Finalmente el Acuerdo de Paz alcanzado entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), fue refrendado por ambas Cámaras legislativas del Estado sudamericano. En ambos casos de manera unánime, 75 votos en el Senado y 130 apoyos en la Cámara de Representantes, el Acuerdo de Paz tuvo el acompañamiento dirigencial deseado.

Este Acuerdo Definitivo recogió en su seno las propuestas de modificación planteadas por los sectores conservadores y religiosos que encabezaron el rechazo al Acuerdo Final que se sometió a referéndum el pasado 2 de octubre y que fuera rechazado por la mayoría de la ciudadanía colombiana, al menos la mayoría de quienes participaron de la contienda, puesto que se dieron tasas de ausentismo que no se tenían desde hace más de veinte años atrás.

La unanimidad lograda en el ámbito parlamentario contrasta con la disparidad que el tema aún despierta en grandes sectores de la sociedad colombiana, que en términos generales acompañan la paz, aunque no de manera homogénea ni geográfica ni etariamente. Los jóvenes, que son los que menos han sufrido las secuelas del conflicto armado, son más proclives al apoyo, en tanto que los sectores etarios más longevos se inclinan por el rechazo, puesto que tras haber sufrido las consecuencias de la guerra no quieren ver todo resumido a un papel firmado. Similar situación se vive en términos geográficos, dónde las zonas más golpeadas rechazaron el 2 de octubre el Acuerdo Final y aún se oponen a este nuevo Acuerdo Definitivo, mientras que los sectores que vivieron la guerra de manera más tangencial son más proclives a acordar.

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Se enfrenta el país ante la difícil tarea de trasladar lo firmado entre las FARC-EP y el gobierno a políticas concretas que modifiquen para bien la vida cotidiana de quienes padecieron las consecuencias de más de cincuenta años de guerra, y no será una tarea sencilla, puesto que hay zonas del país en donde la presencia del Estado nacional era prácticamente nula y es urgente la creación de un entramado que dé respuestas a las demandas de la ciudadanía, puesto que la desaparición de la guerrilla como fuente de poder puede dar lugar al surgimiento a grupos paramilitares que intenten ocupar su lugar.

Las masivas manifestaciones, protagonizadas fundamentalmente por jóvenes ciudadanos metropolitanos, ponen de relieve que el futuro de la paz está garantizado; la cuestión pasa entonces en cómo se transita hacia ese futuro. El desarrollo de las zonas más rurales, acompañadas de un reparto de tierras para la producción campesina, parecen ser el camino de alcanzar dicha paz.

Sin embargo, la mayor construcción pendiente es la que no está escrita en los Acuerdos de Paz y es la reconciliación cultural de todos los colombianos. Reconciliación que requiere de entender e internalizar que la construcción de la paz se basa en el triunfo de quienes rechazan la guerra y las armas como forma de imposición de ideas, sean del bando que sean, y no de un grupo por sobre otro. La paz se está construyendo de manera negociada entre dos bandos en pugna, no por medio de un triunfo militar en el que el quien gana establece condiciones, y esto es una realidad que amplios sectores de la ciudadanía colombiana debe comenzar asimilar, puesto que defendían la solución armada por sobre la solución acordada.

Por primera vez en más de medio siglo, los colombianos comparten reglas del juego respecto al fin conflicto armado con la principal guerrilla del país; queda aún pendiente lograr una paz similar con el Ejército de Liberación Nacional, con quienes se han establecido mesas de negociación recientemente, sólo entonces los colombianos podrán construir su futuro de paz, en paz, algo inédito desde mediados del siglo pasado.

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