Estamos ya casi inmersos en otro proceso congresual del Partido Comunista de España, el XX Congreso del PCE que, ineludiblemente, tiene parada obligatoria en el XII Congreso del Partido Comunista de Andalucía. Y si bien es cierto que los congresos comunistas ya no abren los telediarios ni ocupan las portadas de la prensa escrita (como así lo hicieron hasta finales de los años 90), no es menos cierto que en los congresos del PCA y PCE se van a dirimir algunas de las cuestiones más importantes relacionadas con el futuro de la izquierda, ‘La Política de Convergencia y Unidad Popular’, los instrumentos unitarios o aspectos sensibles de la relación entre la izquierda política y el movimiento sindical, así como nuestra visión de las nuevas formas de auto organización de las luchas colectivas, comenzando por las de importantes sectores obreros.

Aún no hemos salido (y pretende la oligarquía que no salgamos nunca) de la política del gran ajuste, llevada a cabo por los gobiernos de Zapatero y Rajoy, que en estos últimos años ha logrado que los ricos salgan de su crisis a costa de crear un país de pobres, con una brutal caída de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora a la que también se suma el deterioro del “salario indirecto” a través del planificado desmantelamiento de los servicios públicos. Esto ha tenido sus consecuencias en el mapa político. El bipartidismo, aunque mantiene cierta fortaleza, ha caído a niveles inimaginables antes de 2011; tiene ahora serias dificultades para continuar con el juego de la alternancia PP-PSOE que ha sido la base, aquí y en otros países del entorno, para practicar casi sin matices las políticas diseñadas por los grandes monopolios sobre cuyos intereses se sostiene el proyecto neoliberal de la Unión Europea.

La respuesta de las “élites” está siendo la esperada, es decir, la versión española de la gran coalición que se da en otros Estados europeos y que, de hecho, ya funcionaba en España desde hacía décadas para lo que llaman “las grandes cuestiones de Estado”, o dicho de otra manera, para casi todo. Ahí se inscribe el lamentable papel de Ciudadanos como intermediario entre PP y PSOE, cuya existencia como partido deja de tener sentido cuando estos ya se entienden sin necesidad de “celestinos”. Y, por último, ahí se inscribe el papel de Susana Díaz, que entra en la carrera por la Secretaría General del PSOE no como parte de un debate interno sino como verdadera apuesta de la “razón de Estado”.

En el ámbito exclusivo del debate andaluz, no puede pasar desapercibido el rediseño que se está comenzando a dibujar del Estado español, en el que si nos negamos a entender la importancia que, por ejemplo, tiene el “Procés” en Catalunya para hacer saltar los resortes políticos y jurídicos del régimen del 78, nos encontraremos el día menos pensado con un nuevo pacto entre los representantes de la oligarquía española y las burguesías catalana y vasca (ya van dando pasitos), cuyo resultado será, otra vez, el triunfo de la restauración frente a la ruptura, con el apoyo de los nacionalismos de derechas.

Ese posible escenario traería consigo un reparto injusto de la financiación y una confederación, en la práctica, de unos territorios frente a la provincialización del resto, incluida Andalucía. Ante el peligro de este posible escenario, el PCA tiene la obligación de activar todo lo aprobado desde su VI Congreso (1996), relacionado con la necesidad de un partido trabajando en un proyecto de ‘Construcción Nacional de Andalucía’.

Ésta es, a grandes rasgos, la coyuntura histórica que vivimos y a la que un Partido Comunista, con vocación de existencia y futuro, tendría la obligación de analizar y dar respuesta. Éste es el marco de actuación e intervención. Un país donde un contrato de trabajo ya no es fuente de derechos ni la garantía de subsistencia mínima para una gran parte del pueblo trabajador, porque trabajar ya no es sinónimo de pan, techo y dignidad.

Un país donde la derecha y extrema derecha que recelaban, cuando no despotricaban, de la Constitución del 78, se han abrazado a ella porque al fin entendieron que la misma blinda su poder. Un país en el que a la confusión entre los poderes de Estado se le une la preocupante normalidad con la que la plutocracia y la cleptocracia se erigen en defensores de “la legalidad democrática frente a los peligros del populismo”, eso sí, tildando de populista a todo aquel que exija derechos frente a privilegios.

Un país donde, en algunos aspectos, parece como si el franquismo continuara “impasible el ademán”. Y así seguimos con las misas televisadas, los capellanes en el ejército, las botaduras de barcos de la Armada con militares y civiles santiguándose junto a un cura, la financiación de la educación privada religiosa con dinero público o los soldados desfilando en pasos procesionales.

Y, por supuesto, un país en el que la represión a todos los niveles vuelve. Todo lo que cuestione sus verdades es ETA y con tal excusa nos recuerdan que hay un “orden” que se hace cumplir. A las reformas al Código Penal, los sindicalistas procesados, los titiriteros detenidos o a las últimas sentencias contra la libertad de expresión me remito.

Los grandes Partidos Comunistas de la historia del siglo XX fueron grandes porque dieron respuesta desde el leninismo a la situación que les tocó vivir. Y el cómo actuar e intervenir desde el leninismo no está escrito en ningún manual. Recuperar a Lenin ha de significar, en primer lugar, huir del idealismo, el romanticismo o las vísceras y reencontrarnos con la política: Frente a la dictadura, los más amplios frentes por la democracia; frente al belicismo y la guerra, la lucha unitaria por la paz; ante el colonialismo o los Estados con realidades nacionales diversas, el derecho de autodeterminación; frente a un enemigo que maneja todos los resortes del poder institucional y económico, la más amplia política de alianzas.

Mención aparte merece el papel central, e insustituible, que el Partido ha de conceder a la movilización. Hemos cerrado este asunto en más de una ocasión sentenciando un “reflujo” en la misma y dedicando capítulos enteros de informes dedicados a la necesidad de “reactivar el conflicto social”. Y ni ha cesado la movilización ni ha desaparecido el conflicto social. Otra cosa es que hayamos perdido la habilidad para coincidir con la movilización y el conflicto que se han expresado en unos ámbitos, unas formas y unos referentes que desconocemos o nos resistimos a conocer. Si lo que esperamos es un resurgir del conflicto convocado por las direcciones de las Centrales Sindicales, nos quedaremos esperando o “la movilización” reaparecerá para “exigir diálogo social”.

Está totalmente desfasada la estrategia sindical de la ‘Concertación Social’, máxime cuando el capital hace décadas que rompió unilateralmente el ‘Pacto Social’. Y nos equivocaremos como Partido si continuamos esperando una movilización que sólo reaparece cuando beneficia a la estrategia socialdemócrata. Cuando en los últimos años se ha conseguido la lucha unitaria de diversas expresiones de defensa de lo público, de luchas sindicales por abajo o de Plataformas unidas en torno a profundas aspiraciones políticas, la movilización resultante es rupturista en sí porque lo hace desde planteamientos que cuestionan los mismísimos pilares sobre los que se sostiene el Régimen.

En función de lo anterior, la pregunta que me embarga, ante el debate congresual en ciernes, es si sabremos responder como intelectual colectivo para estar la altura del momento histórico. Y creo sinceramente que, en general, la militancia sí, pero los distintos niveles de dirección y los diferentes grupos de dirigentes están (estamos) en otras cosas.

En la primera fase del XX Congreso (9 de abril de 2016), las propuestas aprobadas en agrupaciones, conferencias provinciales y de federación, empezando por la del PCA, supusieron un ejemplo de valentía y apuestas rupturista, para lo interno y lo externo, comenzando con la política de ruptura democrática ante la necesidad de un proceso constituyente que rompa con el régimen del 78; la recuperación de la soberanía del PCE; la aprobación de una posición del partido en defensa clara y explícita por la salida unilateral de España de la Unión Europea; o la superación de IU y la construcción de un ‘nuevo sujeto político’ resultante de una amplia política de convergencia (razón de ser de IU desde su nacimiento). Todo esto se aprobó en contra, en algunos casos, de una parte de la dirección que comprobó, a pesar de sus esfuerzos por frenar y recortar, como las ganas de recuperar y reconstruir al Partido Comunista pasaban por encima de los miedos e inercias arrastradas desde el XIII Congreso del PCE (1991).

Tal vez debamos aplicar a lo interno del partido lo que hemos aprobado para nuestro país, proceso constituyente y cambio de régimen. Es la única manera de romper la inercia de ‘deconstrucción’ que sufre el PCE desde la transición. Y es que nos queda por abordar el gran debate, que titulamos hace muchos años pero que sigue siendo la gran asignatura pendiente: ‘La Cuestión Comunista’ que va ineludiblemente unida a necesidad de la reconstrucción del Partido Comunista de España. Reconstruir el PCE significa, en primer lugar, expresar la voluntad colectiva de existir, crecer e intervenir como sujeto político organizado ante la realidad que nos rodea (si existimos se nos tiene que ver y escuchar); reconstruir el PCE significa participar con voz propia (sin delegar competencias) en el proceso de construcción de Unidad Popular; reconstruir el PCE requiere no sólo hablar de partido leninista con elementos de funcionamiento leninista, sino recuperar la definición Marxista-Leninista derogada en el IX Congreso (1978) y que sepultó a Lenin, sepultando de paso el carácter revolucionario del partido; reconstruir el PCE significa, además de hablar de lo que es ser comunista hoy, organizarse como Partido Comunista; reconstruir el PCE requiere de un PC de Andalucía unido que suponga un elemento de empuje y estabilidad en el conjunto del PCE.

EL XX Congreso del PCE ya está convocado para mediados de noviembre, esperemos que no sea un trámite más en nuestras rutinas y rituales. No podemos consentir, ni siquiera la posibilidad, de que dicho XX Congreso se clausure tras una síntesis artificial de la que queden fuera las posiciones y las esperanzas de una buena parte de la militancia del partido realmente existente. En este sentido, el buen fin del Congreso del PCE depende en gran medida del resultado del Congreso del Partido Comunista de Andalucía (29, 30 de junio-1 de julio).

El XII Congreso del PCA no puede ser el de la división sobre la base de la “no política”. El Congreso debe servir para la clarificación desde el respeto democrático. Y creo, humildemente, que se deben expresar sin tapujos todas las posiciones políticas, empezando por algunos dirigentes que podrían romper el clamoroso silencio que guardan desde hace dos años. También se podría aprovechar el congreso para hacer, si se estima conveniente por la mayoría, alguna autocrítica. Tal vez sea necesario un análisis serio de lo que supuso nuestra entrada en 2012 en el gobierno de la Junta de Andalucía con el PSOE. Yo creo, a la luz del tiempo pasado, que fue un tremendo error no achacable a nadie en particular, sino a una decisión colectiva que tomamos entonces, empezando por el Comité Central del PCA (con un solo voto en contra). Aquella decisión tuvo consecuencias en el mapa político más allá de las fronteras andaluzas.

Este Congreso, en Andalucía, corre el peligro de convertirse en el campo de batalla entre miembros del Partido que casi siempre han desarrollado su actividad en las estructuras de IU o en el ámbito institucional. Nos podemos encontrar con un escenario de enfrentamiento en la carrera hacia la Secretaría General en la que, por un lado, un grupo intente (o así se pueda interpretar) controlar la dirección del PCA desde IU para que el partido opere “bajo control” y, por otro lado, otro grupo intente ganar la dirección del PCA para que ésta sirva primero de oposición y luego de trampolín a la dirección de IU Andalucía. Es decir, una batalla por la dirección en la que las posiciones respecto a la política y al modelo de partido queden soslayadas. Un panorama desalentador en el que gran parte de la militancia que queda tendría se vería obligada a elegir bando en función de la cercanía de un dirigente o, lo que es peor, formar parte de un bando “por culpa” del territorio en el que le ha tocado vivir.

Ante éste más que previsible escenario, lo fácil y usual sería hacer una llamada desesperada al entendimiento y la unidad, pero a la altura que estamos podría ser peor el remedio que la enfermedad: un pacto por arriba de unos cuantos para negociar la candidatura y la futura dirección. Apuesto por otra salida, la rebelión de la militancia, desde el más sincero y abierto debate político, en defensa del futuro del Partido. Derrotar la dinámica de la guerra interna y el reparto.

Vamos a tener el proceso congresual coincidiendo con el 40 aniversario de la legalización del PCE y el centenario de la Revolución Soviética, la Gran Revolución de Octubre. Cuando el 9 de abril de 1977 se anunció la legalización del PCE, su lucha y firmeza ya era una realidad entre la clase obrera y las capas populares de todo el país. La legalización no fue una graciosa concesión de los gerifaltes del fascismo español recauchutados en demócratas, fue una conquista colectiva de un Partido que en palabras de Berlinguer estaba entre “los más heroicos del mundo”.

Y terminar hablando de la Revolución Soviética es citar una fecha inseparable de nuestra identidad como Partido. Porque nuestra identidad es nuestra, ni la hemos cedido ni hemos dejado de existir para que otros la hereden. Muchos ex-dirigentes comunistas, que renegaron del Partido, reclaman hoy la historia del PCE. La propia IU es considerada a veces como la organización heredera del PCE (ni nos disolvimos ni nos diluimos), cuando es otra cosa: un valioso instrumento de la política de alianzas del que nos hemos dotado, junto a otros, en un periodo de nuestra historia. Hasta Podemos parece reclamar parte de la herencia, pero aunque Podemos sea una realidad incuestionable para la construcción de la alternativa y del nuevo sujeto político, por mucho que se empeñen, no son depositarios de las señas de identidad del PCE. Si esto lo dejamos pasar, asistiremos impasibles a que todos se reclamen herederos del PCE, pero eso sí, algunos hasta sin el PCE.

La Revolución de Octubre, pese a la brutal campaña anticomunista, continúa considerada por nosotros como el acontecimiento histórico que marcó el nacimiento de una nueva era en la lucha mundial por la emancipación del género humano. A partir de este hecho, el comunismo, aparte de una ideología, se convirtió en un gigantesco movimiento político, social, cultural sin parangón en la historia de la humanidad. De ese movimiento, del Movimiento Comunista Internacional, formamos parte como PCE.

El XX Congreso del PCE ha de seguir trenzando el hilo rojo de la historia. Tenemos nostalgia, sí, pero de futuro. ¡El comunismo fue, es y será la juventud del mundo!

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