Una de las normas de propaganda de Goebbels decía “repite mil veces una mentira y se convertirá en verdad”. Da la impresión de que Goebbels es libro de cabecera para muchos políticos de nuestro país. Y creo que no hace falta decir nombres. En realidad la lista sería muy larga, pero conduciría a señalar un partido en concreto. Uno de los tópicos asociados a los políticos es la idea de que son unos mentirosos compulsivos. Seguramente el uso de eufemismos y la tergiversación de los hechos en busca del beneficio propio sea una afición generalizada dentro de este oficio, independientemente del color, pero no es bueno generalizar. Porque el uso sistemático de la mentira por parte de la derecha de este país alcanza tal nivel que requeriría rezar 100 padres nuestros para enmendarlo.

No es que no cuenten toda la verdad. No es que omitan información. No es que usen eufemismos creativos como por ejemplo, así a bote pronto, “el contrato en diferido”. Es que, al más puro estilo Gran Hermano de 1984, llaman paz a lo que es guerra. Llaman libertad de expresión a lo que es mordaza. Llaman protección de la ciudadanía a lo que es omisión de socorro hacia una sociedad que muere de pobreza y que ve sus derechos continuamente vulnerados. Llaman políticas de seguridad a lo que es inseguridad jurídica. Y llaman justicia a lo que es injusticia. 

Por eso el hecho de que Mariano Rajoy escribiera el pasado viernes en El País en Tribuna un artículo describiendo a España como un faro de esperanza y un refugio para la libertad gracias a su partido y su gobierno resulta esperpéntico. Tanto como que Trump pretenda que los mexicanos paguen el muro que los aislará o que los defensores de la pena de muerte se autodenominen Provida en determinadas ocasiones. Es la desfachatez propia de los que no creen en la democracia o los derechos humanos, y para los que estos conceptos son sólo ideas que no alcanzan a comprender y que necesitan usar hasta vaciarlas de contenido para que dejen de constituir una amenaza. Porque su empoderamiento pasa por desempoderar a la ciudadanía y desempoderar a la ciudadanía pasa por desesmpoderar estas ideas tan llenas de fuerza, tan cargadas de significado.

Resulta esperpéntico, es insultante. Insultante cuando Amnistía Internacional acaba de hacer pública en su Informe Periódico Anual (cuya lectura recomiendo) una situación alarmante de vulneración sistemática de los derechos humanos en nuestro país. Indignante en un país en el que, de acuerdo a dicho informe “persistió el uso de “enaltecimiento del terrorismo” para procesar a personas que ejercían de manera pacífica su derecho a la libertad de expresión”, se denunciaron nuevos casos de tortura y malos tratos que no fueron investigados eficazmente en varias de las denuncias presentadas y donde “las autoridades continuaron negándose a cooperar con la justicia argentina en la investigación de los crímenes cometidos durante la guerra civil y el franquismo”.

Indignante cuando, lejos de la imagen de amparo que Rajoy pretende reflejar en su artículo, la cuota de refugiados que España ha acogido es de tan solo unos cientos frente a los miles que prometieron y viene vinculada a un incumplimiento del Derecho Internacional Humanitario y las normativas internacionales de derecho de asilo. Porque Rajoy habla del número de solicitudes de asilo, pero no da cifra sobre el número de casos que fueron tramitados dentro de esas solicitudes.

Así, como resumen del estado de protección de derechos en un país al que Rajoy se refiere como “un refugio de libertad y amparo de quien lo necesita”,  y de un gobierno que, de acuerdo a Rajoy, se ha dedicado a impulsar “una política sistemática de protección de los derechos humanos y solidaridad”.

Imagino, (porque el equipo de Rajoy no da puntada sin hilo) que la publicación de este alegato a la labor de Rajoy por la defensa de los derechos civiles no ha sido algo aleatorio, sino que busca crear una cortina de humo, una contra información que minimice el impacto de un informe que debería escandalizar al mundo entero y que debería restarnos puntos democráticos en nuestra evaluación como sistema político.

Dice muy poco a favor de nuestro presidente que la presente situación de la libertad de expresión en nuestro país o la política de recepción de refugiados y concesión de asilo cumpla con sus estándares de calidad democrática y de defensa de los derechos humanos. ¿Qué se puede hacer ante esto? ¿Qué se puede hacer cuando tenemos un Presidente que impulsa una restricción de los derechos fundamentales a través de sus políticas mientras se autodenomina el adalid de la defensa de la libertad de expresión? ¿Qué se puede hacer cuando aquellos que vulneran nuestros derechos juegan con el lenguaje hasta convertir esa vulneración en amparo?

Lo único que podemos hacer, lo que deberíamos hacer, es volver a llenar esas palabras de significado. Usarlas, defenderlas, ponerlas en práctica, darles contenido mediante una continua reflexión acerca de lo que son, de lo que deben ser. Necesitamos reflexionar como ciudadanía sobre lo que la idea de los derechos humanos implica, sobre los elementos que definen la democracia y determinan su existencia. Necesitamos ser muy conscientes de todos esos conceptos para empoderarnos. Ellos lo saben y lo temen. Temen que la ciudadanía comprenda lo que significa realmente libertad, porque entonces no podrían usarla en sus discursos para manipularnos. Por eso lucharon para acabar con la asignatura de educación para la ciudadanía. Por eso castigan la educación con los recortes. Porque, como Kant decía, un pueblo educado es un pueblo libre.

 

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