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Una unidad de destino en la imbecilidad

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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En Larrival, todo era monótono. Salvo en Vallesol dónde algunos jardines, pocos y privilegiados, mostraban flores de color morado, rojas y amarillas, todo lo demás eran grises, marrones y ocres. Los árboles, alcornoques con grandes troncos cobrizos o pardos (dependiendo de si les había quitado o no la corteza para corcho) y hojas de un verde lacio. Los campos, grandes extensiones de cereal. Castaños oscuros en otoño, pardos en invierno, verde triste en primavera y amarillos pálidos en verano. El sol siempre lánguido en el cenit y nebuloso en los fríos inviernos. Las gentes, apocadas, tristes y sin iniciativa propia. Hasta los ropajes eran todos iguales. Un azul Prusia con botones malvís para los hombres y de azul Oxford para las mujeres que remataban con un pañuelo en la cabeza en azul cobalto. Los hombres coronaban con una boina azul marino, sin rabo.

En Larrival, todos sus vecinos, sin distinción, vivían en casas de propiedad comunal de las que disponía según antojo el Marqués del Bribón, quién desahuciaba o acogía sin explicaciones y sin norma fija. Todos trabajaban en los campos, también comunales, cuyo usufructo estaba también en manos del Marqués. Los puestos y condiciones de trabajo también eran designados según predilección y decisión del señorito quién quitaba o nombraba, cambiaba o despedía en función de unas normas cambiantes, aleatorias, desiguales e inestables.

Así había sido durante lustros. Y mientras Larrival permaneció aislada del mundo exterior no hubo mayor problema para la conciliación y para que todo el mundo aceptase las reglas de juego. No conociendo otras, a todos les parecía que era lo normal y aceptaban el capricho del Marqués y sus decisiones basadas en exabruptos y caprichos. Si estaba allí, con mando sobre todos, se suponía que era por decisión divina. Y estando el clero en lo alto de la cadena social, dios estaba de acuerdo.

Pero las cosas cambian. Nada es inamovible y eterno. Las comunicaciones con el exterior, antes prohibidas y castigadas con la cárcel, se fueron relajando. Poco a poco el contacto exterior fue ganando conexiones y con él se abrió la espita del conocimiento de otros mundos, otras normativas y otras sociedades. Primero fueron los rumores de lugares en los que los trabajos eran asignados según el deseo del trabajador y atendiendo a sus cualidades. Luego llegaron las hablillas de que, fuera, con el trabajo se obtenían beneficios que se podían cambiar por otras cosas. Lo que se consideraban habladurías y bulos fueron tomando consistencia y conciencia de veracidad. La calma fue tornándose en ira y cuando el estallido social empezaba a tomar forma, el Marqués emprendió un viaje a lejanos paraísos y dejó a su hijo al frente del marquesado.

Las primeras decisiones del nuevo caporal causaron gozo entre los súbditos. En lugar de cereal, ahora también podrían sembrar girasoles y plantas aromáticas como la lavanda. Los trajes azules pasarían a la historia y cada uno podría vestir conforme gustara. Todo el mundo podría salir y entrar del marquesado sin permiso y nadie podría ser detenido por ello.

Repartir la tierra para que cada cual tuviera beneficio propio, asignar los oficios conforme a la valía y la disposición de cada uno o vivir en una casa que no fuera elegida o retirada por capricho del Marqués, se dejó para más adelante cuando la situación fuera más propicia, con la promesa de que no tardarían mucho en publicarse unas normas que todo el mundo conociera.

Así fueron pasando las lunas. El gozo de los primeros albores fue tornándose en monotonía y dejadez. Casi nadie podía plantar girasoles porque seguía siendo el marqués quién decidía que se plantaba. Para salir al exterior, se necesitaba un vehículo propio y viandas para cambiar.  Cosas de las que casi nadie disponía. Y las telas, que no fueran azules, con las que confeccionar trajes distintos no existían en los almacenes de Larrival y traerlas de fuera era prohibitivo. Muchos de los ciudadanos comenzaban a sentir que todo había sido un timo y que en realidad nada había cambiado. El nuevo marqués que ahora se hacía llamar Guripa en lugar de Bribón, seguía desahuciando a capricho pero, además ahora el trabajo ya no sólo era una potestad del señorito sino que encima, cambiaba las condiciones y el lugar de labor todos los días, sin reglas ni justificación, disminuyendo los periodos de descanso y las raciones de comida.

Mientras crecía el malestar entre los súbditos, el clero y los mayorales, afortunados porque ellos seguían teniendo privilegios y disfrutaban de cosas como coche, telas de colores o comida en abundancia, insistían en que el nuevo marqués había cambiado las normas y que todo iba viento en popa. Se empeñaban en difundir que el marquesado era un territorio moderno. Y sobre todo, se encargaban de difundir los bulos de que en otros lugares estaban peor. En esos lugares mandaban a los que en Larrival llamaban alborotadores.

Algunos otros, capataces despedidos, voceaban por las esquinas que todo era un complot de los mayorales actuales para que los trabajadores no tuvieran casa fija, ni trabajo designado y para que hasta el uniforme fuera único.

*****

Una unidad de destino en la imbecilidad

Dicen que el pecado nacional es la envidia. Y quizá por eso haya tanta gente en este país que cree pertenecer a una clase ficticia, la clase media. Una clase social desaparecida con el hijoputismo y que es la zanahoria al final del palo que guía a nuestro sistema social.

Muchos de nuestros compatriotas están convencidos de que, cuando pase esta crisis sanitaria que nos está matando por la desidia de los ciudadanos que se empeñan en elegir y permitir gobernantes que a lo largo de los últimos lustros han ido destrozando la sanidad pública convirtiéndola en el negocio de amigos y donantes, todo volverá a la normalidad del trabajo de ocho horas de lunes a viernes, a la del ladrillo que pagaba salarios de 4000 euros a especialistas y arribistas, al mes de vacaciones en el hotel de la playa, a la que permitía cambiar de coche cada cuatro años, a la coyuntura que te hacía vender tu piso con sextiplusvalía y empeñarte durante 40 años en una hipoteca que pagara una otra mejor en un barrio de más nivel o a llegar a la jubilación con salud que te haga disfrutar de la libertad los últimos veinte años de tu vida.

Pobrecitos.

La clase media ha sido devorada por el hijoputismo que ha engullido la normalidad de los horarios laborales para defecarlos en jornadas mutantes, con horarios imprecisos y anormalmente cortos (contratos de un día, de dos horas, de fin de semana, de dos horas de mañana y dos tarde), sin periodos de vacaciones, con salarios míseros y con la usurpación del futuro. Los estragos de la pandemia no son sino la consecuencia de un mercado laborar precario, una sanidad privatizada y una falta de servicios públicos que se han dejado en manos de amigos y multinacionales en nombre del libremercado. En 2018 un 20 % de los hogares españoles no podía afrontar un gasto extraordinario. Hoy, ese porcentaje se eleva a casi la mitad de los hogares. Paro, ERES, ERTES y precariedad son las condiciones normales en las que se encuentran los trabajadores. Sin embargo, todo el mundo cree que pertenece a un estatus social que no le corresponde. Han normalizado la pobreza de tal manera que pedir en el centro social del barrio, en Cáritas o en el banco de alimentos ha pasado de ser una vergüenza que se hacía a hurtadillas, a una situación normal que ya no provoca bochorno y se asimila como una forma habitual de llegar a fin de mes. A pesar de la situación económica precaria, nadie reconoce ser pobre. Pocos se encuadran a sí mismos encuadrados entre la clase trabajadora y creen estar más cerca de los ricos que de vivir en la calle. Quizá por eso defienden con uñas y dientes los privilegios de los ricos, se empeñan en asimilar que los impuestos son un robo del estado y creen que la subida de los mismos para quienes ingresan más de 100.000 € al año, es perjudicial para sus bolsillos.

España sigue viviendo en el Medievo social. El pueblo sufre las hijoputeces de los poderosos con estoicismo, sumisión y resignación. Si uno de sus ciudadanos no cumple con los plazos de declaración trimestral de IVA, por desconocimiento y aunque no haya habido actividad, ahí está hacienda para recordárselo a través de una sanción económica que en muchos casos, el administrado no puede ni afrontar. Sin embargo, da igual que el artículo 305 del Código Penal establezca penas de prisión de uno a cinco años y una multa equivalente al séxtuplo de lo defraudado porque hay quién paga más de cuatro millones de euros para supuestamente regularizar capitales evadidos y ni siquiera hay investigación (que sepamos). Para más indecencia, se nos quiere hacer ver que el pago ha sido donación de amigos empresarios. Como si en la España de la evasión fiscal que supone una pérdida de ingresos en impuestos de más de 3.700.000.000 de euros al año los empresarios dieran algo a cambio de nada. Y para colmo, la vicepresidenta primera del Gobierno, que debiera velar por los españoles, en su habitual tendencia a minimizar todo lo malo que venga de la corona, nos quiere convencer de que el pago de esos más de 4 millones forma parte del funcionamiento normal de las administraciones. Normalísimo que a unos se les revise hasta la declaración del valor de los inmuebles en herencias, según una valoración catastral realizada en plena burbuja del ladrillo y que a otros se les deje blanquear capitales sin mayor consecuencia que el pago de una mínima parte de lo que les correspondería. El pueblo, mientras tanto, se alegra de que al vecino le embarguen por no pagar a hacienda y da palmas con las orejas cuando un afamado futbolista llega a un acuerdo con hacienda para pagar ⅓ de lo que debiera.

¿Qué podemos esperar de un pueblo que vota ciegamente a un partido que no cumple ni una sola de sus promesas electorales, que en sus casi treinta años de gobierno se utilizó la peor guerra sucia y la corrupción más devastadora, que empeoró considerablemente las condiciones de vida de los españoles destruyendo su puesto de trabajo en la industria para convertir a España en el camarero de Europa, que aumentó la riqueza de los prebostes del franquismo, que se declara republicano e impide sistemáticamente que se investigue al demérito, que se declara socialista y nos dice que la vivienda es, primero un bien especulativo y luego un derecho (pronto veremos como esta misma jurisprudencia valdrá para que tengamos que pagar el agua a precio de oro), que se dice demócrata y no deroga una ley propia de las dictaduras como la ley mordaza, que se declara social y legisla a favor de los fondos de inversión en los alquileres y que se dice representante de los trabajadores y lleva a cuestas tres reformas laborales, a cada cual más lesiva para los obreros y dos de pensiones y que prepara un empeoramiento de las condiciones de jubilación mientras la vieja guardia de su partido cobra cientos de miles de euros de las puertas giratorias?

¿Qué podemos esperar de un pueblo que cree que subir los impuestos a quiénes ingresan más de 100.000 euros al año, cuando el salario más habitual apenas llega a los 18.500 euros/año, le perjudica, que se cree que el reparto de la riqueza les va a quitar aquello que no tienen (pero que convierten en propio a través del deseo), que están viendo como se destruye la educación y la sanidad publica pero, siguen permitiendo las derivaciones a la privada, los hospitales que cuestan tres veces más de lo presupuestado, las ayudas a los colegios privados o la privatización de los servicios que empeoran la calidad de los mismos?

Desde luego en España, además de envidiosos somos el país de la gilipollez, de la vida presuntuosa, del egocentrismo y el egoísmo endémico y sobre todo, del “tú me vas a decir a mí los vinos que puedo o no puedo tomar, los bares que puedo o no puedo visitar, o el lugar dónde me tengo que poner la mascarilla”. España sigue siendo el país de la zorra que en lugar de reconocer que se ha equivocado prefiere autoconvencerse de que las uvas no están maduras. El del ciego del Lazarillo que cree que todos son como él y en lugar de seguir las normas pactadas y comer las uvas de una en una, las coge de tres en tres por si el otro se las come a pares. España sigue siendo el país hipócrita del cura pedófilo que se empeña en dar lecciones morales a los demás. El de la madre falsa que acude a Salomón para que le dé lo que reclama injustamente y prefiere que partan al niño en dos porque así habrá ganado la mitad de lo que no es suyo, aunque esa mitad sea inservible. España es el país de la cigarra que le roba la cosecha a la hormiga y luego le echa en cara que no ha trabajado lo suficiente para pasar el invierno. El de la lechera que sueña despierta con grandes imperios conseguidos a base de imaginaciones, mientras no se entera que otros le ordeñan a sus cabras.  España es Miguelón hace 500.000 años en Atapuerca, cuando ni siquiera había naciones, el Cid como azote de los moros y Franco como héroe de guerra y salvador de la patria. Es mayoritariamente Aznar, González, el Demérito, Carlos Herrera, Juan Rallo, Alviste, Nicolás, Carlos Alsina, Vicente Vallés, Angels Barceló y el cuñado Ortega, A3Media, La Ser, RTVE, la Razón y el ABC. Gentes que viven en burbujas de riqueza y que se empeñan en adoctrinarnos en que lo mejor para nosotros es la moderación salarial y trabajar hasta el mismo día de tu muerte. Gentes que se empeña en dar lecciones de democracia mientras dan voz y visibilidad a los nazis a los que denominan con el eufemismo de españoles que creen en la unidad de España o personas que critican a los judíos. Periolistos que, mientras te cuentan los excesos policiales en otros países, de los que aseguran son indecentes, y llaman luchadores por la libertad a los manifestantes de otros países, aunque estos sean fascistas, se dedican a blanquear aquí las cargas policiales poniendo calidad de ser vivo a un contenedor y obviando quiénes son los violentos. Gentes que se santiguan por el trabajo de los niños en Bangladesh, la India o Pakistán, pero callan que trabajan para empresas españolas. Gentes que camuflan el despido de 3.000 personas en el Corte Inglés, como cese voluntario de actividad.

España es la Sexta entrevistando a una persona que siempre se ha creído mejor que los demás como Victoria Abril, para dar voz y pábulo a posiciones negacionistas, con el único fin de hacer caja. A pesar de que eso, pueda provocar otro millar de muertos más por hacer caso a la imbecilidad de la artista.

España es la rana que canta al sol inmóvil entre los juncos, mientras se queja de que las moscas no se acercan a su boca. La liebre que defiende al cazador frente al conejo, el gallo que prefiere el zorro a la alambrada, el sol justiciero del mes de enero y la nieve en el mes de agosto.

Perdónenme ustedes la perorata pero, hay cosas que me sacan de quicio y me ponen intelectualmente enfermo. Entre ellas un partido, el PSOE, que incumple sistemáticamente los pactos, un poder judicial impune, otro partido, el PP condenado por corrupción, heredero directo del franquismo que se permite el lujo de decirnos qué hay jueces que no pueden ser miembros del CGPJ porque no son “afinadores”, o que se cree con el derecho de decidir qué formación puede o no puede estar en el gobierno o ser o no legal. Me produce esquizofrenia filosófica que se mercadee con los puestos del gobierno de los jueces y que después de remarcarnos que son elegidos según las preferencias de los ciudadanos, un partido como el PP con el 20 % de los votos vaya a nombrar el 50 % de los magistrados. Me indigna y me repugna que agentes del orden simpaticen con el nazismo y que en lugar de detener a quién irrumpe en una manifestación legal, se llevan detenido a quién se enfrenta a los fascistas. Y sobre todo me provocan cuando me tratan de imbécil y me dicen que la ley es igual para todos, que España es una democracia plena o que Felipe VI ha cambiado el comportamiento de la casa real.

La gente buena, probablemente supera a la mala. Lo que hay que establecer es si quienes se ponen de perfil, son igual de culpables que los malos o incluso tienen más culpa.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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3 COMENTARIOS

  1. Joder que art. Más cojonudo no me canso de aplaudir espero que llege a muchas personas porque en las escuelas ya se cuidaron de no explicar todo esto (fusilaron a muchos maestros ver como ejemplo la lengua de las mariposas)que dice usted no desfallecer siga porfavor zclare denuncie y si solo sacamos uno del fango habrá valido , por no quiero creer en eso de pan y circo viva la republica.

  2. Va siendo hora que se presenten en las próximas elecciones partidos que postulen la constitución de la República. Todo lo demás es seguir siendo servidumbre de una casta de parásitos.

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