Ámbar tenía 1 año y 7 meses, fue brutalmente golpeada y violada, posteriormente murió en el hospital de la Comuna de los Andes en Chile la semana pasada. Se dice que estaba bajo la custodia de una tía y su pareja, siendo este último el principal sospechoso. Desde que el caso se hizo público, iniciaron debates sobre una posible  restitución de la pena de muerte en el país, y a pesar de que ya se ha señalado que dichas medidas serían contrarias a las obligaciones internacionales contraídas por Chile en tratados internacionales, el clamor social no ha dejado de hacer eco, apoderándose de las calles con manifestaciones violentas. Sin embargo, lo que sabemos hasta ahora, a través de los medios de comunicación es muy poco, y sin duda deberíamos esperar el fallo de la sentencia para poder tener una aproximación jurídica real de los hechos, y ser capaces de distinguir en todo momento entre el descontento social (que es totalmente válido) y la labor judicial (cuyo deber es actuar con imparcialidad).

Por lo pronto, ha llamado mi atención el testimonio del médico que atendió a la menor al llegar al hospital, y aunque algunos se preguntaran ¿qué relevancia tiene esta opinión para un jurista? ¿constituye un indicio probatorio, para intuir el fallo que tendrá la sentencia? la respuesta es que no sabemos, y precisamente por esta razón, hoy más que nunca es necesario hacer un ejercicio de humildad intelectual, que nos permita escuchar abiertamente lo que los otros tienen que decir, sin tachar ningún comentario por carecer de autoridad o estar equivocado, porque lo cierto es que nadie es todólogo, y que toda sociedad democrática debe estar abierta al diálogo plural y respetuoso.

El pediatra Álvaro Retamal señaló el domingo 29 de abril desde su cuenta de Facebook lo siguiente: “[…] Cuando tuve a Ámbar Lazcano en la unidad y luchábamos por su vida, cuando veías su cuerpo frágil, sus manitos, cuando en medio de todo te dabas tiempo para acariciar su cabecita golpeada y decirle que viviera porque nunca más dejaríamos que alguien le hiciera daño.. cuando tienes la oportunidad de decirle en voz baja y que nadie escuche que viva por favor que no tenga miedo porque hay en esta Tierra personas que estamos dispuestas a quererla.. que los tíos y tías que la recibimos en los Andes, que la trasladaron en la ambulancia, que la cuidaron en urgencia en Pabellón mientras se operaba, y nosotros en la UCIP.. todos nosotros desde el que hace el aseo hasta los médicos que a veces toman esa fría distancia para no empaparse de tanto dolor.. todos estábamos sufriendo acompañando a este bello angelito.. y claro con ganas de que él perpetrador sufriera lo indecible por lo que hizo… Ámbar descansó finalmente de una vida que sólo conoció el dolor.. yo tomé sus manitos cuando partió y sin ser nada.. sin ser digno de hacerlo la bendije, solo porque yo estaba ahí y no un sacerdote, no su padre. Lo que siento hoy no SON deseos de que maten a nadie, cuestión que no soluciona nada… hoy siento que debimos estar ahí… antes que todo pasara para Ámbar y para tantos otros.. más fácil pedir pena de muerte.. pero porque no convertimos tanto odio en Amor y protección para nuestros niños, porque ellos son de sus padres pero también de todos los que callamos, no sabemos o no queremos saber que pasa con ellos.. el llamado tiene que ser a organizarnos para proteger a los niños que nos rodean en este Valle entre cerros y cordillera eso si puede ser de ayuda… pedir la muerte de un monstruo solo un desahogo”.

Este simple testimonio de una persona real, que acompañó a Ámbar en sus últimos momentos de vida, nos deja un mensaje claro: el odio no es el camino. Y aunque recientemente hemos visto movilizaciones sociales alrededor del mundo, cuando se conocen casos que provocan indignación y repudio hacia quienes cometen semejantes atrocidades, debemos recordar que las revoluciones del siglo XXI no pueden seguir siendo a punta de palos, gritos y golpes, porque si algo hemos aprendido a través de tantos siglos de historia, es que la violencia no se apaga con violencia, y que descalificar y lanzar discursos de odio contra personas concretas, destruye al mismo tiempo parte de nuestra humanidad.

Al leer lo poco que se sabe de este caso con lente femenino, me pongo a pensar que Ámbar como muchas otras niñas en el mundo, no tuvo la fuerza ni capacidad para resistrise, gritar, pedir auxilio, o decir no, ante alguien que abusó de su fuerza física, para despojarla de dignidad y de vida. Y aunque conocer estas historias nos da rabia, mientras no seamos capaces de actuar de manera distinta a la de los agresores, seguiremos sembrando semillas de violencia y no de paz. Con esto no quiero decir que la sociedad debe permanecer quieta, ni tampoco que debemos normalizar este tipo de sucesos; sino todo lo contrario, nuestra bandera debe ser siempre la de la sana crítica, la de la indignación que no se conforma con gritar, sino que además hace, aporta y construye, para que lo que le pasó a Ámbar, no le pase a ninguna otra niña.

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