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Ver la vida pasar desde un bistró parisino

Stéphan Lévy-Kuentz nos imbuye de la pasión por el tradicional aperitivo y se entrega en un inspirado tratado vital a la contemplación desde una terraza de bar

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análisis

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El parisino Stéphan Lévy-Kuentz (1958) ha ejercido el arte en muchas de sus variantes: cine, novela, ensayo, crítica de arte, poesía… En este delicioso Metafísica del aperitivo (Periférica) ofrece un emocionante y simbólico homenaje a ese momento del día en que parece que todo se detiene a nuestro alrededor y la felicidad parece más tangible que nunca. El aperitivo es ese instante fugaz en que aparcamos nuestros desvelos cotidianos y nos echamos al coleto una dosis prudente de armonía en forma de alcohol mientras vemos pasar la vida a nuestro alrededor para deleite de nuestros sentidos.

Este intenso y breve tratado vitalista no hace ascos a la erudición propia de un autor que se mueve en estos ambientes de la exquisitez creativa parisina. Ese hombre solo que se sienta en la terraza de un bistró parisino del barrio de Montparnasse inicia un soliloquio en modo de monólogo interior, donde ofrece reflexiones más o menos casuísticas sobre lo que la observación de su alrededor le inspira a todos los niveles intelectuales.

Fuera teléfonos móviles, fuera redes sociales, fuera preocupaciones banales, fuera horarios encorsetados, fuera obligaciones laborales, fuera compromisos familiares, fuera citas comprometedoras…

Como señala el autor al comienzo de su tratado del instante de la contemplación, “a partir de ahora, ningún inoportuno podrá interrumpir este respiro que es tuyo y de nadie más”. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata, de llegar a esa isla desierta que es esa mesa de terraza de bar y echarse sin más a la deriva de la contemplación y la evocación pasivas. Como acompañamiento, una dosis equilibrada de alcohol para conversar con ella y nadie más sobre el torrente de inquietudes vitales que llaman a nuestras puertas mentales de forma insistente. Es uno mismo quien decide imponer unas normas y prioridades al respecto. Es entonces cuando llega ese summum vital, como subraya el propio Lévy-Kuentz: “De momento, la agradable sensación que poco a poco te invade es la de no tener que justificarte ante nadie”.

Fuera teléfonos móviles, fuera redes sociales, fuera preocupaciones banales, fuera horarios encorsetados, fuera obligaciones laborales, fuera compromisos familiares, fuera citas comprometedoras… En la soledad más absoluta que da, cual isla desierta, esa mesa de bar adornada por un simple aperitivo espirituoso, el náufrago que se abandona a esa deriva halla el paraíso absoluto por unos minutos, horas quizás. Pero es un simple espejismo, llega la hora de abonar la consumición y reemprender la marcha hacia la vacuidad de la vida. Mereció la pena.

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