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Yo también soy maricón

Alex Rodríguez
Alex Rodríguez
Profesor de Lengua Española e Historia de España en la Universidad de Ljubljana
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análisis

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Sí, yo también recibí una paliza y humillaciones sexuales por ser maricón. La primera fue en Huelva en 1982 y tenía nueve años.

Mi escuela estaba en el barrio onubense de La Orden y se llamaba «Colegio Nacional Quince de Junio» porque un día como ese, cinco años antes, habían tenido lugar las primeras elecciones democráticas tras la larga noche franquista.

Los días que había clases por la tarde, algunos alumnos almorzábamos en un comedor que estaba en la misma escuela y, durante el vacío de la sobremesa -hasta que se reanudaban las clases- se nos decía que jugáramos en el patio y no estuviéramos en el interior del edificio, salvo para ir al baño. Por aquel entonces creo que yo no tenía orientación sexual, pero se me excluía del fútbol porque era «imperdonablemente» malo y de todas formas prefería estar con las niñas, que me parecían más divertidas, inteligentes y menos obsesionadas por la fuerza física.

Algunos chavales empezaron a llamarme «maricón», cuyo significado yo desconocía. También hablaban no sé qué de «pajas», «polla», «follar», «empalmarse» y «mamar», pero yo tampoco entendía esas palabras.

La ampliación de mi léxico en ese campo se produjo abruptamente cuando en una de esas escapadas al edificio para ir a orinar al baño, tres chicos de más edad me vieron y entraron ellos también aprovechando que estaba solo y realizar allí su heroica proeza homófoba, que consistía en acusarme riéndose mientras yo intentaba orinar de que la tenía «empalmada» y por eso no me movía de la pared del urinario. En realidad, la razón por la que yo estaba petrificado era que estaba tomando conciencia de que los que allí se habían reunido para acosarme eran los que más ofendidos parecían con que yo jugara mal al fútbol y que disfrutase mucho más payaseando con el elástico, entre chicas.

Así acorralado, me preguntaron si quería «mamar polla» y hacerles unas «pajas». Me agarraron fuerte entre los tres, me arrancaron del urinario y se encerraron conmigo en la cabina con el váter más sucio que vieron: siempre hay alguien que ignora algo llamado «escobilla». El mayor de ellos, se llamaba José Manuel y tendría 15 años, dado que era repetidor, se desabrochó el pantalón y me enseñó su pene, que me frotó por la cara mientras los otros dos me sostenían la cabeza e intentaban abrirme la boca. Como oponía tanta resistencia y forcejeaba decidieron meterme la cabeza en el inodoro, empujándome la nuca hacia abajo para asegurarse de que la mierda entrara en contacto con mi cara. Una vez que lo consiguieron abrieron la puerta de la cabina y desaparecieron rápido.

Lo conté en casa aparentando estar tranquilo a pesar de la vergüenza y la angustia que sentía:

Era jueves y había lentejas para almorzar. Además comía con nosotros una amiga que por aquel entonces estudiaba psicología con mi madre. Todos se quedaron callados y con la cuchara delante de la boca cuando terminé de contarlo. Unos días más tarde, mi madre fue a hablar con un profesor de la escuela. Recuerdo el miedo que sentía yo, la devastación de mi madre y el mosqueo de mi padre por no haberme defendido a puñetazos.

Semanas después, a la misma hora de la sobremesa, preferí no salir al patio para no hacerme ver demasiado, a sabiendas de que no se permitía estar en el interior del colegio. Cuando un profesor de matemáticas de proverbial antipatía y llamado Don Federico (nombre cambiado; sé de memoria su nombre y apellidos, pero por teléfono la Policía me desaconseja mencionarlo porque «podría denunciarme por calumnias») me vio sentado en el banco del pasillo, justo al lado de la puerta del comedor, me preguntó muy agresivo qué «coño» hacía allí y que si no sabía que no podía estar ahí sentado. Entonces me cogió por el brazo y me zarandeó, me dio un puntapié en el culo llamándome otra vez eso que tanto iba a oír durante mi niñez y pubertad: «maricón de mierda». Acabé tirado varios metros más allá del banco del que me levantó, boca abajo al pie la escalera que subía a la primera planta. Luego me enteré que ese profesor era familiar o allegado de José Manuel. Empecé a ir mal en la escuela, algo que solo se solucionó cuando mis padres cambiaron de barrio cuatro años después, me alejé de aquel ambiente y empecé la secundaria, donde creo que me hice empollón como forma personal de protesta (y porque mi madre me preparó un estudio chulísimo en la nueva casa). Fue entonces cuando empecé a ser un «maricón enterao» pero los insultos ya no dolían tanto.

En 1988 dije en casa que era homosexual. Mi madre se sorprendió mucho y tras un primer momento de derrumbe emocional decidió enviarme a un «psicólogo» que me propuso una terapia de electroshock, porque él tenía entendido que eso se había hecho en Huelva. Muchos años después, ya en un cine de Ljubljana, vi la película titulada precisamente «Electroshock» (de 2006, dirigida por Juan Carlos Claver, con Carme Elías, Susi Sánchez, Julieta Serrano) y por ella supe que la cárcel de Huelva -y la de Badajoz para los homosexuales pasivos- había funcionado como un verdadero campo de concentración donde hombres y mujeres de toda España habían sido obligados a someterse a esas brutales terapias para «curar su homosexualidad». Hay una placa que lo recuerda.

Según parece, te sentaban ante la imagen de una mujer desnuda y te ponían música clásica, hasta el momento en que aparecía la de un hombre atractivo y tu cuerpo recibía una potente descarga eléctrica. No quiero ni imaginar cuánta gente ha sufrido secuelas psiquiátricas o se ha suicidado a raíz de esas prácticas alentadas por aquella dictadura. Pero todo da una idea del terror totalitario de un orden que ahora un partido de extrema derecha quiere blanquear.

Yo salí corriendo de la consulta de aquél «psicólogo» tras entregarle las 5000 pesetas que mi madre me había dado para pagarle la consulta, en la que básicamente me había hecho sentir culpable por decir en casa algo «que no debía».

«Eso no se les dice a unos padres», recuerdo que sentenció solemnemente.

Lo de la paliza a Samuel hace unos días nos ponen a muchos ante un espectro, ante el atávico espantajo del terror(ismo) homófobo compartido o consentido mayoritariamente y que parecía superado, pero que en la Historia se ha llevado por delante a demasiadas víctimas mortales y psicológicas, que cuenta ahora en España con el beneplácito de los palmeros de un partido abiertamente homófobo y dispuesto a odiar todo lo que no comparta.

Esto no pretende ser victimismo. De hecho me cuesta bastante escribirlo. Pero creo que ha llegado el momento, el momento de lanzar un aviso: No vamos a tolerar ni una paliza ni una muerte más. Ni una.

Ahora soy yo el de la fuerza física y voy a seguir yendo al gimnasio con redoblada motivación por si llegamos al punto de que hay que defenderse aplicando la misma violencia, y esta vez sí, contentar a mi padre abriéndole la cabeza a un matón de esos con sesos hechos de heces que tanta pereza generan y que tan atrás catapultan la convivencia democrática. Sí, más que ETA. Esa ya depuso las armas mientras que los homófobos siguen rearmándose incluso en el mismísimo parlamento, señalando a caricaturistas («ETA, mátalos», lo recuerdan?), atacando la libertad de expresión, incitando al odio, difundiendo fake news sin escrúpulos o blanqueando su hedionda verborrea en envoltorios pseudodemocráticos. Tal como hicieron el nazismo o el bolchevismo.

Hasta aquí hemos llegado.

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5 COMENTARIOS

  1. Yo no soy Maricón, pero he sufrido el acoso por ser diferente, me han llamado como a tí Maricón muchas veces, me han hecho la vida imposible en el colegio hasta los límites de la resistencia humana, siempre sin que profesor alguno hiciese nada, absolutamente nada para evitarlo.
    Siento pena por toda esa gentuza, el tiempo les ha puesto en su sitio y la verdad que han acabado mal. Pero a mí me causaron un daño irreparable, sus insultos, acoso y sobre todo su pasividad.

  2. Hay que ser muy valiente para dar este heroico paso y compartir tu historia, que es la historia de miles de víctimas como tú. Hoy más que nunca necesitamos gritar “Yo también soy maricón” con orgullo y sin miedo, para que las sombras que se ciernen en las nuevas generaciones no oscurezcan todo lo que se ha conseguido en estas últimas décadas. La fuerza retrógrada de todos estos hijos protegidos por partidos políticos que impunemente están jugando con las conquistas alcanzadas hasta el momento (sin olvidar que todavía queda mucho por luchar) vencerá (o mejor dicho, habrá vencido momentáneamente) pero, como diría Unamuno, no convencerá. Son malos tiempos para la lírica, pero tu voz y tu valentía son necesarios para seguir iluminando. Gracias por haber sobrevivido y gracias por haber gritado aquí “Yo también soy maricón”.

  3. Excelente comentario. Valiente y directo. Conozco a Álex de su paso por Barcelona. El tiempo pone a cada cual en su sitio. Es un excelente profesor en una universidad eslovena. Ni por asomo ninguno de aquellos niñatos habrá llegado como él a dominar una lengua extranjera para ser profesor universitario. Sería genial saber de sus vidas. Si han seguido acosando. Alguno tal vez sea maltratador dentro su familia. Seguirán siendo homófobos? Les habrá salido un hijo maricón? Quién sabe. Porque de puertas para fuera todos son heterazos, simpáticos y adorables esposos y padres de familia. Incluso alguno habrá acabado teniendo sexo furtivo con otros hombres. De esos he conocido muchos. Yo también soy maricón y con «heteros» curiosos también he fornicado. Allá cada cual con su coherencia y conciencia en la vida.

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