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Una oposición sin pies ni cabeza

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análisis

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Si nos fijamos en las quejas de una parte de la sociedad contra el gobierno por la gestión de la pandemia nos damos cuenta de nuestra alarmante inmadurez, de nuestro preocupante infantilismo. Con esas quejas expresamos nuestra  rabieta de niños contradecidos, nuestro berrinche porque no nos dejan hacer las cosas que queremos hacer.  ¡Queremos  que nos arreglen esto ya! ¡no estamos dispuestos a esperar más! ¡queremos recuperar nuestra libertad! gritamos fuera de sí como niños mimados y malcriados y culpamos al gobierno de todo lo que nos pasa y le exigimos amargamente que lo resuelvan ya, que tomen medidas para sacarnos de esta situación, sin aceptar en ningún momento que nosotros también somos parte de la solución y tenemos una gran responsabilidad que asumir. Lo que queremos es volver a lo de antes y no estamos dispuestos a sacrificarnos, a poner de nuestra parte aceptando unas normas, unas recomendaciones que vemos como un incordio, una molestia, un fastidio intolerable. Y llevados por nuestro berrinche infantil comparamos al gobierno que nos obliga a quedarnos en casa por nuestra propia salud, bajo pena de multa en caso de no cumplir las normas, con el peor de los regímenes comunistas. Como si el gobierno fuera un grupo de sádicos desalmados, y rojos, por supuesto, que disfruta enormemente con nuestro sufrimiento. No paramos de exigir a lo demás lo que no estamos dispuestos a exigirnos a nosotros mismos. No queremos comprometernos a nada, ni ponernos obligaciones, ni aceptar responsabilidad alguna, lo que queremos es que el gobierno nos solucione la papeleta ahora mismo, y para ello clamamos desesperados a voz en grito, enrabietados como niños castigados sin poder salir a jugar.

Y lo que nos pasa es somos unos insensatos al creer que el gobierno lo puede todo, como si  tuviera la varita mágica y no quisiera usarla para resolver este gravísimo problema de salud pública nunca antes padecido y por lo tanto sin ninguna experiencia para gestionarlo. A la oposición, bien armada de desvergüenza y cinismo, no se le ha pasado por alto aprovechar ese poco juicio, esa infantil impaciencia y tendencia natural al tremendismo para, de una forma desleal y miserable, intentar hundir al gobierno, derribarlo de una vez y colocarse ellos, porque no saben hacer oposición constructiva, falta la experiencia, la práctica de la democracia que sí tienen otros países. Esta oposición poco sociable, siempre áspera y desagradable, siempre a cara de perro, ni sabe ni se les ha pasado por la cabeza que ahora mismo, con la que tenemos encima, no cabe otra cosa que arrimar el hombro para salir de ésta, colaborar en la reconstrucción, buscar los necesarios consensos, ayudar o al menos no estorbar en la lucha contra el virus. Ese sería el camino a seguir y la gente lo valoraría positivamente y agradecería. Y a lo mejor, visto que la oposicón es constructiva, seria y fiable, le daría su confianza a la hora de la consulta electoral. Lo que nunca vamos a perdonarles es su sed de poder a toda costa, su deslealtad a esa España que tanto dicen amar, pero no se ama a un país incitando a la revuelta, la subversión, la insurrección, el motín. Nunca y ahora menos que nunca viene bien alentar la división entre españoles, avivar el odio y el enfrentamiento, azuzar la rebelión en vez de hacerse cargo de la desgracia que nos ha caido encima, una desgracia que no buscó el gobierno sino que se la encontró y por tanto habría que empatizar con él. Si existiera esa más que necesaria, imprescindible empatía, ese sentimiento de participación afectiva en una realidad que nos amenaza y afecta a todos, sin diferenciar colores e ideologías, sería consciente de que el gobierno solo no puede con la carga porque ésta lo desborda, excede con mucho su capacidad. En ese momento la oposición vería el problema como un problema de todos y se remangaría y ayudaría al gobierno en la descomunal tarea que tiene encima. Su obligación como oposición leal, no tanto al gobierno, que también, como al conjunto de los españoles,  es hacer un ejercicio de responsabilidad trabajando junto con él, expresando su voluntad de unirse a la tarea de reconstrucción, tendiendo puentes de diálogo permanente. 

Pero la realidad, por desgracia, es bien distinta. Se aprovecha esta gravísima coyuntura para  derribar al gobierno, culpándole de todo lo imaginable, y hasta de lo inimaginable. Para ello, de forma irresponsable y desalmada, se han valido de todo lo que tenían en sus manos para arrojárselo a la cara, todo vale con tal de lograr el objetivo. En vez de pensar que “no conviene cambiar de montura en medio de la corriente de un río, según frase atribuida a Lincoln, se quiere aprovechar ese río revuelto para descabalgar al oponente. Ahora que sale Lincoln a relucir, qué bueno  sería que existieran políticos como él o al menos parecidos. Los necesitamos como el comer, hombres y mujeres con el suficiente temple, sentido de estado y la talla necesaria para construir más que para destruir. En vez de eso tenemos energúmenos llenos de ruido y furia que gritan y gesticulan de forma grosera, tipos infames que anteponen su ansia de poder a todo.  Tanto Casado como Abascal piensan que gritando y enervando a la gente con mentiras conseguirán algo, seguramente creen que actuando de esta manera tan irresponsable, tan burda, llegarán al poder. Ignoran que algo hemos aprendido el conjunto de los españoles en estos años de democracia. Y hemos aprendido, eso espero, a detectar a los salvapatrias, a los populistas, a los charlatanes de feria que quieren vendernos el remedio infalible para todos los males del país, un remedio que, naturalmente, no es otra cosa que ellos mismos. Y para ello actúan sin miramiento, ni escrúpulo alguno, el fin justifica los medios, ¿cumplir las reglas del juego, respetar al oponente, empatizar con él? todo eso es de perdedores. 

Y aunque parezca mentira, se ha llegado a decir sin complejo alguno que el gobierno “socialcomunista bolivariano” están gestionando mal la crisis sanitaria a propósito para, llevados por su innata maldad y perfidia, lograr su objetivo, que no es otro que  “dar un golpe de Estado para quedarse con España”. O para no complicarse tanto la vida, han acusado directamente al gobierno de inventarse lo del virus para hacerse con España, quizás con la idea de venderla a los enemigos de la patria. Una hiriente burla a los miles de personas que han perdido a sus seres queridos.  Por suerte, la frase de Goebbels de que “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” en este caso no lo será nunca  aunque se repita mil veces o mil millones de veces porque es demasiado estúpida para ser creída por nadie, no se la creen ni los que la propagan. Pero eso no importa, lo que cuenta es denigrar, ensuciar, encenagar. Calumnia que algo queda. 

Acabo de oír sin querer, los oídos al contrario que los ojos no pueden cerrarse a voluntad,  a  dos treintañeros sentados en un banco esperando su turno para entrar en la barbería situada enfrente. Uno de ellos dice al otro: “yo trabajo en un hotel y me han hecho un ERTE de ésos. Pero la cosa está muy mal, este gobierno lo está haciendo fatal, peor imposible”. El otro asiente con cara bovina mientras observa al barbero que, al otro lado del cristal, está pelando a un cliente. En ese momento  me acordé de Aznar y me pregunté qué habría hecho  ese estadista sin parangón en el mundo occidental de haber tenido que gestionar esta pandemia. Qué medidas providenciales, qué  sabias decisiones y disposiciones, qué ideas a cual más juiciosa, más sabia, conveniente y oportuna  habría tomado nuestro añorado timonel para solucionar esta crisis y llevar a España, una vez más, a la cima de los países más avanzados, prósperos y poderosos del mundo libre. 

La respuesta no era difícil, solo había que acordarse de las medidas que tomó su partido cuando llegó la crisis financiera de 2008, una crisis económica a escala mundial, la enésima crisis     producida por este caduco sistema capitalista. Una más de las crisis periódicas necesarias para hacer limpieza y establecer jerarquías en el siempre abarrotado y revuelto estanque de voraces tiburones financieros. Hagamos memoria: en marzo de 2008 hubo elecciones generales y las ganó Rodriguez Zapatero que se enfrentó con una crisis aquí más agravada que en cualquier otro país por la debacle del sector financiero y el sector inmobiliario, el motor economico y laboral de los ultimos quince años, el tiempo que tardó la burbuja en hincharse peligrosamente. Cuando la crisis hizo estallar la burbuja se produjo un desastre mucho más grave de lo previsto por su gobierno y por la mayoría de los organismos económicos internacionales. Y todo por no tomar medidas correctoras a tiempo, por no poner orden en ese turbulento gallinero, pero nadie a atrevió a mandar parar a  los bancos y las constructoras que en esa época  estaban ganando dinero a espuertas, había empleo y los trabajadores recogían las migajas que caían del banquete de los constructores y banqueros.

El veinte de noviembre de 2011 se adelantaron las elecciones que ganó el Partido Popular con Mariano Rajoy como presidente.  Y el gobierno de Rajoy empezó a aplicar sus medidas para salir de la crisis. Y estas no fueron otras que rescatar con miles de millones de dinero público, el Banco de España dio la cifra de casi 66.000 millones de euros, a los bancos que habían apostado por el ladrillo con enormes beneficios a corto plazo, que es lo que aquí interesa, pero que después, con la caída del ladrillo, una caída que todo el mundo predecía, cayeron sus beneficios y entonces pidieron ayuda al Estado que no dudó en reponer sus pérdidas, unas pérdidas que, hay que recordar, llegaron por no haber sabido retirarse a tiempo de la mesa de juego. Sin duda le echaron mucha cara porque hay que tenerla, y de hormigón armado, para  ir a pedir al Estado el dinero  perdido en el juego.  Pero no tenían que preocuparse porque allí estaba Rajoy y los suyos para rescatarlos con dinero de todos que primero dijeron que devolverían, “hasta el último euro”, dijo Rajoy, aunque todos sabíamos que ese dinero era a fondo perdido, como así fue.

¿Y qué se hizo con los que no pudieron pagar los créditos de sus viviendas, también se les rescató? Por supuesto que no, a éstos se les desahució y a hacer chorras, que dicen en mi pueblo. ¿ Y qué medidas se tomaron para proteger a los trabajadores perjudicados por la crisis?, muy sencillo, se les congelaron los salarios. A los pensionistas las pensiones. Se abarató el despido hasta casi rozar el despido libre, se recortaron derechos laborales a través de una reforma laboral que todavía padecemos y que debería haber sido derogada con la salida de la crisis, pero de todos es sabido que las medidas destinadas a apretar las tuercas a los trabajadores nunca se derogan. Estos días se  habló de derogar ese injusta reforma y todo el mundo bancario y empresarial y sus servidores políticos se pusieron como locos. No están acostumbrados a derogar nada que les sea favorable. También, cómo no,  se recortó la sanidad, que siempre ha visto el Partido Popular como un oneroso gasto en vez de un servicio público, además de un derecho constitucional.  Y tan bien recortada quedó que la dejaron preparada, a punto de caramelo, para su inminente  privatización. También se eliminaron todas las ayudas a la dependencia, que cada cual se apañe como pueda. Esa fue la gestión de la crisis a cargo del gobierno del PP. Sobre quién recayó todo el peso de la crisis?, sobre quién va a ser? sobre los mismos de siempre, ¿quién si no ellos,? Además ya están acostumbrados.

Ahora este gobierno, demostrando una consideración, una sensibilidad, un miramiento hacia los sectores más débiles de la sociedad, algo nunca visto hasta ahora,  se ha atrevido a hacer algo por los trabajadores, los autónomos y los pequeños y medianos empresarios. Para ello ha destinando una importante partida presupuestaria a ayudas sociales para intentar paliar el desastre que sobre todo se cebará con los sectores más vulnerables, intentando con ello que nadie se pierda y caiga en el laberinto de la pobreza cuando no de la miseria, que nadie quede atrás como no ha dejado de decir el presidente Sánchez en todo lo que llevamos de pandemia. Además de los ERTES,  para que no haya despidos masivos de trabajadores, han promovido moratorias de alquiler de viviendas, préstamos a cero interés, prohibición de desahucios,  prohibición de cortes de luz y agua por impago, acceso a la prestación por desempleo aún sin haber cotizado los meses requeridos…etc, etc.   

Y aunque estas ayudas han venido como agua de mayo, hay  una parte de la clase trabajadora, además de los empresarios y las clases más favorecidas que, por supuesto, están totalmente en contra  de ofrecerles cualquier ayuda, si acaso una limosna, algo de caridad y beneficencia para lavar la concienca y poco más, que no solo no aprecian y valoran el esfuerzo sino que recelan de él. Quizás les pase como a esas esposas maltratadas que se mosquean cuando el marido maltratador de repente se muestra amable, incluso afectuoso. Estamos tan acostumbrados al maltrato, a la indiferencia y al abandono, que no nos entra en la cabeza que un gobierno nos eche una mano, nos conceda una  ayuda, un apoyo, una protección social para aliviar los efectos de esta devastadora crisis. Cabría preguntarse qué nos pasa, qué extraño mal nos aqueja que vemos con desconfianza esas ayudas a los trabajadores, a los autónomos, a los pequeños y medianos empresarios. Muchos dicen de ellas que son un gasto inútil, un dinero tirado que dejará exhaustas nuestras arcas públicas ya de por si escarbadas y rebañidas a conciencia. ¿Por qué desconfiamos tanto y consideramos un despilfarro gastar dinero en rescatar a los más golpeados por esta crisis sin parangón?. Sin embargo, y de forma inexplicable, si aceptamos resignados cuando se destinó mucho más dinero, igualmente de fondos públicos, para rescatar a bancos y cajas?. ¿Por qué desconfiamos tanto cuando nos ayudan? . Será  por nuestro instinto de perro apaleado que piensa que  ya nos cobrarán esas ayudas con creces. Será por nuestra educación católica que nos dice que detrás de cada alegría, de cada alivio por modesto que sea, se esconde la culpa, el pecado y el consiguiente castigo. Es posible.  El maestro Rafael Azcona recordaba una frase terrible que repetía su madre a menudo: “Mucho nos estamos riendo, ya lo pagaremos”. 

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