vecinos jugaban a la lotería con fichas de altramuces secos, porque las fichas escaseaban. También era frecuente jugar a las cartas para matar el tiempo, años más tarde se escuchaba la radio que consistía en «oír la novela». El sentido comunitario de la sociedad rural andaluza no estaba roto todavía, la emigración terminaría definitivamente con él. En este tiempo, en cierta medida, España mantenía vivos los valores populares, las amistades y una forma de vida donde existía la ayuda entre los conocidos, las personas ni nacían ni morían solas. En la sociedad andaluza permanecía viva la memoria sentimental, una forma de subcultura manifestada y practicada por la sociedad trabajadora de los pueblos y barrios de las ciudades, pero representaban un universo que llegaba a su fin.

Las clases populares habían creado su propio mundo cultural y estético, los pueblos y los barrios de trabajadores conocían las coplas, lo mismo que las películas que se proyectaban una y otra vez. Pero las películas y las coplas hablaban fundamentalmente de una Andalucía de perdedores y perdedoras, puede que de fracasados en el amor o de un trabajo dignificable, un medio de expresión para un medio cultural de vencidos. Algunas películas planteaban problemas relacionados con el papel social de la mujer, por este motivo las mujeres fueron sus principales espectadoras. Sin embargo, había otro hecho de importancia para la transmisión-difusión de la copla y del cine sobre Andalucía, era la existencia del grupo marginal de los homosexuales. Los temas de la copla respondían al concepto de marginación y pocos grupos sociales fueron peor tratados que los homosexuales. Ellos conocían las canciones, los gestos y ademanes de las cantaoras, las imitaban cuanto era posible y estaba permitido. Este velado permiso ocurría en las fiestas de los pueblos, en las cruces, en las romerías y en las celebraciones ocultas de los señoritos.

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