El Nobel peruano de nacionalidad española vuelve en su esperada nueva novela, Cinco esquinas (Alfaguara), a su país natal, y lo hace en una época reciente trascendental, precisamente cuando en los años noventa él era un político que intentaba acceder al sillón presidencial, sin conseguirlo, en detrimento del corrupto Alberto Fujimori. En esos años, Perú estaba sometido a los secuestros de corte extorsivo y a la violencia de Sendero Luminoso.
Fujimori consiguió hacer de la corrupción institucionalizada en las altas esferas una realidad insoslayable que se extendía a todos los estratos de la sociedad peruana del momento. Este clima enrarecido es el que, como no podía ser de otro modo, Vargas Llosa plasma con maestría, solvencia y buen oficio en su nueva novela.
Para añadirle más mordiente, el Nobel le aporta al eje central de la novela una historia de atracción lésbica que suma más que resta, como algunos críticos se han empeñado en subrayar, porque cuando acomete textos con mordiente sexual le añade unas dosis sumamente inteligentes de sensualidad no al uso de cualquier literato.
Cinco esquinas es mucho más que una novela de denuncia de un sistema político corrupto. Es también una inteligentísima indagación psicológica del cinismo, la hipocresía o la doble moral imperante en las clases políticas dirigentes y en el establishment económico.
Tampoco deja pasar la oportunidad Vargas Llosa de atizar las conciencias sobre el papel de la prensa en las sociedades democráticas y los desmanes del amarillismo más deleznable en la opinión pública, amén de la manipulación política de los medios bajo el yugo de la corrupción institucionalizada.
Todos ellos, como podemos comprobar a diario, temas de candente actualidad que Vargas Llosa ha tamizado bajo el prisma de una pluma única que sigue dando obras redondas, que no maestras. Esas, sí, son ya de otro tiempo.
