“Una política regeneracionista podría empezar por algo así… o se impone el Estado a las empresas, o a someterse tocan. Sí, la riqueza desproporcionada es un crimen”…

Así terminábamos la primera entrega de este Catálogo de Reformas necesarias que ningún partido se va a atrever a proponer. No se trataba, decíamos, de condenar a prisión a los portadores de la riqueza, sino de que el Estado tuviera la prerrogativa de regularla constitucionalmente para evitar la coexistencia de la miseria con esta riqueza; recordábamos que PSOE y PP se pusieron de acuerdo para una reforma constitucional exactamente contraria: primar los pagos financieros sobre las necesidades de la población para contentar las fauces de este monstruo antidemocrático que hemos criado entre todos; el “invento” de este delito podría protegernos de sus mordidas…

Pero seré políticamente incorrecto, hasta polémico, quizá por haber perdido en estos últimos años la inocencia. Acepto que en algún sentido el progresismo debe afrontar realidades y dejar sus metáforas de cartilla soviética (catecismo que no se cumplía) y poner las cartas sobre la mesa si quiere servir a sus ideales: el Estado no es posible sin mano dura, y vamos a proponer varias medidas siempre dentro del Imperio de la Ley y el Estado de Derecho pero, y lamento hablar así, a Dios rogando y con…

La ciudadanía necesita no sólo garantías teóricas sino un medio en el que poder vivir con libertad real, esto es: con el mínimo miedo. La mayoría que bregamos con una ética cotidiana y procurando no hacer daño a los demás (déjense de morales y valores) no podemos estar indefensos ante quienes atacan nuestra seguridad. Esto sólo se puede conseguir si el incumplimiento de las leyes acarrea la necesidad de la rehabilitación y no meramente penas punitivas; traduzco, si usted ha llevado una mala vida y delinque sólo saldrá a la sociedad de nuevo cuando se tenga la garantía de que su reincorporación es un beneficio para la misma y para usted, y si no llega ese caso: se le dará una vida con unas condiciones agradables, trabajo remunerado incluso, pero no podrá convivir con una sociedad para la que es un peligro.

Yo sustituiría las condenas temporales por reinserciones reales. El clásico chaval perdulario al delinquir reiteradamente no podrá salir hasta que (permítanme la exageración) tenga su título y oposición ganada, una vida nueva real; puede parecer cruel, pero con voluntad de reincorporación cierta las condenas podrían aminorarse… y en ello hay mucho que invertir (Servicios Sociales de verdad), pero creo que esto es más propio de un Estado de Derecho que hacer autopistas para mejorar los tiempos de entrega de empresas que pagan miserias a sus empleados mientras se mantienen verdaderos guetos de exclusión social en casi todas las poblaciones.

Hay que blindar a la sociedad contra sus enemigos, sean del corte que sean; el abuso, la violencia agresora, la estafa, el robo directo pero también todo movimiento contra la democracia, contra esa dignidad mínima que da la libertad para poder elegir con conocimiento a los partidos gobernantes, todo este daño debe ser reconducido para proteger el fundamento de la misma. Por eso van a ser capítulos importantes en este Catálogo la Educación y los Servicios Sociales, por ello vamos a recuperar la palabra “felicidad” como objetivo de la vida en común, y no vamos a llenarla de contenido como hacen habitualmente quienes nos sorben la esencia, sino que nos limitaremos a crear condiciones que permitan el ejercicio de las libertades y las responsabilidades para evitar la “infelicidad” (empleo por primera vez esta expresión, prepárense: Ética Apofática).

Pero hay que empezar por redefinir una parte importante del Código Penal. Esto de distinguir a los delincuentes de los chorizos debe acabarse (es muy fácil hablar de este caco clásico mientras las leyes terminan protegiendo al de guante blanco), esta distinción hemos visto que nos pisotea la dignidad; mantengamos en el Código toda la parte del choriceo callejero pero equiparémosla con los delitos del dinero público y de los negocios, con los de los financieros, no hagamos sutilezas para diferenciarlos de las penas del pobre idiota que atraca porque eso es alimento para abogados de buena minuta; hoy malversa una millones, se aprovecha uno de su cargo público (incluso en las más altas instituciones del Estado), estafa fortunas y la cárcel (si llega) se convierte en el puente hacia su jubilación gozosa y legal… tenemos una gran mayoría la sensación de que se mofan de nosotras y de que no existen alternativas… Malversar no puede limitarse a un diagnóstico de estupidez, porque quien se dedica a lo Público juega con dineros que cuestan vidas. Hay que regular el ejercicio político con leyes de un rigor extremo y devolver el papel fiscalizador a funcionarios públicos que controlen independientemente y que a su vez estén exactamente regulados. Y si quiere usted hacer negocios no puede construir su vida de molicie sobre una estela de empresas ruinosas, impagos, abusos, fraudes, suspensiones de pagos, cambios de titularidad… premiemos la honradez, castiguemos con la reinserción obligada a quien abusa de la democracia y sus Leyes. Demos una seguridad jurídica que llegue a quien verdaderamente la merece, no sólo a quien pueda pagarla.

Delinquir debe ser algo repudiado socialmente, y quien delinca debe ser consciente de a qué se arriesga, sin crueldad pero con extrema firmeza… La complejidad de nuestras instituciones puede ser un síntoma de madurez, pero también de confusión calculada y convertida en el medio perfecto para sobrevivir siendo un golfo. Porque lo que construye la democracia no es la libertad del capital, sino la libertad que otorga la igualdad de oportunidades y la Educación, y la Justicia. Hacia dónde deriva un mundo así, es otro capítulo.

 

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