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Amo, luego dependo

María I. Clemente Martori
María I. Clemente Martorihttp://www.mariamartori.com
Licenciada en Psicología Clínica (Blanquerna. Ramón Llull - UOC). *Postgrado en Neurorehabilitación (U.B - Institut Guttmann) *Master en Sexología ( Universidad Camilo José Cela) *Otros estudios : Ingeniera Informática (Universidad Autónoma de Barcelona). Actualmente combino mi faceta profesional de atención psicoterapéutica y sexológica en consulta, con la de Gerente de la Asociación Tandem Team Barcelona (dedicada a la atención de las personas con Discapacidad), y cuya misión es la defensa de la diferencia y la diversidad en cualquiera de los dominios de la expresión humana. De orientación ecléctica me especialicé en la atención a la discapacidad, transitando hacia la mirada individual y social de la sexualidad de este colectivo, situándome finalmente y hasta el día de hoy, en un espacio que reviste grandes vacíos, como es el reconocimiento y el derecho de la sexo-afectividad de las personas con diversidad funcional Aficiones: natación y la practica de técnicas de meditación que me ayuden a expandir la conciencia del SER.
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análisis

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En cualquier relación de amor, existe un grado de dependencia. Pretender que no sea así nos convierte en rocas. Inertes. En seres sin emociones. En almas vacías.

Quien ama, depende… y si el objeto amado desaparece, sufrimos. Sino sufriéramos, probablemente no habría amor. O al menos amor con ese sello tan humano. Defectuoso sin duda, pero humano. Buda ya hablaba acerca de los riegos de las dependencias: emocionales, materiales o incluso espirituales. Y del esfuerzo que debemos invertir para evitarlas.

Sin embargo como cualquier utopía, el sentido de la misma, no es alcanzarla, sino ayudarnos a avanzar.

Como decía Eduardo Galeano. La utopía es como el sol en el horizonte… por más que andes, jamás lo alcanzarás. Y cuando el alumno le pregunta: “Y entonces. ¿Si nunca se alcanza, para que sirve?”. El maestro le contesta… “Para eso mismo… Para andar”.

El objetivo final, esa luz que nos ilumina, nos recuerda que debemos ser cautos en nuestros vínculos y relaciones. Nos advierte de los riesgos del enganche emocional, y nos ayuda a sanear, segundo a segundo, esos lazos creados.

Pero dejadme que me haga una pregunta… ¿A alguna madre se le ocurriría decir que si pierde a un hijo no va a sentir un dolor tan extenuante, que va a desear que se le acabe la vida?. ¿No es eso entonces dependencia?.

¿Entonces alguien me puede explicar como se establecen los vínculos, sin sentir esa inevitable dependencia?

Difícil, muy difícil. Por no decir, pura utopía.

Hay momentos en los que esta cuestión me parece tan incompatible con la propia naturaleza humana, con la esencia en si misma de la emoción, que me planteo si puestos a evitar riesgos, no sería mejor ni siquiera respirar… no vaya a ser que nos guste demasiado y por el camino dependamos también del hecho en si mismo de estar vivos…

Creo firmemente que debemos intentar no caer en dependencias patológicas. Hay que tener todas las alarmas a punto para cuando un vínculo se torna oscuro e insano. Evitar a toda costa aquellos estados de “Sin ti me muero”, o “Si me dejas me hundo”. Sin embargo pretender no depender de nadie o de nada, resulta tan inhumano, como el vacío mismo de la no-existencia .

Y aquí me veo obligada a hacer una distinción entre amar a alguien y lo que llamamos, AMAR, de un modo universal.

Cuando hablamos del amor universal, cuando nos referimos a vivir en el amor, apelamos más a un estado de existencia que a un sentimiento hacia alguien en concreto. Sería fluir en un estado energético, vibrar a una frecuencia determinada, donde todo lo que damos y recibimos viene teñido por el color de la entrega. Sin embargo… cuando decimos que amamos a alguien, con nombre y apellidos, con un cuerpo y una cara concreta, y con quien establecemos un vínculo significativo, en ese amar, creo firmemente, que la dependencia va absolutamente ligada a la esencia de ese mismo sentimiento. Quizás precisamente por que los sentimientos son racionalizaciones de las emociones más primarias, y en todo proceso mental interviene el ego, el cual, por encima de todo y ante todo se debe a él mismo y a sus necesidades. Y ahí es donde quizás se gesta la dependencia.

Así la secuencia sería la siguiente: Mi emoción siente amor. Vibro amorosamente. La mente empieza a analizar todo esto que sucede entre la piel y el sistema límbico (responsable de las emociones), y el córtex cerebral empieza a trabajar. “Esto me gusta mucho, no quiero que se acabe”. “¿Tendré siempre garantizada esta plenitud que siento ahora?”. “¿Como puedo asegurarme de que no me falte nunca?”. “¿Vamos a hacer un trato? ¿Nos hacemos pareja? ¿Nos casamos?”… Y así hasta donde la mente nos dé.

Pasamos de un estado esencial amoroso, a un estado mental de alerta, que quiere asegurarse de no perder al objeto o sujeto amado. Y aquí es donde debemos controlar a nuestra mente y poner bajo custodia la posesividad que de ella surja, así como los celos y las dependencias. El ego, es decir la mente, sin las riendas de la consciencia, es como un caballo desbocado.

Y dicho esto me pregunto: ¿Podemos por tanto amar sin generar dependencias.? Pues bien. ahí va mi humilde respuesta… Si practicamos unas 23 horas al día de meditación, nos distanciamos drásticamente de nuestras emociones, y nos volvemos un poco “piedra”… solo así, y quizás con unos 40 años más de práctica, logremos por fin amar sin depender.

Mientras tanto, y para no aburrirnos demasiado, mi consejo es que os olvidéis de lecturas “facilonas” como las de Walter Riso “Amar o depender”, que sigáis asumiendo que en el amor hay una parcela adosada con la “D” de “Dependencia” y por último que aprendáis a manejarla para que no se os convierta en el monstruo de las cavernas.

Dejemos entonces para los dioses, lo que es de los dioses. Y al hombre navegar entre la grandeza de sus imperfecciones.
En realidad ser imperfecto, no está tan mal.

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