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Zarzuela no puede con el rey emérito

Tras cuatro horas de reunión en Zarzuela, el entorno de Juan Carlos I anuncia que volverá a España en junio

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análisis

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El rey emérito regresa a sus lujos exóticos orientales (que no exilio) tras pasar por España como un furioso vendaval que ha sacudido los cimientos de la monarquía parlamentaria española. Con él llegó el escándalo, como en aquella película de Minnelli. Tras reunirse con su familia en Zarzuela, el primero de los Borbones ha subido al avión privado a 160.000 euros el billete (no es precisamente un low cost) y con las mismas se ha vuelto para el Golfo. Cuenta la prensa de Madrid que Juan Carlos I ha blindado su residencia fiscal, cambiando Madrid por los Emiratos. Así ya no tendrá que declarar a Hacienda los regalos y fruslerías que, de cuando en cuando, van saliendo de la lámpara árabe de Aladino, como ese lujoso jet que le ha llevado a Galicia, alfombra voladora que tapa tantas cosas. Renunciar a la patria sentimental para abrazarse a la patria del dinero es un maldito bochorno para este país. Otro más, suma y sigue.

Pero más allá de que el turbulento viaje a Sanxenxo sea ya historia de España, llega el momento de hacer balance político. La primera consideración que cabe hacer es en qué posición queda la institución, la jefatura del Estado, la monarquía española. Y la respuesta no puede ser otra que hecha unos zorros. Las últimas encuestas revelan que el 67 por ciento de los españoles no está de acuerdo con el carpetazo judicial a las causas fiscales del emérito y que más de la mitad de la ciudadanía se muestra indignada por el espectáculo poco edificante que el exjefe de Estado ha ofrecido en las regatas gallegas convertidas en un show o barraca de feria. “El emérito se ha convertido en una auténtica fábrica de republicanos”, asegura, no sin razón, Joan Baldoví. Desde ese punto de vista, las medidas de transparencia y regeneración acometidas por Felipe VI (un trabajo a valorar en su justa medida) van camino de quedar en papel mojado. En apenas cuarenta y ocho horas, el patriarca de la Transición ha tirado por tierra todo el plan de su hijo para mejorar la imagen de la Casa Real, una tarea que había contado con el inestimable asesoramiento de la reina Letizia como buena experta en comunicación.

En segundo lugar, y como efecto de lo anterior, habría que preguntarse sobre la relación personal entre Juan Carlos y Felipe. El escándalo de Corinna Larsen había dañado gravemente los lazos emocionales entre ambos monarcas y la excursión del emérito a la Corte de los Gallegos no ha hecho sino empeorar la situación. Zarzuela había dado instrucciones estrictas al viejo monarca para que regresara a España con discreción, sin dar demasiado el cante. Sin embargo, el patrón del Bribón se ha saltado las recomendaciones de palacio, ha ido por cuenta propia sin contar con nadie y ha aprovechado las regatas para intentar darse un baño de masas como una estrella del rock. En ese aspecto, lo que hemos visto este fin de semana no deja de ser un pulso en toda regla del padre al hijo, una especie de silenciosa reprimenda del progenitor a su vástago al sentirse injustamente tratado por la familia. De alguna manera, el rey abdicado se ha rebelado contra el vigente, cayendo en el desacato y perjudicando gravemente los intereses de la Familia Real.

Hoy, antes de partir para Abu Dabi, el emérito ha pasado por vicaría, o sea por Zarzuela, para pagar la auténtica factura de su arriesgado viaje. En una reunión de cuatro horas que ha sido más que un encuentro familiar una cumbre de Estado, padre e hijo se han visto las caras por primera vez en dos años. No se crean nada de lo que vean publicado en la prensa. Nadie que no haya estado en ese salón regio y en ese momento trascendental de la historia de este país puede saber qué se han dicho ambos personajes de esta tragedia shakesperiana que por momentos se ha convertido en un cómico vodevil. Unos medios apuntan a que Felipe le ha leído la cartilla a su antecesor en el trono, poniéndolo firme por su comportamiento caprichoso, frívolo, irresponsable. Otros publican que ha habido máxima tensión, cruce de reproches y palabras gruesas, de modo que la partida de ajedrez ha quedado en tablas. Ni blancas ni negras ganan. Sin embargo, el emérito saca una ligera ventaja, ya que se ha salido con la suya y lo más probable es que en algún momento de la conversación le haya espetado al hijo eso de “¿explicaciones de qué?” antes de soltar una risotada y pasar al comedor, a paso de muleta, para almorzar con el resto de la familia.

Como no ha habido fotos, ni ruedas de prensa, ni declaraciones institucionales (todo lo que rodea a Casa Real sigue siendo opaco y falto de transparencia) la única información oficial que consta es el comunicado oficial de Zarzuela, que deja la puerta abierta a que en el futuro el emérito pueda fijar su residencia permanente en España. En cualquier caso, Pedro Campos, el anfitrión de Sanxenxo, ya ha adelantado que el monarca honorífico volverá en junio a nuestro país, de modo que la lógica nos lleva a pensar que las cosas han quedado en stand by, enquistadas, sin ser resueltas. Las espadas siguen en todo lo alto, el pulso se mantiene y nadie es capaz de meter en cintura al emérito. Lo más probable es que Juan Carlos siga adelante con su campaña para intentar relanzar su imagen personal, manchada tras años de escándalos, y blanquearse a sí mismo en la última negra etapa de su vida. Frente a esa ofensiva mediática, Felipe ya ha reaccionado bajándose al pueblo. Esta misma mañana, sin ir más lejos, se ha dado un pequeño baño de multitudes, con mucho besamanos, en un acto oficial. Si alguien no lo para, esto va camino de convertirse en una gran lucha de egos.

El emérito (ya fuera de la realidad) sueña con recuperar el esplendor y la gloria de los primeros años de su reinado, cuando la propaganda monárquica (y no tan monárquica) construyó el relato del juancarlismo, el rey campechano y republicano que se enfrentó a los golpistas para defender la democracia en España. En realidad, el anciano monarca se ha embarcado en una regata con el tiempo perdida de antemano, ya que el daño está hecho y el velero monárquico hace aguas por todas partes. Su más grave error –al margen de su comportamiento propio de un patriarca bananero– ha sido no saber entender que su momento ya pasó, que la España de 2022 no es la misma que la España de 1978, y que la historia va a juzgarlo no solo por sus luces sino también por sus sombras. No solo por su innegable éxito político en la transformación democrática del país sino por su decadencia y ruina moral que ha venido a recordar a los españoles, por desgracia, las peores épocas de los más torpes Borbones.

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