Principium sapientiae timor Domini

No pasa nada. No pasa nada por ir a unas terceras elecciones; no es lo más sensato pero si son necesarias sólo estaremos probando el valor de la democracia; son los especuladores de la economía, no quienes producen sino los que manipulan la producción sólo moviendo inversiones, los que quieren estabilidad. No puede ser más pervesa y más perfecta esta estrategia del miedo; se nos ofrecen como los garantes de nuestro trabajo y bienestar, como dueños ineluctables de nuestra felicidad. Nos la hemos tragado hasta el extremo de olvidar por qué ha cambiado la política española, por qué se ha roto el bipartidismo.

Este miedo está domesticando a un movimiento político que no surgió como otra opción más sino como alternativa legítima a unos partidos que, incrustados desde todos los puntos de vista en un bucle perverso de deslegitimización de la clase obrera, derivaban y derivan en la justificación de la explotación no regulada y de una economía de subsistencia que roza lo criminal. Ni siquiera repitiendo los datos de contratación o el escándalo del déficit o el de las pensiones conseguimos adquirir consciencia de esta realidad… Miedo…

Este miedo está domesticando a un movimiento político

No hablamos de un movimiento revolucionario, no hablamos de un asalto a las instituciones ni de caos destructor, hablamos de Ley. Asumir la realidad del pavor a que esta marea política ejerza el Gobierno es admitir que la separación de poderes no funciona o que ésta es una democracia tutelada y lo peor es que todos parecemos haber caído en esa mierda; dicho en plata, si Podemos gana unas elecciones tendría supervisando su labor al Constitucional y todo el Poder Judicial, al Parlamento, a sus propias bases, al entramado empresarial español e internacional, a los sindicatos, a la prensa (mayoritaria), a la sociedad entera española y a la Unión Europea y el mundo…

si Podemos gana unas elecciones tendría supervisando su labor al Constitucional y todo el Poder Judicial

Cuando Podemos suaviza su discurso y quiere ser el nuevo PSOE pierde más de un millón de votos. La prisa por hacer Historia ha llevado a un adocenamiento que ha solapado a una parte del electorado socialista, cierto; pero no contaba con el tope real, que son esos millones de votantes conservadores a los que da todo igual porque entienden que el mundo es como lo viven ellos y sus políticos, y que ganan las elecciones aunque sea sin mayoría absoluta.

El discurso reformador: Constitución, Ley Electoral, reforma laboral, Enseñanza y Educación, pero sobre todo el cumplimiento de la legalidad vigente y la denuncia de la corrupción y el abuso, la regulación del ejercicio de la política a través de la limitación del número de años en los cargos o la obligación de volver al mundo laboral o funcionarial cada cierto tiempo, la revisión de las relaciones con poderes fácticos como la Iglesia o el papel (o no) de la Monarquía, la devolución de la gestión pública a la idea del servicio y no el oficio, la recuperación del papel fiscalizador o notarial de los funcionarios, la racionalización del gasto en favor del servicio y no del oficio (otra vez), la rendición de cuentas y la eliminación de la propaganda institucional disfrazada de protocolo, el endurecimiento y la aplicación rigurosa de penas contra estos ingenieros del Derecho en vez del fárrago legal que sólo beneficia a quien pueda pagarse buenos abogados… este discurso reformador era el que estaba calando en el electorado español, sin prisa pero a fondo, porque responde al momento histórico verdadero.

Querer ser socialdemócratas e institucionalistas, esto es ser otra vez el PSOE pero sin un logo con tanto recorrido, un candidato tan guapo, sedes tan chulas o presencia mediática tan garantizada y tanto poder en la vida de las provincias. Claro que yo no voto al PSOE, ni al PP, porque me dan miedo: ellos sí, pero no porque perciba amenazas físicas o tema un «timonazo», sino porque discrepo de un uso de la legalidad que beneficia a sectores privados de la sociedad y no a la mayoría, y legítimamente reclamo mi derecho a gobernar con la Constitución en la mano y con el Poder Judicial, el Ejército, la Policía, la Sanidad, la Enseñanza, el Tribunal de Cuentas… ¿Por qué yo (o Podemos o el sursuncorda), sometidos a la legalidad vigente y legislando, no puedo gobernar con la misma legitimidad que cualquier otro? ¿Quién da los marchamos de «vigencia democrática»? ¿El Capital?

No existía el miedo, lo diseñaron; no se les puede dar la razón, o cambiamos (y oramos para que Europa entera cambie) o vamos a la quiebra y seremos pasto de la economía China y los modos rusos, y eso sí que da miedo.

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