Ayer mataron a una mujer buena, una política. Nosotros no estamos acostumbrados a esta violencia. Hay tipos de violencia. Una, por ejemplo, es la cotidiana, la que llega allá por el día 20 ó 23 de cada mes. Esa violencia íntima, familiar, que se ha ido instalando en un sector de la población. Hay personas dedicadas a medir los umbrales de las cosas: El umbral del dolor, el umbral del sufrimiento, el umbral de la paciencia, etc. Esas personas calculan la cantidad de sufrimiento de esa violencia, de la cotidiana, que somos capaces de soportar. Parece que estamos lejos aún de llegar al nuestro umbral de sufrimiento ahí.

Hay otras violencias, y entre ellas están las de la sangre y el vómito, las del horror, las de la muerte. Siento que esta semana hemos recibido una sobredosis de violencias desacostumbradas. Llego al viernes con un empacho de sangre, de semen, de vómito y de muerte. Y lo peor de ese empacho es que no tiene visos de quedarse ahí, en una sobredosis casual. Eso siento, y las cosas que se sienten son fáciles de describir, pero no de explicar.

La narración de la chica describe cómo las muchachas llegaban del extranjero a tragar el semen de hasta un centenar de hombres, cómo las seguían filmando cuando, ya reventadas, extenuadas, siendo pura carne violada, vomitaban en el váter cercano entre lágrimas. Para seguir recibiendo. Oigo al hombre llamado Torbe, al que denuncian como responsable del vómito y la violación, explicarse: “No era prostitución, era solo pornografía”. Lo oigo y me planteo en qué momento exacto se nos rompió la línea que separa la decencia de la inmundicia.

Me pregunto si somos capaces de acabar asimilando todos los tipos de violencia. Repaso la historia del siglo XX y dudo mucho.

Veo las filmaciones diarias de hombres ebrios bañados en sangre, animales desplazados para practicar la barbarie que usan el fútbol como billete hacia la bestia que esconden. ¿Qué es el fútbol? Me refugio en esta pregunta para combatir la insoportable sensación general de que no pasa nada, de que se trata de algo tan normal que ya la policía de los campos de batalla elegidos está preparada para lo que saben que ocurrirá. Y, mientras tanto, aquellos que aseguran representar el territorio que ocupamos, cierran filas en torno a un chaval investigado por su relación con aquel otro, el del vómito y el semen más semen más semen. Oigo a un periodista preguntarse de qué nos escandalizamos ahora, si esto “siempre ha sido así”.

Ayer mataron a una mujer buena, una política. Cuando creí que ya el empacho de violencia, mi umbral, no podía llegar a más, que no íbamos a recibir nuevas dosis, un individuo tiroteó y acuchilló a una mujer dedicada a luchar por la dignidad de los débiles. No seré yo quien se pregunte por “los móviles”, jamás. La mató. La mató a ella y a no a otra. Punto.

Hoy desfilarán de nuevo esas tres violencias por nuestras pantallas. Habrá quien las tape. Habrá quien les quite importancia. Tampoco seré yo.

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