Apenas ha comenzado el año y ya se han cometido asesinatos de mujeres por sus parejas masculinas en una carrera que no cesa.

¿Qué más hace falta que pase para que las instituciones asuman su responsabilidad en esta cuestión?

¿Qué ha de suceder para que la mayor parte de esta sociedad tome partido activo en contra del crimen?

¿Por qué este gobierno no admite claramente su fracaso en impedir y prevenir dichas muertes y cambia de estrategias?

¿Para qué muchos medios de comunicación continúan reforzando el machismo asesino cuando nos cuentan que las mujeres se «caen» de las ventanas o «aparecen muertas» por los suelos?

¿Qué «beneficios» obtienen todos ellos con esas maliciosas conductas?

En los asesinatos y cómo posteriormente se gestionan en todos los niveles no existe la casualidad ni la mala suerte, sino un complejo engranaje con un fin obvio: mantener el desequilibrio estructural entre la realidad de mujeres y hombres.

Virus sistémico con el objetivo patriarcal de supremacía del macho para no perder su poder cavernícola, su irracional e injustificado rol dominante.

Vivir con altos grados de violencia generalizada en sociedades como la nuestra, facilita tragar por el odio y la misoginia.

Dicha violencia la interiorizamos sin darnos cuenta y, lo peor, la normalizamos.

Cada vez produce menos escándalo moral la noticia de un nuevo crimen, la indecencia de una tortura más.

Y es que en España el hombre siempre ha maltratado a la mujer, de manera que la normalización no es nueva, ya estaba instaurada; tal vez habría que empezar por ahí.

Tomar la parte por el todo para combatir abusos.

Mucho antes que la lucha de clases, existió la lucha de sexos, y aún no han acabado ninguna de las dos.

Si trazamos una línea, en un extremo se encuentran los crímenes machistas y en el otro están los sueldos más bajos, el ninguneo y todos los micromachismos imaginables.

De forma que no se debe dar sólo la mayor importancia al factor más llamativo, sino a todos, pues forman parte de un proceso alineado y sucesivo de un verdugo frente a una víctima.

Los verdugos son siempre cobardes, escogen la inferioridad de condiciones del otro, jamás se enfrentan con un igual.

Hace falta desenmascararles mucho antes en sus tics, y esa habilidad es todavía una asignatura pendiente de las mujeres.

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