La Comunidad

Había mucha rabia en la comunidad. De pronto todo había cambiado en la finca. Accesos difíciles, puertas bloqueadas, rejas, códigos… Aunque no, no había sido de repente. Los cambios habían sucedido paulatinamente y con conocimiento de los vecinos. O tal vez no, porque hasta que no era tarde, no vieron el conjunto de los resultados.

Todo había comenzado años atrás. El vecino del quinto, un homúnculo de nariz afilada, ojos enjutos, sonrisa malvada, pecas hasta en la tonsura y pelo ralo, que había hecho fortuna primero con el estraperlo y después con el negocio del aceite de la Dirección General de Abastos, se había adueñado de cuatro de los pisos de los que constaba la corrala. Para ello, había engañado a sus anteriores dueños, a los que hacía firmar pagarés con pequeñas deudas. Después de firmados, el inspector de abastos les añadía ceros.

Más tarde, se había dedicado a la cría de termitas en el edificio. Termitas que le reportaban buenos peculios en el negocio de la fumigación de otras muchas fincas urbanas de ese Madrid castizo y ruinoso.

Los vecinos, le había denunciado en varias ocasiones. Estaban hartos de que las termitas provocaran agujeros en vigas y machones. Cada vez que los inspectores acudían a inspeccionar la finca, Burns se las agenciaba para fumigar y echar una especie de humo que nublaba la estancia de forma que, o no podían entrar o si lo hacían, no podían ver absolutamente nada. Cuantas más denuncias, más humo.

La rabia empezó a ser general. Los vecinos, cada uno por su cuenta, decidieron que si Burns hacía negocios poniendo en peligro su edificio, y puesto que parecía inmune, ellos, por su parte, empezarían a desvalijar las zonas comunes. Total, Burns, que a esas alturas ya tenía otros tres pisos más, era el que más iba a perder. Así que, poco a poco, empezaron llevándose un aplique de cobre, una bombilla de la escalera, la alfombra de la entrada de la finca,… Más tarde los adornos en nogal de la balaustrada, los propios balaústres, los pomos de las puertas,… Así hasta que un día, tan hartos de que todo fuera empeorando, a cuatro iluminados se les ocurrió llevarse los machones que circunscribían el patio y que eran las costillas que mantenían el edificio. No pudieron acabar la faena. El edificio se les cayó encima.

Tras el derrumbe, las termitas se pasaron al edificio contiguo. Burns ese día, había salido a fumigar.


Una puerta falsa

Dicen que la historia es cíclica. La historia se parece pero no, los caminos no se pueden desandar. La coyuntura actual se parece bastante a la de los años treinta del pasado siglo. Tras el crack bursátil del 29, llegaron los gobiernos fascistas. No sólo en Alemania.

Pero hay una situación novedosa. Entonces los Estados Unidos no tenían un presidente xenófobo, machista, fascista, indecente, amoral y carroñero. Entonces, después de que media Europa jugase a las casitas con el fascismo hitleriano, los Estados Unidos se implicaron en la segunda guerra mundial sacándonos del embrollo (o metiéndonos en otro).

Hoy asistimos, algunos con mucho temor, los más con indiferencia y ciertos personajillos, con beneplácito y aquiescencia, a la llegada al poder de Trump, a la del fascista Viktor Orbán en Hungría, el ascenso y casi presidencia de Norbert Hofer en Austria (las mujeres y las ciudades lo han impedido), la alta posibilidad de la presidencia en Francia de Marine Le Pen , el gobierno del Partido Popular en España y un Matteo Renzi autoritario que, tras un referéndum, ha querido perpetuarse en el poder (menos mal que lo ha perdido). Políticos que ponen los pelos de punta por sus limitaciones de derechos humanos, el cercenamiento de los derechos laborales y el fomento del odio contra el distinto. Editoriales que ensalzan el fascismo teorizando sobre la inoportunidad de los referéndums o sobre la equivocación de los votantes.

Aun siendo estos personajes los que dan miedo, me da mucho más pavor la poca implicación de la gente, su incapacidad para prever resultados catastróficos y sobre todo, la conformidad con la que siempre acaban rechazando que uno pueda tener la mínima posibilidad de dar en la diana: “¿Cómo van a cambiar las cosas? Serán presidentes pero no podrán cambiar nada. La sociedad no se lo permitirá. Y la legalidad tampoco”. Obviando que Hitler llegó al poder por unas elecciones. O que en muchos casos, como en España, los tres poderes del estado son difusos porque el librehijopustismo ya se ha encargado, durante años, de poner en los puestos de responsabilidad y decisión a los suyos, en el poder que debiera controlar a los otros dos.

Leía el otro día en CTXT una entrevista que Francisco Pastor le hacía a Esteban Hernández, autor de un libro, que recomiendo, titulado “Los límites del deseo”. Este periodista pasa revista en esa publicación a la situación actual del capitalismo. Según el mismo define, no son teorizaciones, sino una observación objetiva del mundo en el que nos desenvolvemos. Una observación real y preocupante, añadiría yo.

El capitalismo basaba su “rentabilidad” en la mano de obra. Un inversor, ponía una empresa que daba trabajo, con la intención de rentabilizar lo invertido lo máximo posible. Ahora parece que los inversores, ya no consideran la mano de obra como forma primordial de rentabilizar su capital. Ahora rentabilizan mejor en la especulación del mercado del dinero. Mercado que sitúan en paraísos fiscales con baja o nula imposición y desde los que se dedican al negocio de las armas, de la droga, de la especulación alimentaria o del expolio del Coltán, el marfil, el uranio, o todo aquello que se tercie y que haya en esos países africanos en permanente conflicto bélico.

Esta situación nos ha llevado primero a la globalización de la producción y del comercio y a una desrregularización de las condiciones laborales. Desregularización que trae consigo pobreza, sumisión y que nos ha dejado “fuera de juego” a la hora de luchar. Pero hay algo aún peor, lo que antes era delito y moralmente reprobable, ahora es consentido.

En otro artículo de CTXT nos cuentan como los denunciantes de lo que deberían ser delitos económicos, se convierten en denunciados. Personas que acaban siendo parias perseguidos y, por supuesto, parados. Los que comenten los fraudes fiscales son defendidos a capa y espada por los estados, sus autoridades y sus policías.

Así, la gente que empieza a estar harta, que ve como no hay posibilidad de redimir, que la impunidad de ciertos personajes es asquerosamente indignante, concibe que no hay solución posible dentro del sistema y, como ha sucedido siempre a lo largo de la historia cada vez que una gran crisis económica asola la humanidad, se refugian en los fascismos, en los cantos de los salvapatrias que prometen exclusión del extranjero y del distinto (con el discurso de que así habrá más para los nacionales) y que acaban excluyendo y eliminando a cualquiera que no siga sus consignas.

Estamos en una situación caótica dónde desaparecen día a día, y sin que seamos conscientes, libertades, derechos y garantías. Una situación que nos conduce irremediablemente y si no lo paramos ahora (si es que aún hay tiempo) a un mundo dónde el hijoputismo sea el derecho, la ley y la religión. El mundo de esas películas catastrofistas en las que unos pocos controlan el agua, la naturaleza y la vida digna y los que quedan, malviven de la rapiña, en la angustia permanente y en unas condiciones infrahumanas.

Todos estos que ejercen lo que llaman periodismo pero que en realidad no son otra cosa que bufones que bailan al son de lo que creen que será del gusto del poderoso, por miedo a perder lo que ahora tienen, sin considerar que cuando uno juega a la ruleta rusa, lo normal es que acabe pegándose un tiro, se están haciendo un flaco favor. A ellos y a sus hijos. Engañar a la gente, en este caso, puede tener consecuencias catastróficas para el resto de la humanidad.

Populismo y fascismo son sinónimos. Nadie que crea en la igualdad, en la libertad y en la justicia social, puede ser populista. La verdad no suele gustar.

La historia demuestra que la xenofobia y el fascismo, no sólo no ha sido solución a los problemas de los pobres, sino que los han agravado: genocidio y campos de concentración. Tomemos lección de la historia y no seamos huevones.

 

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Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.

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