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Yolanda Díaz da una lección de economía a Ramón Tamames

La ministra de Trabajo le recuerda al economista que intervenir el mercado laboral es cumplir la Constitución, no un ejercicio de sindicalismo vertical franquista

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análisis

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A mediodía, tras seis horas de tenso debate en el Congreso de los Diputados, Ramón Tamames daba por concluida su participación en la moción de censura, se despedía agradeciendo a sus señorías la atención prestada y pensaba eso de “ahí os quedáis”. Sin duda, el nonagenario profesor estaba cansado, agotado, tenía hambre y toda esa chirigota montada por Vox empezaba a venirle algo larga ya. Sin embargo, llegaba el momento de una trabajadora, de una currita de verdad, de alguien a quien no le gusta desperdiciar el tiempo y lo aprovecha al máximo: Yolanda Díaz. La vicepresidenta sometió al viejo catedrático al tercer grado de un discurso de más de una hora y lo abrumó con tantos datos concretos sobre empleo, IPC, contratación, fraude y fiscalidad que parecía que la cabeza del veterano candidato a la presidencia del Gobierno echaba humo por las orejas.

¿Qué se creía el señor Tamames, que iba a pasar por el Congreso sin escuchar aquello de “mire usted, le voy a dar un dato”? Nada de eso. Al Parlamento se va a dar el callo, no a pasearse ni a hacerse la foto o a recibir un honoris causa tras una larga trayectoria académica. Mientras Díaz soltaba su chapa sin compasión y lanzaba su habitual batería de arduas estadísticas, el economista, congestionado, boquiabierto y al borde de la lipotimia tras la tediosa maratón parlamentaria solo pensaba en salir de allí e irse a casa cuanto antes. No tuvo piedad la ministra gallega, que debió pensar aquello de “¿no quería moción, caballero?, pues tome dos tazas”. Díaz articuló su discurso alrededor de una idea fuerza: Tamames ha ido a las Cortes sin programa alternativo pese a lo que establecen las leyes y reglamentos sobre las mociones de censura. “Usted ha venido aquí solo para derrocar al Gobierno”, le soltó la vicepresidenta, que para entonces era como esa alumna aventajada y algo descarada que se permite enmendar al maestro sus errores y despistes.

Tamames se había tomado este trance parlamentario como un premio a su larga carrera política y profesional. No iba al Congreso a debatir con nadie ni a entrar en farragosas disquisiciones sobre nada. Y mucho menos estaba allí para que una señorita comunista que sigue fiel a sus principios (no como él, que es un evolucionado) le estropeara la hora de la comida. De hecho, su discurso fue tan breve, tan de salir del paso, que quedó en una mera panoplia de generalidades impropia de un catedrático de su rango y nivel, un corta y pega que cualquier alumno de bachillerato hubiese podido elaborar la noche antes de un examen. ¿Dónde estaba el insigne experto en estructura económica de España que destrozaba la lista de los libros más vendidos en la Transición? ¿Qué había sido del concienzudo analista leído y respetado por todos los intelectuales y políticos con independencia de su ideología? Ciertamente, el discurso de Tamames ha sido pobre, apresurado y previsible. Minutos antes de su cara a cara con Díaz le irritó sobremanera que Sánchez le fuese con “un tocho de 20 folios” para marearle con las cifras reales de España e incluso se permitió interrumpir la sesión, en un arrebato de ególatra soberbia, algo que no había pasado desde las Cortes de Cádiz. Batet tuvo que llamar al orden al exaltado.

Si el candidato interpuesto tenía prisa por acabar cuanto antes para irse al parque con los nietos o al hogar del jubilado a echar la partidita de dominó o unas petancas con los compañeros del club de la senectud, que lo hubiese dicho y no se hubiese movilizado todo un país. Durante semanas, el mundo de la política, la prensa, las tertulias de radio y televisión no habían hecho otra cosa que especular con la impactante intervención del gran sabio español de la economía, esa lumbrera de nuestro tiempo que aunque no tenga el Nobel ha marcado una época, según algunos. Iba a echarnos un discurso que, por lucidez y profundidad, estaba llamado a cambiar la historia de España. Las causas, los factores, los antecedentes, las consecuencias, todos los datos que iban a dar por fin con las claves del mal ancestral del país. Y sin embargo, a la hora de la verdad, lo más brillante que le hemos escuchado al eminente cerebro es que la inflación es mala, que España sufre un problema estructural de paro, que estamos en crisis y que hemos perdido el espíritu de la Transición. No hace falta ser Raymond Carr, el historiador idolatrado por Tamames, para llegar a semejantes conclusiones sacadas de Barrio Sésamo. El ponente se limitó a tirarle de las orejas al presidente del Gobierno (algo gratuito, para eso ya estaba Abascal) y a formularle al premier socialista preguntas retóricas del tipo: “¿Es que no piensa usted resolver todos estos problemas?”. Como opinión para las tertulias matutinas con Federico vale, pero como discurso de futuro para una nación ha quedado algo corto, escaso, triste.

Por lo visto el ilustre profesor pensaba que la jornada iba a ser un paseíllo triunfal por el coso de San Jerónimo, dos orejas, rabo y palmas desde el tendido, pero hete aquí que le ha salido un hueso duro de roer, una mujer brava que le ha puesto las pilas y ha venido a decirle que al taller de la democracia uno va a trabajar, no en plan estrellita. Díaz, enfrascada como está en la presentación de su plataforma Sumar, no desaprovechó la oportunidad de poner en su sitio a Tamames y de afearle su moción fake. Su hora y pico de charla trenzada de números, cifras e ideas casi provoca un parraque al catedrático. Mítico ese momento en el que la ministra, vestida de un elegante blanco inmaculado, le informó de que intervenir el mercado laboral es cumplir la Constitución, nada de sindicalismo vertical franquista, como viene a sugerir el candidato. O cuando le recordó la importancia de la negociación colectiva, una conquista social que el anciano economista ya ha debido olvidar. Pero quizá el peor disgusto se lo dio la vice, sin duda, cuando le dijo eso de “usted representa a quienes empuñan la Constitución, pero no la cumplen”. Para entonces Tamames la miraba escandalizado y sin poder entender cómo una moza feminista cuarenta años más joven se atrevía a darle a él lecciones macro y micro. Ahí fue donde don Ramón verdaderamente tomó conciencia de que España ha cambiado tanto desde la Transición que ya no la conoce ni la madre que la parió.

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1 COMENTARIO

  1. Pues si la esperanza de la izquierda es esta señora, apaga y vámonos. Porque si su aval político es la derogacion de la reforma laboral, hasta yo lo hubiera hecho mejor, para los trabajadores claro.

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