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¿Y si Kennedy nunca fue el amante de Marilyn

Paco Martínez
Paco Martínez
Ex cargo sindical en UGT.
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análisis

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Sin duda, el más célebre de los romances, reales o supuestos, que se atribuyen a John F. Kennedy, fue el que se cree que mantuvo con la actriz Marilyn Monroe. Sobre este tema se han hecho todo tipo de especulaciones, razonables o descabelladas. La leyenda, como siempre, poco tiene que ver con la realidad. Lo cierto que es no está plenamente demostrado que en la realización del presidente con diva existiera un componente sexual. 

No es difícil encontrar detalles más o menos escandalosos. Dicen que Peter Lawford, cuñado de JFK, aseguró en 1982 que los hipotéticos amantes sostuvieron una discusión sobre calmantes y excitantes. Hay quien afirma, por otra parte, que Marilyn llegó a quedar embarazada, aunque en este punto existen la historia se ramifica en diversas variantes. Unos atribuyen la hipotética paternidad al presidente, otros a su hermano Bobby. Según una versión, la actriz habría perdido el niño a causa de un aborto involuntario. Por uno provocado en México, si hemos de creer otros comentarios. Lo único seguro es que la prueba concluyente del que ella esperaba un hijo no existe, tal como apunta su biógrafo Anthony Summers.  

Se ha insistido mucho, por otro lado, en la existencia de supuestas cintas y fotografías que demostrarían el affaire, pero ningún experto independiente ha podido examinarlas. Ted Sorensen cuenta que Seymour Hersh, el conocido periodista de investigación, le mostró una supuesta carta a Marilyn con la firma del presidente. Sorensen replicó que se trataba de una falsificación. Conocía lo bastante a JFK para estar seguro de que nunca hubiera puesto por escrito nada que le comprometiera. Hersh replicó que varios especialistas habían autenticado aquel documento. “Entonces es una falsificación muy buena”, respondió el antiguo escritor de discursos. Finalmente, se demostró que, efectivamente, todo había sido un montaje y el culpable acabó en prisión.

Más serio es el argumento de las numerosas llamadas de la actriz a la Casa Blanca, lo que sugiere, a decir de Robert Dallek, uno de los mejores biógrafos de Kennedy, algo más que un conocimiento casual. Falta, sin embargo, la prueba decisiva.

Marilyn pudo ser la amante de John Kennedy o pudo no serlo. Existe, sin embargo, una tercera posibilidad. Para el biógrafo Donald Spoto mantuvieron un único encuentro sexual, sin que la relación pasara a mayores. Por tanto, no podrían ser considerados amantes en el sentido de que no hubo una intimidad prolongada entre ellos. Según Spoto, “las versiones de una aventura más duradera con John Kennedy, que hablaban de un año o de una década, surgen de arbitrarios periodistas de poca monta y de historias contadas por personas ansiosas de obtener dinero fácil y notoriedad aún más fácil”.

Lo que sí está claro que es ella simpatizaba con la aureola reformista de un político al que consideraba destinado a cambiar el país: los pobres disfrutarían de atención médica, desaparecería la mendicidad y ningún niño pasaría hambre. Pese a su imagen frívola de “rubia tonta”, a Marilyn le preocupaba mucho su formación. Como no pudo terminar sus estudios, asistía a clases nocturnas en la Universidad de Los Ángeles. Mujer de exigentes gustos literarios: poseía una biblioteca de cuatrocientos volúmenes en la que podían encontrarse tanto obras clásicas (John Milton, Gustave Flaubert, Fiodor Dostoievski…) como modernas (Ernest Hermingway, Jack Kerouac, Albert Camus..). También era una apasionada del arte, una cualidad que se refleja en la famosa fotografía en la que aparece con un libro sobre Goya, del que le atraían sus pinturas más oscuras y enigmáticas. “Conozco muy bien a ese hombre, tenemos los mismos sueños”, afirmó en cierta ocasión.

La política constituía otro de sus centros de interés, desde una sensibilidad claramente progresista que se manifestaba en su simpatía hacia la causa de los oprimidos. “Me identifico mucho con todos los perseguidos de este mundo”, afirmó en una de las respuestas que preparó, en 1962, para responder a una entrevista. Esta inquietud la llevó, por ejemplo, a sintonizar con la lucha por la igualdad racial. También a simpatizar con JFK, a sus ojos encarnación de la América más joven, brillante, vigorosa y solidaria. Según parece, afirmó en cierta ocasión que iba a ser un “segundo Lincoln”.  

La aparición de la diva en la fiesta de cumpleaños del presidente, en el Madison Square Garden, destinada a recaudar fondos para el partido demócrata, a mil dólares la entrada, dio pie a todo tipo de comentarios y chismorreos. Aunque actuaban artistas de la talla de Maria Callas, Ella Fitzgerald o Harry Belafonte, la Monroe acaparó el protagonismo embutida en un ajustadísimo vestido y marcándose una sensual interpretación de Cumpleaños feliz. Tras la deslumbrante actuación, el presidente reacciona con un cumplido: “Ahora ya puedo retirarme de la política, tras el Happy Birthday  que me ha cantado la señorita Monroe”.

Él no es el único asombrado. No llevaba nada debajo”, dijo Mike Nichols, el futuro director de El Graduado. “Hasta el oído más sordo se estremece”, escribirá, años más tarde, Norman Mailer en su biografía de la superestrella. La periodista Dorothy Kilgallen, atónita como todo el mundo, comentó que era como si la intérprete hollywoodiense hiciera el amor al presidente delante de cuarenta millones de personas.

Durante aquella actuación histórica, uno de los agentes del servicio secreto que protegía al presidente era Gerald Blaine. Según relataría en sus memorias, sólo le constaba que JFK hubiera coincidido con Marilyn en dos ocasiones. Una, aquella noche, en la que ella se marchó antes que los otros invitados. La otra, en 1961, durante una visita a casa de su hermana Pat. En su opinión, los comentarios sobre un supuesto romance no pasaban del nivel de rumorología. ¿Hablaba así por lealtad hacia su antiguo jefe? ¿O tal vez no?

 La muerte de Norma Jean desató todo tipo de conjeturas. ¿Suicidio? Eso parecía a primera vista, aunque lo más seguro es que la tragedia se debiera a un accidente, vista su adicción a los tranquilizantes, la fuerte depresión que sufría y su comportamiento errático.  ¿Deprimida, tal vez, porque los Kennedy habían roto con ella para evitar un escándalo? Según varios testigos, la actriz no estaba especialmente triste. Tenía en marcha, por el contrario, diversos proyectos cinematográficos: deseaba alternar películas cómicas y dramáticas, buscando acercarse a un público inteligente. Sabía que, si persistía en su condición de bomba sexual, su futuro estaba destinado a desvanecerse con el paso de los años. Otros indicios, sin embargo, permiten suponer que la realidad fue completo distinta, la de un ser humano sumido en una total confusión.  “Marilyn buscaba desesperadamente una mano tenida”, escribiría el periodista Antthony Summers.

Pero no falto quién apuntara hacia un asesinato. Entre las diversas teorías de la conspiración, la más célebre es la que acusa a los Kennedy de silenciar a la actriz, temerosos de que ella publicitara a los cuatro vientos sus relaciones con el presidente y con el fiscal general. Por eso había que matarla, porque sabía demasiado y se había vuelto incontrolable.  

Jay Margolis y Richard Buskin, a partir de entrevistas a personajes dudosos, que muchas veces hablan de segunda mano y a una considerable distancia temporal de los hechos, concluyen que Bobby fue el autor intelectual de la muerte de la diva. Según estos autores, se encontraba en Los Ángeles en el momento de producirse la tragedia. Una de sus fuentes, por poner un ejemplo, es un testigo anónimo que declara que dos de sus hermanos eran agentes del FBI. A ellos les escuchó decir que habían visto entrar al fiscal general en casa de Marilyn Monroe acompañado de dos hombres, poco antes del fallecimiento.

Según Margolis y Buskin, el psiquiatra de la actriz, Ralph Greenson, habría sido el autor material del crimen, en complicidad con Peter Lawford, que habría vivido el resto de sus días atormentado por el sentimiento de culpa. No obstante, esta versión, aparte de mal fundamentada, es contradictoria. ¿Una Marilyn despechada y, a la vez, dispuesta a casarse de nuevo con el antiguo jugador de beisbol Joe DiMaggio? Las dos cosas no pueden ser ciertas a la vez y posiblemente ninguna lo sea.

Ningún rumor está bien fundamentado. Para evitar un escándalo, JFK y su hermano no tenían necesidad de ordenar ninguna muerte. Nada más fácil que desacreditar a la diva, a la que hubiera sido fácil presentar como una desequilibrada. Por otra parte, resulta extraño pensar que los Kennedy mataran a Marilyn y no, por ejemplo, a Judith Campbell, una mujer que podía ser igualmente peligrosa para ellos por sus vínculos la mafia.

Thomas T.Noguchi, el forense que se ocupó de la autopsia de la actriz, tenía claro que se trataba de un suicidio. Los teóricos de la conspiración, sin embargo, le acusaron de manipular las pruebas para ajustarse a los deseos de la presidencia. Los bulos prosiguieron, pero, como señalaría la fiscalía de Los Ángeles veinte años después, lo cierto es que un asesinato “habría requerido el montaje de un gigantesco complot que involucraría a todos los relacionados con el presunto crimen”. Ninguna prueba, según la fiscalía, avalaba la existencia de esa conjura.

No podemos, en suma, estar seguros al cien por cien del romance entre el príncipe y la corista. Es más, algunas pruebas apuntan que el affaire ni siquiera existió. ¿Vamos a desdeñar determinadas pistas solo porque fastidien una buena historia en la que todo el mundo cree? Cuando le preguntaron a Floyd Boring acerca del supuesto encuentro entre JFK Y Marilyn en Palm Springs, el antiguo agente secreto respondió que la sola posibilidad resultaba físicamente imposible: “Al ciudadano medio no se le permitía tomar la carretera que permite a ese pequeño recinto donde (Kennedy) se encontraba en casa. Era absolutamente imposible para ella, a menos que fuera una escaladora de montaña, llegar hasta donde estaba la casa”. 

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