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Veinte años del Trío de las Azores, la cumbre que llevó al gran desorden internacional de hoy

La reunión de los líderes que planificaron la guerra de Irak pasó a la historia de la infamia

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Veinte años del Trío de las Azores. Veinte años ya desde que aquella pandilla de amigotes globalizados con escasos escrúpulos –los Bush, Blair y Aznar– se reunieran el 15 de marzo de 2003 para atacar Irak y, presuntamente, acabar con las armas de destrucción masiva.​ Quién no recuerda aquella foto en la que posaba un Tony Blair algo distanciado de un Bush que le pasaba la mano por encima del hombro, paternalmente, a un Ansar de flequillo revuelto y pecho henchido de orgullo por haber sacado a España del rincón de la historia. De aquella fatídica reunión salió el ultimátum a Sadam Hussein, un burdo montaje con pruebas falsas para convencer a la opinión pública mundial de que el régimen de Bagdad estaba dispuesto a emplear sus supuestos arsenales nucleares y bacteriológicos, de forma inmediata, contra Occidente. Ya entonces se sospechaba que aquello no era más que la mayor patraña confeccionada jamás para justificar una invasión militar tan ilegítima como inmoral.

Tras el 11S, el trío de las Azores quiso diseñar el nuevo orden internacional, la guerra contra el terror, el mundo del futuro, ese que padecemos hoy. Un mundo en constante desorden y convulsión. Un mundo donde la unilateralidad se impone a los organismos internacionales, donde el Derecho Internacional salta por los aires, donde pululan autócratas de todo pelaje y condición y donde el avispero islámico radical se propaga como un virus letal, más fuerte que nunca, por toda Asia y África. En definitiva, un mundo más inseguro que nunca y que retorna a la política de bloques y a una extraña nueva Guerra Fría donde Rusia y China se alían con Irán y Corea del Norte para hacer frente a los aliados de la OTAN. Todo ello con el fantasma del apocalipsis nuclear planeando, cada minuto, sobre nuestras cabezas. Cualquier tiempo pasado fue mejor.

La camarilla de las Azores que quiso llevar la democracia a los países pobres a bombazo limpio no sabía entonces que estaba abriendo la caja de Pandora. O quizá sí era consciente, pero todos asumieron las consecuencias de sus actos en ominosa omertá. En un principio Bush y Blair eligieron las islas Bermudas como escenario para la entrevista a tres bandas, pero Aznar se opuso: “En España, el solo nombre de esas islas iba asociado a una prenda de vestir que no era precisamente la más adecuada para la gravedad del momento en que nos encontrábamos”, escribiría más tarde frivolizando con el asunto. Él mismo propuso las Azores como alternativa, ofreciéndose para hacer las gestiones oportunas con el portugués Durao Barroso, que acabó finalmente en el ajo (de ahí que lo justo sea hablar de un siniestro cuarteto, no de un trío). Al final, estadounidenses y británicos accedieron al cambio de sede. A fin de cuentas en eso fue en lo único que le hicieron caso a Aznar, que estaba en aquel funeral más de pegote que de otra cosa. A partir de ahí, y como no podía ser de otra manera, el bueno de Ansar quedó como convidado de piedra y lacayo del imperialismo anglosajón.

Que el presidente español engañó a su pueblo ya no admite discusión alguna. Nos dio a tragar el frasco de la mentira que Colin Powell exhibió ante la ONU como si se tratase de un virus fabricado por el archivillano Sadam y luego se plantó ante las cámaras de televisión para interpretar el papelón por el que, le guste o no, pasará a la posteridad. Hizo oídos sordos a las manifestaciones más multitudinarias que se recuerdan. Jamás se arrepintió de meternos en las arenas movedizas iraquíes que después nos explotaron en la cara en forma de trenes de la muerte: los atentados del 11M, un antes y un después en la historia de este país. Los españoles aún tenemos fresca esa herida sin cerrar y otras, como el asesinato del cámara José Couso a manos de los marines, un crimen que ha quedado impune. “Si hoy tuviera la misma información sobre Irak volvería a tomar la misma decisión (…) No me voy a disculpar por haber apoyado a Estados Unidos”, repite Aznar, una y otra vez, en una extraña fiebre de obnubilación traumática. Pese a que Blair ha pedido perdón y Bush ya ni siquiera habla de ello, el mayordomo español se siente orgulloso de todo aquel sindiós que costó miles de vida humanas. Más de 400.000 muertos, el cínico eufemismo de los “daños colaterales”, las torturas en la prisión de Abu Ghraib, un país devastado (los índices de malnutrición se dispararon del 19 por ciento previo a la invasión hasta el 28 por ciento cuatro años después). Ese fue el gran legado del Trío de las Azores.

Al final, todo el mundo lo sabía, la coalición comandada por Bush no encontró ninguna de las supuestas armas de destrucción masiva que se utilizaron como pretexto para la invasión. Tampoco campos de entrenamiento de Al Qaeda ni rastro de Bin Laden. A Tony Blair le costó el gobierno. El PP perdió el poder y aún no se ha recuperado. Y Bush pasó a la historia como el presidente más cretino de la historia de USA. La conjura de los necios. Irak quedó reducido a escombros y todo Oriente Medio devino en un polvorín que puede estallarnos en las narices en cualquier momento. Afganistán abandonado a su suerte, y en manos de los talibanes, tras la vergonzosa espantada yanqui; Siria completamente arrasada como un solar medieval donde el Estado Islámico campa a sus anchas; Libia hundida en la lista de estados fallidos y Yemen desangrado en una interminable guerra civil. Eso es lo que queda de aquellas invasiones bárbaras imperialistas, descerebradas y corruptas en nombre de la libertad. Eso y un par de pelotazos de los prebostes del petróleo y las grandes multinacionales armamentísticas. El coste de las “guerras contra el terror” de Bush Junior resulta estremecedor: más de 900.000 muertos, 8 billones de dólares en pérdidas, un planeta todavía más caótico. Un cosechón de muertos peor que el de las Torres Gemelas. Un auténtico horror que hoy queda soterrado por la invasión rusa de Ucrania. Putin también es hijo de aquel diabólico nuevo tablero internacional trazado en las Azores. Poco sabe la opinión pública de las carnicerías que sus contratistas mercenarios del Grupo Wagner han perpetrado en Siria, Libia y Malí. Ahora dicen que al sátrapa de Moscú lo quieren empapelar por genocida los jueces del Tribunal Penal Internacional. A este sí, a aquellos con más crímenes a sus espaldas no. Asco de mundo.

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