martes, 19marzo, 2024
20.1 C
Seville

Victor Enrich, artista

Jaume Prat Ortells
Jaume Prat Ortells
Arquitecto. Construyó hasta que la crisis le forzó a diversificarse. Actualmente escribe, edita, enseña, conferencia, colabora en proyectos, comisario exposiciones y fotografío en diversos medios nacionales e internacionales. Publica artículos de investigación y difusión de arquitectura en www.jaumeprat.com. Diseñó el Pabellón de Cataluña de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2016 asociado con la arquitecta Jelena Prokopjevic y el director de cine Isaki Lacuesta. Le gusta ocuparse de los límites de la arquitectura y su relación con las otras artes, con sus usuarios y con la ciudad.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -


El teléfono más cutre que existe en el mercado tiene más potencia de procesamiento que la que tenía toda la NASA cuando llevó al Hombre a la luna. Aquel ordenador Raytheon de 16 bits y las estaciones de trabajo actuales tienen, sin embargo, una cosa en común: el establecimiento de una relación determinada con quien los usa. El Raytheon de la NASA, grande y machuchón, obligaba a una relación muy física con el aparato. No era posible ser operado por una sola persona. Los técnicos de mantenimiento tenían que estar en la sala. Te levantabas, lo rodeabas, diseñabas estrategias, escribías mucho en una libreta y te lo pensabas tres veces antes de plantear cualquier operación por pequeña que fuese. Ahora: una persona y una pantalla del tamaño de un teclado que definen un espacio unipersonal que sólo podrá ser compartido en red. La pantalla ya no es una pantalla, es una ventana al mundo virtual que devendrá táctil, se pondrá horizontal y cambiará de orientación mediante un sencillo giróscopo para que dos o más personas la puedan usar simultáneamente. Si tomamos por un lado este ordenador portátil con esta pantallita como unidad de uso individual para un operador sedentario al otro lado tendremos a personas como Christopher Nolan buscando filmar películas de ciencia-ficción con cámara al hombro como si de un cineasta de la nouvelle vague se tratase con la salvedad que una cámara IMAX puede romperte la clavícula si te la apoyas sin ayuda. La creación es siempre un acto físico.

Me parece que Victor Enrich es de esos que se esconden para trabajar. Sí lo he visto cocinar. Victor prepara un trinxat con la verdura muy pasada, el tocino troceado y mucha guindilla de cayena. Te lo sirve reposado regado con un más que correcto vino de mesa. El otro día, cuando quedamos para preparar este artículo, comimos guisantes con callos, ensalada de capipota y carrilleras de cordero con los molares a la vista y la engua crujiente por fuera y con ese punto meloso por dentro. A Victor le gusta comer bien, aunque esté delgado. Siempre está buscando explicaciones a todo, y, como habla bastante, estoy cerca de conocer una cosmogonía completa. También tiene una cierta tendencia a la arbitrariedad que me lleva a afirmar que Victor es una artista.

Victor viene del mundo del colaborador de los estudios de arquitectura. El trabajo de este tipo de colaborador está irremisiblemente infravalorada, cuando no directamente menospreciada desde el momento en que 1_ este tipo de trabajadores no quiere líos que puedan apartarles del mercado y 2_ es difícil, o casi imposible, demostrar qué han aportado a la obra, aunque en algunos casos (no en todos, tampoco elaboremos falsas mitologías) la obra es más suya que de quien la firma. Más de un pope español no sabría ni escoger la lámpara de su escritorio sin el consejo de un colaborador.

Victor viene de este mundo. Su arte sale directamente del uso de los métodos de trabajo de su época de colaborador en estudios de arquitectura. Victor hacía renders, es decir, visualizaciones informáticas de proyectos para concursos o presentaciones. El renderista, que es como se llama a este tipo de trabajador., suele tener un margen de creación bastante amplio si pensamos en que las perspectivas, que han de ser lo más realistas posible, suelen vestir proyectos que en la mayoría de ocasiones están todavía en fase embrionaria. Así que un renderista ha de ser una persona muy precisa, acostumbrada a jugar con las leyes de ficción las mismas que no te dejan juntar a Frodo con Darth Vader en la misma historia exceptuando excepciones de tipo postmoderno que hagan de esta transgresión el centro del relato y que, excepto cuando quien lo practica es muy bueno, que suele ser casi nunca, no suelen tener ningún tipo de interés, leyes de la ficción que implican que si montas un edificio fotorrealista en una fotografía la vista se va automáticamente a los detalles y, si estos detalles no están bien resueltos, no tienes ni perspectiva ni fotografía ni ilusión de realidad y caes en el más espantoso de los ridículos y pierdes el concurso o se demuestra que te lo han apañado. El rollo de los ordenadores inicia venía porque ahora se puede ser preciso y precario a la vez. Hay ordenadores baratos con una capacidad de procesamiento brutal con los que se puede hacer virtualmente cualquier cosa que puedas imaginar. Otra cosa es cómo gestionas esta cosa tan barata que te deja hacer de todo y que normalmente lo que te deja hacer es quedar como un inútil que tiene un aparato que puede hacer muchísimo más de lo que realmente se hace con él y no se aprovecha y la cosa queda ridícula-pero-que-muy-ridícula pero nadie lo dice por educación.

imágenes: Victor Enrich

Victor escogió el render como medio de expresión de su arte en una serie de visualizaciones oníricas, surreales, prístinas, que jugaban a engañar la vista en virtud de esa precisión fotorrealista conseguida mediante una atención obsesiva al detalle y gracias a estos ordenadores baratos de gran capacidad de procesamiento. Devino un fenómeno mediático, salió en la tele, captó el interés de las galerías de arte y confundió a la opinión pública con estos dibujos que no poca gente tomó por arquitecturas construidas. Problema: exponer y vender renders no es usual en estas galerías de arte, y parece ser que el truco este de fotógrafo de ediciones limitadas por el autor en que lo que compras es la firma y no la impresión, con todo el debate asociado, a menudo con unas cargas astronómicas de esnobismo, sobre qué se aprecia en este caso, si la fotografía o el papel y la firma de marras, el truco este no cuela, vaya.

Así que Victor se ha visto en la necesidad de crear obras originales, y por originales se entiende únicas, y por únicas se entiende que o la compras y te gastas la pasta o te jodes, para poder entrar en el mercado de las galería de arte.

Así que Victor Enrich pinta al óleo, ahora. El método: piensa una imagen. La fotografía. La trata digitalmente con las herramientas que domina y traslada el resultado al óleo como si de una impresora humana se tratase. Pintar no es una cuestión creativa para Victor: es estrictamente técnica, mecánica, y como tal muy relajante. No hay reflexión ni decisión en el acto de pintar. Ésta viene antes o después. El resultado es una obra original que puede entenderse como tal y que puede ser expuesta y vendida en una galería de arte.

Hasta aquí las noticias.

Ahora intentaré salvar la confianza que nos tenemos Victor y yo, distanciarme un poco e interpretar estas pinturas. La diferencia entre este tipo de obra y los render previos es tan bestia que no hace falta comentarla. Lo que se aporta en ellas es una atmósfera evanescente, contenida, vaporosa, distante. Y, por tanto, poética. Lo curioso es que proviene de una cuestión estrictamente técnica. He estado en el estudio de Victor y creo que es el estudio de pintura más pequeño que haya visto en mi vida. Pongamos cuatro metros cuadrados. Como un baño. La vista está literalmente sobre el cuadro. La técnica, casi puntillista. El proceso, estrictamente geométrico: el cuadro se va acabando uniformemente, por capas, sin dudas que ya se han tenido en la fase anterior. Es, sencillamente, cuestión de asegurar un resultado prefijado. Es decir: Victor pinta con la cabeza. Estas pinturas son, para mi, autorreferenciales. No necesitas de ningún agente externo para interpretarlas. Lo que no es precisamente lo que se lleva actualmente en este tipo de mercado, porque hora lo que cuenta es el proceso. El puto proceso. El proceso que cada vez más simboliza una falsa y peligrosamente demagógica democratización del arte, porque no todo el mundo es capaz de producir una obra que tenga resultados consistentes y emocionantes, pero cualquier hijo de vecino es capaz de seguir una receta destinada a producir un buen proceso más o menos ordenadito. El proceso, pues, acaba siendo una especie de traslación de lo políticamente correcto al mundo de arte. Se desprecia el resultado y se glorifica aquello destinado a producirlo aunque no se haya llegado a nada interesante.

imágenes: Victor Enrich

Victor es capaz de las dos cosas. Su obra es decididamente autorreferencial, pero tiene un proceso no exento de una cierta carga de humor negro al poner énfasis precisamente en aquello que menos se valora. Un proceso que no deja de ser una crítica muda al desprecio de su obra anterior.

Pero me gustaría insistir en las pinturas.

Este es un mundo de mierda. Estoy dudando seriamente de si es el mejor de los mundos posibles, pero sí tengo clara nuestra incapacidad para mejorarlo sensiblemente, más cuando las últimas maniobras que veo a cualquier escala, local, nacional, continental, lo pueden empeorar mucho. Uno de los rasgos más vulgarizados, simultáneamente aparcados, explotados y podridos hasta que se haya perdido todo su sentido es la intimidad, la delicadeza. Lo que obliga a las personas sensibles como Victor a esconderse tras capas y filtros y máscaras. Es el triunfo de la Caverna. La de Platón, quiero decir, que incluso esta expresión se ha vulgarizado.

Decir que Victor es artista le quita dependencia de un medio de expresión concreto. Victor es fotógrafo, perspectivista, pintor. Sería un buen arquitecto si quisiese, afirmación que, ya os digo, él no comparte. Lo que produce ahora junta todos estos medios de expresión: la fotografía, el arte digital y el trabajo manual, y lo colapsa en una obra concreta: una pintura. Porque en el fondo es todo lo mismo. Cada uno de estos pasos es un filtro. Una máscara. No tanto un medio de expresión como una especie de barricada que aísla, separa, destila su sensibilidad y la esconde como algo precioso a preservar. Como si este dichoso proceso fuese también una máscara. La última de ellas. La definitiva. La obra, por tanto, es la expresión de aquello incognoscible, de aquello que no puedes tocar ni decir ni expresar. La belleza es tanto lo que está en el fondo como la misma superficie plana y muda del cuadro. Y otro día hablamos de qué quiere decir el uso de pinturas planas, que si no me alargo demasiado y quiero irme, que necesito otro café.

A Victor, si eso, lo encontraréis en Nueva York exponiendo un día de estos. Mucha suerte.

imágenes: Victor Enrich
- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído