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Vacunarse con cultura

La cultura es más segura que los botellones y que meterse en el interior de los bares con el único objetivo de beber y socializar

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análisis

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Sorprende cuando un amante de la música viaja por otras capitales de este nuestro mundo occidental. Sorprende la apuesta que se hace por la música en vivo en ciudades como Nueva York, que tiene más de 2.400 locales de música y entretenimiento. Y produce tristeza regresar a nuestro país para comprobar que: la nuestra es una apuesta que va en otra dirección. Así lo demuestran los más de 15.000 bares que hay repartidos por todo Madrid y que tienen como atractivo principal la bebida y las tapas. Aquí, la gente, en lugar de adoptar esa saludable costumbre de ir a tomar una copa y disfrutar de la actuación de una buena banda local, prefiere meterse en un bar a beber y socializar.

Una solución

En estos momentos en los que los contagios se están disparando entre los jóvenes, la cultura se ofrece como una posibilidad de disfrutar de una manera más tranquila, segura, civilizada y, por qué no decirlo, rica para el espíritu. Una suerte de vacuna que nos protege mientras disfrutamos de los placeres propios de la noche. En las salas de conciertos, la gente disfruta de los espectáculos guardando las medidas de seguridad gracias a la limitación del aforo, que permite la separación entre las butacas. Pero también hay otros modelos de dispositivos de seguridad que permiten celebrar conciertos multitudinarios; los asistentes a estos grandes eventos deben prestarse a una prueba de antígenos y al uso de mascarilla en todo momento para garantizar una experiencia segura.

Prueba piloto

El primer concierto multitudinario que se celebró después de la llegada de la pandemia del coronavirus fue el de la banda catalana Love Of Lesbian. La banda de pop alternativo reunió a 5.000 personas en el Palau Sant Jordi de Barcelona el marzo pasado. Aquel evento fue la primera prueba piloto masiva y sin distancia de seguridad durante la pandemia de coronavirus. El experimento fue un éxito y demostró que los conciertos masivos pueden ser seguros si se toman las medidas adecuadas.

Festivales

Gracias al episodio del Sant Jordi, los festivales de verano tienen la posibilidad de celebrarse. Es el caso del festival Cruïlla que se celebra también en Barcelona y que comenzó esta semana. Este evento multitudinario ha traído imágenes propias de los tiempos anteriores a la pandemia: miles de personas gritando, saltando y cantando los temas de sus grupos favoritos. El festival tiene previsto acoger unas 25.000 personas cada día. La receta para que esto sea posible es la misma que en los experimentos iniciales: prueba de antígenos y uso de la mascarilla. El festival detectó 126 casos positivos de Covid-19 en el primer día; y hasta las nueve de la noche se habían realizado 13.000 tests en el Barcelona International Convention Centre, donde había numerosas cabinas para hacer las pruebas, lo que evitó aglomeraciones para acceder a los conciertos.

Apostar por la cultura

Pero una cosa son los conciertos multitudinarios, que están muy bien, y otra el tejido musical de las ciudades. Las salas de pequeño formato permiten disfrutar de la música en un ambiente más íntimo y sugestivo. Que envidia cuando uno ve aquellas películas de los años 50 en las que los protagonistas cuando salen de fiesta van a locales de música en vivo o espectáculos de music hall. Pero aquí, nada. Aquí, se trata de ponerse bien guapos para salir a beber a bares y discotecas en los que la oferta cultural no va más allá de las frases más o menos ingeniosas escritas en el lavabo por alguien que, seguramente, por el único hecho de llevar un bolígrafo encima, se merecería estar en otro lado.

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