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Una sociedad activada, el camino hacia un futuro mejor

Flavia I. Bello
Flavia I. Bello
Feminista de izquierdas, traductora, intérprete, soñadora, inconformista y cada día más rebelde. Exiliada política de otros tiempos, cuando no era deshonra y aún podías tener un futuro digno. Nací independiente, pero fiel a mis principios. Y así sigo.
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Crecí escuchando las quejas de la generación de mis padres. En la España de entonces, eran los jóvenes que habían dejado sus pueblos, sus familias, su arraigo para venir a las grandes ciudades a labrarse un futuro económicamente viable. Los pueblos comenzaban a vaciarse y quedaban como esos pintorescos lugares donde los hijos de aquellos jóvenes íbamos a reencontrarnos con la naturaleza. A ver una vaca pastar, a recoger la aceituna en octubre, a ayudar en la matanza en diciembre.

Esa era la generación que había tenido que batirse el cobre para empezar una nueva vida y, sobre todo, para darnos a nosotros la posibilidad de llegar más lejos, de estudiar, de tener esos trabajos de oficina «cómodos», al abrigo de madrugones y heladas, de un sol infernal y de la inseguridad del campo y los trabajos de baja especialización que ofrecía la ciudad a quienes acababan de llegar a ella. Estaban orgullosos de que sus hijos e hijas fueran mejores que ellos. Más altos, más guapos, más sanos, más listos.

Y sin embargo, nosotros crecíamos y los tratábamos mal, les pedíamos la primera consola de videojuegos cuando a ellos les preocupaba su hipoteca, ayuda para el primer piso, les contestábamos mal, usando la libertad recién adquirida en una democracia que apenas tenía diez, quince años de vida. Y nunca llegaba su momento.

Pues su momento es ahora. El momento de descansar, de irse a dormir tranquilos sabiendo que la comida no les va a faltar ni a ellos ni a sus hijos, hijas, nietos, nietas. La hora de mirar lo conseguido y ver que ese pisito que se compraron en el setenta y tantos es hoy una casa más grande, o a lo mejor la misma, pero está más bonita, más a su gusto. Otros quizás prefieran disfrutar de viajar, de leer o de ir al teatro. Es el momento de la vida en que lo que toca es repantigarse en un sofá, levantar los pies y dejar que sus esfuerzos pasados les renten.

La realidad, sin embargo, no es esa. Hoy, esa generación de luchadores que no se ha tomado un respiro reclama lo suyo y se encuentra frente a un Gobierno que le dice «No». Le dice: «No hay dinero (aunque lo hayáis ido guardando de vuestros salarios durante años, no os lo voy a devolver)». Le dice: «Es que las circunstancias han cambiado (omitiendo que ellos han esquilmado la hucha en menos de siete años, sin justificación)». Le dice: «Resignaos a una reducción del 4% mínimo cada diez años y a una constante reducción de vuestro poder adquisitivo. Y no os quejéis».

Habrá quien se crea el discurso de que no estábamos preparados, no podíamos preverlo, la crisis nos golpeó con más fuerza de lo que podíamos imaginar, etc. Pero lo cierto es que era totalmente previsible y evitable. Obviamente, la crisis ha influido, pero hace años que sabíamos que el futuro nos iba a abofetear con su tecnología y sus cambios de paradigma.

Ya en 1993, Jacques Delors en su Libro blanco sobre Crecimiento, competitividad y empleo advertía de que no hay curas milagrosas, como la «drástica disminución de los salarios, [o los] recortes salvajes de la protección social, para alinearlos con nuestros competidores de los países en vías de desarrollo», que afirmaba que eran soluciones «socialmente inaceptable[s], políticamente insostenible[s]» y que no harían sino «agravar la crisis al reducir la demanda interna, que constituye un factor de crecimiento y de mantenimiento del empleo». Creo que podemos afirmar con rotundidad que estas son, entre otras, justamente las medidas que ha adoptado el Partido Popular en sus años de gobierno. El resultado es la situación en que nos encontramos, con una generación de jubilados y pensionistas que no han podido disfrutar ni un minuto de su retiro y varias generaciones detrás, aterradas por cuál será nuestra situación cuando nos llegue el momento de jubilarnos.

Con trabajos precarios; contratos de días (y a veces de horas); sueldos ridículos que imposibilitan a los jóvenes entrar en su vida adulta, a los adultos desarrollar una vida plena y a los ancianos contar con una cierta tranquilidad; con la cuarta revolución industrial en marcha; con la desaparición de múltiples empresas y un Gobierno que no fomenta un pacto educativo que forme a nuestros jóvenes para el mundo que encontrarán cuando abandonen los estudios; con una economía global que antes tendía a agruparse y hoy se disgrega; con una solidaridad precaria también, en un periodo de «sálvese quien pueda», donde se fomenta el egoísmo y la individualidad, la intolerancia a la diferencia a pesar de las campañas buenistas y bienintencionadas… Con todo esto, ¿qué mimbres tenemos para asegurar el futuro de nuestros hijos? ¿Y el nuestro?

Les dejo con una última reflexión de Delors, que me parece que tiene la misma pertinencia hoy que hace 25 años: «Nada sería más peligroso para nuestra Europa que mantener estructuras y hábitos que alimentan la resignación, el egoísmo y la pasividad. El despertar exige una sociedad activada por ciudadanos conscientes de sus propias responsabilidades y animados por el espíritu de solidaridad con aquellos con quienes integran las comunidades locales y nacionales, con su riqueza histórica y su sentimiento de pertenencia común».

 

 

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