Andan algunos escandalizados con la nueva presidencia del Partido Popular. Dicen que Pablo Casado, lejos de regenerar el PP lo ha transportado en el tiempo cuarenta años atrás. O más.

Ven en el nuevo líder lo más rancio de la derecha. De la casposa. Esa del quiero y no puedo, del aparentar y del clasismo. Sin duda, su más que sospechoso máster universitario deja en evidencia que para este tipo de gente, podría ser lo único importante la fachada, nada más. ¿Que hay que tener títulos? Pues se compran. O a veces, ni eso. Se amenaza, se extorsiona, y listo. Como cuando Carmen Polo, según dicen, iba arrasando por donde pasaba: si quería aquélla joya, aquella reliquia, se lo daban. Lo que fuera. Nadie se atrevía a contradecir a la señora. Y así ha venido funcionando la rancia derecha en este país durante ochenta años: haciendo todas las trampas que les ha dado la gana mientras juzgaban a los demás con una brutal dureza, inventándose en la mayoría de los casos las acusaciones.

Y junto a Pablo, el otro elegido de Aznar, es Albert. Tiene uno de cada: un catalán y un castellano. Y los dos van a echar carreras para ver quién la suelta más gorda. Para ver quién es muy español, más español, y mucho español.

Los hay horrorizados, repito, porque están viendo «surgir» una derecha que creían ya desaparecida.

En mi opinión la cuestión no es que «resurjan», pues siempre estuvieron ahí. Estos son las dos caras de una derecha que ha venido campando a sus anchas en este país. Por un lado tenemos al señor casado, ese perfil que aparentemente viene de buena familia (padre médico y madre profesora de universidad), con estatus social, con títulos y con buena imagen. Que parecía un joven aunque sobradamente preparado.

Albert Rivera es la otra imagen, la de la derecha que viene de clase obrera. Padres humildes, con un negocio familiar, y un hijo con ambición. Albert se ha pasado la vida negando ser de derechas, porque ya se sabe, que no hay cosa más absurda que un obrero de derechas, y por eso pertenece a ese grupo de gente que «no es de izquierdas ni de derechas»; aquellos que consideran que «politizar las cosas es negativo», porque «hay que hacer lo que hay que hacer, que para eso está el sentido común», y todas esas cosas (vacías y de derechas).

Así las cosas tenemos para elegir: la derecha clásica, conservadora, tradicional, la que por decoro nunca se atrevería a hablar de determinadas cosas como la prostitución, la maternidad subrogada, la de la familia tradicional, que rechaza la eutanasia; y por otro lado, la derecha camuflada que va de moderna y de atrapatodo pero que luego de pronto nos asombra con intenciones más radicales que las de la derecha tradicional.

Pasa lo mismo en frente. Un PSOE que, con Sánchez a la cabeza, no puede definirse mejor: un partido que no se sabe por dónde puede salir. Como Pedro. Que de pronto tiene una idea brillante y te emociona, y te corta la alegría montando un tinglado absurdo que eclipsa todo lo demás. Ese es el PSOE en su esencia. El que baila con la derecha pero hace como que se enfada con ella. Y a la hora de la verdad está más a gusto negociando con un Pablo Casado o un Albert Rivera que con un Alberto Garzón o un Pablo Iglesias. Al PSOE le sienta bien decir que es la izquierda, y para eso necesita ponerse en la foto con la derecha, cada vez más extrema.

Y Pablo Iglesias, que ahora viene a ser quien aglutine los apoyos de la gente que quiere votar a la izquierda y no puede hacerlo. No puede porque Izquierda Unida ya se ha inmolado. Porque el PSOE ya no convence ni aunque convierta el agua en vino…. y Podemos, con todas las decepciones que ha dado, al final, se ha convertido en esa opción que ha capitalizado el mensaje (en parte) del malestar social ante el desmantelamiento.

Están todos bien retratados: va poco a poco configurándose el mapa, cayendo las caretas de los que siempre estuvieron ahí pero disfrazados. Y no, no fue casualidad. Esto se venía urdiendo desde aquí: https://es.fundacioneveris.com/transforma-espana-es.pdf

 

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